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¿Anuncio o resonancia? Evangelizar con jóvenes

Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua.
Una frente lisa revela insensibilidad.
El que ríe es que no ha oído aún
la noticia terrible, aún no le ha llegado.

B. Brecht.

«Vivo en tiempos sombríos». Aunque posiblemente no empleen las mismas palabras, no es difícil constatar que se trata de una expresión que la mayoría de los jóvenes hoy en día suscriben sin dificultad. Las expresiones y emociones —generalmente de preocupación, incertidumbre y cierto desánimo mezclado con enojo— relativas al futuro, al medio ambiente e incluso las discusiones acerca de tener o no hijos no hacen sino poner en evidencia que la oscuridad de los tiempos en que vivimos es más que visible para adolescentes y jóvenes, los cuales, tal vez, vayan más allá de lo sombrío y lo lleguen a considerar una verdadera trampa o una broma, como sugiere Watchmen.

La noticia terrible mencionada por Brecht sin duda nos ha llegado, aunque también podremos suscribir lo que E. Morin afirma: «Esta es la mala nueva: estamos perdidos, irremediablemente perdidos. Si hay un evangelio, es decir una buena nueva, debe partir de la mala: estamos perdidos, pero tenemos techo, casa, patria: el pequeño planeta donde la vida levantó su jardín, donde los humanos levantaron su hogar, donde la humanidad debe reconocer ya su casa común». Claramente Morin no se refiere aquí al Evangelio cristiano —aunque bien pudiera estar relacionado—. Sin embargo, reconocer la ambigüedad que hoy acompaña al Evangelio —sea como palabra, dispositivo, estrategia o como término desprovisto en buena parte de su aura cristiana— es fundamental para poder sumergirse en lo que es y/o puede ser evangelizar con los jóvenes hoy, experiencia similar a lo que fue usar el término «evangelio» en los orígenes del cristianismo: una tensión semiótica, pero también práctica y teológica entre dos buenas noticias, la imperial y la cristiana, que propició el surgimiento de modos de estar en el mundo y efectos de sentido, sociales y ontológicos que fueron posibles por ese uso cristiano del «feliz anuncio/buena noticia» que significa el término «evangelio».

Acerca de la mala noticia de la buena noticia…

Redes… la antigua figura mencionada en los Evangelios como distintivo de la actividad evangelizadora (volverse pescadores de hombres) hoy continúa su eficiente funcionamiento, sólo con la salvedad de que ha cambiado el contenido de su anuncio o buena noticia, y de que ha asumido literalmente una función de captura más que de captación. Con el tiempo, la humanidad —o al menos algunos de sus miembros— ha comprendido la estrecha relación que hay entre lo que pueda presentarse como buena noticia o feliz anuncio y la captura de seres humanos.

«Redes. La antigua figura mencionada en los Evangelios como distintivo de la actividad evangelizadora hoy continúa funcionando, con la salvedad de que ha cambiado el contenido de su anuncio o buena noticia, y de que ha asumido literalmente una función de captura más que de captación”.

El marketing ha sabido explorar y explotar dicho vínculo, producir anuncios «felices» cuya eficacia se ha reflejado en la captura de consumidores de todo tipo de mercancías (relaciones afectivas, etcétera, incluso vocaciones) que se ofrecen en el gran mercado de la existencia contemporánea. Dicha captura es constatable, por ejemplo, en el grado de angustia, inquietud y desasosiego que puede producir entre los jóvenes la elección de una carrera a estudiar, decisiones que impliquen salir del curso ordinario de las cosas y todo cuanto implique un imperativo relacionado con la determinación de la vida individual.

Así hemos visto que la «evangelización» se ha convertido en captura bajo la forma de una especie de mandato de mediatización, es decir, por una urgencia e imperiosidad de entrar dentro del juego de las redes: subir contenidos, postear, comunicar algo —si es que comunicar es la palabra—, anunciar y anunciarse (¿no ha sucumbido también la Iglesia a este mandato «evangelizador» asumiendo las reglas de un régimen de comunicación y limitándose a producir «contenidos católicos»?).

