Democracia chilena, temporada de precuela

La joven ciudadanía debe recordar que el aprecio por las elecciones es central. Y que perder trae más lecciones que las propias victorias. Una mirada profunda del proceso democrático parte por reivindicar el votar.

Por Gonzalo García*

Los jóvenes van a votar por primera vez en octubre en elecciones locales y regionales con voto obligatorio real, cuestión que sólo pasó en los plebiscitos constituyentes de 2022-2023. Con ello, la política se les vuelve una decisión inescapable. La principal decisión es ser ciudadano protagonista u objeto de la política.

Pero esto se da en un contexto preocupante de descreimiento juvenil en la democracia, una tendencia que se está manifestando en Europa y también Sudamérica. “Para buena parte de los jóvenes la política no tiene capacidad para cambiar las cosas, para mejorar sus vidas o para posibilitarles un futuro mejor”. 

I.- Democracia en temporada fuera de serie para ciudadanos pasivos

En la vía pasiva, la temporada uno trajo un estallido social en octubre de 2019 que sometió a la democracia chilena a la mayor de sus tensiones después del fin de la dictadura. Estaciones de Metro quemadas sin responsables conocidos. La clase política ofreció entregar la Constitución en vez de cambios sociales profundos.

La temporada dos se abrió con la distopía del Covid-19 que cambió la incertidumbre política por el encierro. Y el miedo creció con el aumento de estadísticas infaustas de muertos, de camas UTI, de esfuerzos sanitarios encomiables, de leyes excepcionales para todo y de una vida bajo permisos estatales. En medio, una abrumadora mayoría decidió cambiar la Constitución.

La temporada tres trajo la esperanza de vacunas y la realidad de su disposición masiva, real y efectiva. Hubo cambios extraordinarios para sustituir mercados cerrados y se recurrió a ayudas sociales estatales o del propio bolsillo para sostener la ausencia del trabajo. Aprendimos para siempre las oportunidades virtuales de clases y reuniones. Cerró con un joven Presidente electo, líder de una alianza variopinta de nuevos partidos de izquierda democráticos y radicales.

La temporada cuatro venía desde la anterior con una electa Convención Constitucional más allá de todo el sistema político conocido, antipartidista, movimientista e indigenista. Dedicó la mitad de su tiempo en reglamentar como funcionaría y en su otra mitad propuso una Constitución radical que sufrió un sonoro fracaso en plebiscito. Ello le restó fuerza al Gobierno y cambió el rumbo hacia lo posible.

La temporada cinco fue inaugurada con un nuevo proceso constituyente, más limitado y cercado que el anterior, como respuesta del Senado a su anterior amenaza de desaparición por la propuesta de un Congreso unicameral. Un triunfo de la derecha radical extremó los resultados conservadores y el país volvió a rechazar la oferta de una nueva Constitución. Se acabó el tiempo constituyente y otras prioridades asomaron con fuerza en el paradigma público.

Las viejas nuevas reglas salieron fortalecidas, dos veces triunfantes en plebiscitos con mayorías indudables y entramos en una suerte de precuela.

Esta explicación analiza la suerte de una democracia como temporadas de Netflix o Amazon. ¿Pero acaso no es ese el tratamiento que reciben los procesos democráticos a raíz del modo en que han irrumpido los fenómenos que la degradan? El trumpismo, el putinismo, las fake news, la desinformación, las redes sociales conspirativas y todos los mecanismos que han permitido polarizar, dividir y confrontar facilitando el gobierno de las élites, cualquiera que estas fueran. Con ello, someten al sujeto pasivo a una forma de representación plebeya de los nuevos líderes a cambio de tu poderoso like. Aquí los jóvenes se mueven a sus anchas en las pantallas de sus móviles.

II.- La transformación democrática en Chile y la gestión de la emoción

La ciudadanía tiene en sus manos otro poder: la voz y el voto. Y los efectos de la democracia del like disminuyen el peso de la democracia de la persuasión. Por lo mismo, es difícil relatar los alcances actuales del proceso democrático sin hacer referencia al lustro más complejo desde el retorno a la democracia chilena.