Ahora bien, aun cuando todo esto no es exclusivo de las generaciones jóvenes, sí parece ser una tendencia que se acentúa en ellas y por motivos muy claros. Algunos de ellos consisten en que la sociedad mercantil busca sus mejores sostenes entre los elementos más marginados de la sociedad tradicional, primordialmente jóvenes y mujeres, comunidades LGBTTTIQ+, migrantes y la juventud (que se distingue, en especial en la etapa adolescente) la cual tiende a extenderse a otras de sus etapas, como relación de mero consumo con la sociedad, como se comenta en el libro Primeros materiales para una teoría de la Jovencita: «llama invariablemente “felicidad” a todo aquello a lo que se la encadena».

Si consideramos, pues, la «evangelización» en su versión mercadológica —hoy presente en básicamente todos los ámbitos de la vida— como dinamismo de captura encontramos que hay una amplia gama de formas de captura de los jóvenes y de la juventud: por las imágenes, por el texto, por las narrativas, por el entretenimiento, por el uso de los cuerpos, por los derechos, por la identidad, etc. Las variantes son abundantes y más o menos visibles y tangibles en la cotidianidad. Nada más cotidiano que los mensajes de WhatsApp y tuits, imágenes publicadas en cuentas de Instagram, Facebook y otras plataformas, tiempo dedicado a videojuegos, ver series, actividades festivas que involucren baile, besos y caricias ocasionales, el consumo de bebidas, el reclamo y uso de derechos y libertades e incluso la reivindicación de una identidad para la realización de una actividad o simplemente como parte de una discusión. Las redes sociales han variado sus estructuras y ámbitos de acción de tal modo que hoy resulta muy complicado concebirse fuera de esta captura que hace circular información, fluidos y afectos mientras encierra y/o sujeta a personas.

El feliz anuncio o buena noticia que hacen de lo «bueno » un medio para una captura, deja a los creyentes frente a una situación muy complicada, pues no es sólo la corruptio optimi pessima (la corrupción de lo mejor es lo peor) sino que mina de forma progresiva la capacidad de realizar el acto de fe en la medida en que inocula una inexorable desconfianza o simplemente dificulta e impide la confianza, que es condición necesaria para establecer una relación y vínculo que animen y sostengan la entrega de sí. En otras palabras, amar hoy no es opción, al menos no en la versión evangélica, sino únicamente en esa que es preservación de sí —y más concretamente, preservación de los «propios» intereses, satisfacciones y sensaciones agradables, porque del «sí mismo» no queda nada sino los elementos que se considera que lo componen y que son esenciales al mercado de la «evangelización»—.

La oportunidad de la Voz

Ante este panorama constituido por la mala nueva de la «buena nueva» convertida en dinamismo y medio de captura, cuyos efectos muchos jóvenes sienten y viven y contra los que se resisten, el Evangelio abre una posibilidad sin dejar de reconocer la siempre posible ambigüedad y de invitar a una crítica acompañada por la puesta en juego de sí. Esta posibilidad nos viene en la figura de la «voz». Empleada por el Evangelio de Juan para designar cómo se da la relación entre Jesús y sus seguidores: «mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen» (Jn 10, 27), la voz da acceso y «da voz» a una experiencia de evangelización desde las incertidumbres, dificultades y preocupaciones más ordinarias y acuciantes de los jóvenes de esta época.

Foto: © Angie Menes, Cathopic

De este modo, frente a una evangelización que se ha convertido en captura —o lo es a los ojos de muchos jóvenes— al centrarse en la modificación de costumbres y en la codificación de actos, ya sea de parte de la Iglesia o del mundo/mercado que habitamos, la voz posibilita una evangelización caracterizada por un vínculo mucho más íntimo y a la vez sostenido por la fragilidad de una libertad que no pretende saber todo ni poder todo en su apuesta y apertura.

Foto: © Parroquia Madrid, Cathopic

«Amar hoy no es opción, al menos no en la versión evangélica, sino únicamente en esa que es preservación de sí —y más concretamente, preservación de los «propios» intereses, satisfacciones y sensaciones agradables, porque del «sí mismo» no queda nada sino los elementos que se considera que lo componen y que son esenciales al mercado de la «evangelización»—”.

En efecto, la voz, aun cuando puede sonar imperativa, no da un imperativo determinado; aun cuando puede ser localizable, no puede ser asignada a un espacio específico; aun cuando parece ilimitada, requiere de medios para amplificarse y persistir; aun cuando puede ser identificable, no provee ningún semblante; aun cuando puede comunicar algo, no implica ningún mensaje; aun cuando va más allá del cuerpo, remite a éste como su fuente; aun cuando puede dejar hondas marcas en la memoria, no deja rastro; aun cuando puede hacer presente algo o a alguien, no es forzosamente acogida. La voz es, paradójicamente, presencia, orientación y llamada. Digo «paradójicamente» porque la voz es volátil en su presencia, para orientar requiere de la capacidad de otro para usar los sentidos, y porque sin emplear ni siquiera un nombre —al estilo de la etiqueta— puede interpelar y convertirnos en un «alguien», provocándonos a responder.

En un mundo en el que todo gesto tiende a ser codificado —registrado, calificado, y posiblemente culpabilizado o criminalizado por la creciente judicialización de la vida— y en el que las costumbres van modificándose por los ritmos de un mercado (incluso un mercado del gusto/like), la voz dispone un terreno tal vez demasiado arriesgado en la libertad que da, incierto por la confianza que pone en la fuerza de los afectos en la construcción de vínculos, y provisorio en su carácter experimental en el descubrimiento y trazado del camino, pero corresponde a algo que he hallado en muchos jóvenes: la búsqueda de lugares/relaciones en los que sea posible ser y llegar a ser, junto con otros, experimentando ante lo insuficiente de sus propias preguntas y respuestas y de las que les han sido transmitidas, con confianza y alegría… y con el riesgo de la sorpresa que excede sus planes y expectativas.

Evangelizar con jóvenes: voz, resonancia y seguimiento

En vez de la captura evangelizadora hay una arriesgada apuesta evangélica, apuesta por la resonancia: Oír la voz, ser conocido, seguir a Jesús. Frente a la sobreabundancia de discursos y usos de palabras y acciones como medio de captura, «oír la Voz» de Jesús aparece como una familiaridad e intimidad que no son posibles a un corazón endurecido (Hb 3, 15) sino a aquel que se pone en juego a sí mismo desde un vínculo con otro, vínculo que permite «conocer» al otro porque es también conocimiento nuevo de sí y del mundo, es una resonancia, como parte de una práctica en una relación. Oír la voz orienta, sin decirlo todo ni marcar el camino. Es algo mucho más ético en cuanto riesgo y determinación de sí, pero más abierto y misterioso por el lugar especial que concede a otro y al vínculo que los une. A su vez, en tanto que, llamada, la voz posibilita y genera la experiencia de «ser conocido por» otro, conocimiento que no es reducido al manejo y explicitación de información sino más bien es plasmado como capacidad de tocar lo más profundo y esencial de un ser viviente, aunque eso no haya sido nombrado aún, y, por ende, más allá de apelar a un nombre y a la acumulación de las múltiples determinaciones del humano hecho de cualidades de nuestra época, es provocación para existir realmente. Ser conocido significa ser provocado a existir, a resonar y responder, y no tanto alimentar un narcisismo que sustituye y opaca el existir mismo.

«Frente a la sobreabundancia de discursos y usos de palabras y acciones como medio de captura, oír la Voz de Jesús aparece como una familiaridad e intimidad que no son posibles a un corazón endurecido”.

Así, «seguir a Jesús» es una provocación muy específica a existir —provocación que provoca a otros y menos guiada por contenidos que por vínculos con ciertas dosis de experimentalidad—, a ponerse en juego en una forma de vivir que, sostenida por la gratuidad y amistad, posibilita una resonancia que ni neutraliza al otro ni permite el aislamiento en sí mismo, antes bien anima y sostiene en la apuesta por un vivir distinto que hace lugar a otros y a algo/alguien más aparte de nuestros contenidos e idealizaciones. Tal vez así, desde la voz de Jesús, podamos junto con los jóvenes, los que luchan y los que quieren creer, poner sobre la mesa de las luchas de nuestro tiempo algo como la risa en un chiste (Illich), el sabor de la sal, la levadura en la masa: algo que se sugiere, pero no se objetiva del todo y es esencial.  

Para saber más: 
Illich, Ivan, La Iglesia sin poder. Madrid: Trotta, 2021.
Morin, Edgar, Tierra patria. Barcelona: Kairós, 1993.
Tiqqun, Primeros materiales para una teoría de la jovencita. Madrid: Visor Editorial, 2012.

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