Un vaivén de rupturas, de violencia, de reordenamiento institucional, de esperanzas, de frustraciones, de sueños y amenazas, de propuestas constitucionales, de un sentido colectivo detrás de bienes sociales y de un retorno a la agenda individualista de la inseguridad del miedo. Y por si no faltara menos, la migración creció en una década de un 1% de la población a representar, en 2022, el 8.8 % de toda la gente, y los dilemas de salud pública asomaron con la fuerza de listas de esperas por los millones de solicitudes de atención realizadas desde el fin oficial de la pandemia.

Hay un relato general que ha llevado a un resultado paradojal: Chile no pudo lograr el autogobierno constitucional y dotarse popularmente de nuevas reglas. Todas nuestras Constituciones han sido generadas por una élite, propuestas por comisiones y sin desarrollo popular por la vía de una asamblea constituyente.

El PNUD, en su informe 2024 sobre Chile, nos releva la difícil posibilidad de llevar adelante los cambios necesarios. Ya no parece posible un nuevo modelo, ni planificaciones ni menos transformaciones radicales dentro de un proceso democrático. Lo que se impone es una suerte de gradual gestión del cambio social en democracia, imponiendo una dosis de realismo inusitado.

Detrás de los procesos de cambio entre el 2019 al 2023 hubo un exceso de violencia, de miradas parciales y de ingenuidad, manifestándose un simplismo como si las propuestas radicales no tuvieran respuestas radicales. El Estado y la sociedad tienen resistencia a las aventuras y despliegan sus mecanismos estructurales de defensa.

En esta dinámica de complejidades, la joven ciudadanía debe recordar que el aprecio por las elecciones es central. Y que perder trae más lecciones que las propias victorias. Una mirada profunda del proceso democrático parte por reivindicar el votar. Hoy lo tenemos muy claro en Chile. Por ejemplo, Venezuela tiene una dictadura no sólo por la manera descarada que Maduro robó una elección, sino que como último paso de la concentración de todo el poder. Las elecciones son una radiografía de la entrega del poder a la oposición y en ello reside la naturaleza de la democracia, como mecanismo pacífico de cambio de gobierno.

Pero la democracia es mucho más que eso. Es voz bajo una libertad de expresión que ofrece más medios de comunicación que antaño. La política supone ese camino que nos lleva a cuestionar las condiciones del presente y a ofrecer nuevas oportunidades. Por lo mismo, en esta mirada realista resuena la pregunta de Bobbio: ¿sobre qué temas se puede votar?. Una transformación total de las reglas del juego parece ser una pregunta muy superior a lo que una elección puede contestar sin afectar un statu quo.

Quizás por lo mismo, vale la pena identificar las ideas e intereses que mueven a la élite en su contraste con los jóvenes. El PNUD señala que “las personas consideran que el voto carece de valor práctico, pues los representantes, una vez electos, actúan en función de sus beneficios”. Una política juvenil que despliegue su ingenio y todo su instrumental volcando sus experiencias y necesidades sobre la construcción de nuevas oportunidades puede ser simplemente imparable, como ya se ha comprobado en Chile. Lo local, lo regional e incluso lo nacional pueden ser los espacios para utilizar esas herramientas que los lleven a ser líderes en la vida colectiva de sus barrios o regiones.

Algunos políticos, en su nombre, les dirán que es mejor liberarlos de la obligación de votar porque además deben pagar multas por no hacerlo. No votar es invisibilizarlos e invisibilizarlos es la primera manifestación de la exclusión para siempre.

La decisión es darle like a este ensayo o tomar el camino contrario motivando la acción política temprana sobre lo que nos depara: un futuro muy complejo económica y climáticamente hablando.


*Académico de la Facultad de Derecho de la Universidad Alberto Hurtado – Chile.


La versión original de este texto se publicó en revista MENSAJE de Chile, se reproduce con su autorización.

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