Cumbres borrascosas: el papado de Francisco y la política argentina

En el marco del 11º aniversario de la elección del primer papa latinoamericano analizamos los vaivenes de su relación con Argentina, su país de origen. Ante todo, en el plano político–institucional resaltamos que en estos años Francisco recibió a cuatro presidentes de diferentes signos partidarios. A decir verdad, ninguno de ellos plenamente identificado con su Magisterio, pese a ser —nominalmente— católicos.

En un rápido repaso podemos señalar que con Cristina Fernández costó construir un vínculo, a partir de la hostilidad manifiesta por su sector político, el kirchnerismo, en los primeros momentos de su elección.

Con Mauricio Macri la relación no fue buena, básicamente por las características del plan económico aplicado, alejado de la agenda social de Francisco.

Con Alberto Fernández pareció haber mayor sintonía en ese sentido, aunque el impulso presidencial a la sanción de ley del aborto enfrió el vínculo, deteriorado por el desacierto en políticas públicas claves.

Con el actual presidente, Javier Milei, la situación fue tensa desde la campaña presidencial de 2023, dado que el entonces candidato libertario expresó su abierta oposición a la justicia social, uno de los pilares de la Doctrina Social de la Iglesia. Por si fuera poco, y como trascendió internacionalmente, en su raid mediático hacia la candidatura a la presidencia Milei criticó abiertamente al papa. Lo acusó, incluso, de ser «el Maligno en la casa de Dios». Pero Francisco, como buen sacerdote católico, predica con el ejemplo y sabe poner la otra mejilla. Lo hizo con numerosos dirigentes políticos y líderes sociales que también lo habían criticado, lo cual se concretó muchas veces con los famosos envíos de rosarios, en tanto gesto pastoral.

Más allá de estos acercamientos, en líneas generales —con honrosas excepciones—, la dirigencia política y social no ha tomado muy en serio a Francisco. Acaso la clave sea que sus gestos y sus palabras son interpretados demasiado ideológicamente o de manera estricta a la luz de la realidad política local. Aunque Francisco parece seguir de cerca la política argentina es, ante todo, el «Pastor de almas» de una de las religiones más importantes del mundo y lidera espiritualmente a 1,200 millones de católicos. Dejando de lado a los sectores históricamente combativos de la Iglesia y a aquellos para los cuales ésta resulta irrelevante, no es casual entonces que para quienes levantan las banderas del neoliberalismo —o incluso, en la gestión, actual el anarco–capitalismo— el papa Francisco está en la vereda de enfrente. En cambio, para muchos de quienes se identifican como pertenecientes al denominado pan–peronismo la lectura tiene que ver con un mesianismo político, es decir, de corte nacionalista y triunfalista.

De manera que, tras el reciente encuentro cristianamente afable entre Francisco y Milei, su otrora detractor público, muchos —imbuidos de un «pensamiento de derrota»— entendieron equívocamente que allí había una suerte de traición de parte del pontífice. Así, ante el desconcierto fenomenal que dejó la victoria electoral de los libertarios y el naufragio de cierto relato progresista, lo cierto es que muchos no se toman el trabajo de estudiar a fondo el Magisterio de Francisco. La lectura de otros autores o incluso el enredarse en las redes sociales goza de mayor popularidad que la reflexión seria sobre documentos claves como Laudato Si’ y Fratelli Tutti, las dos encíclicas sociales del papa. De esta forma, encontramos en este amplio sector las siguientes derivas: los que se aferran a quienes ofrecen viejas certezas y «pureza» doctrinal partidaria y llegan a tildar al pontífice de «globalista», los que se entusiasman con los liberales críticos —otrora compañeros de ruta de Milei—, los que buscan respuestas en teóricos de otras latitudes y culturas, y los que indagan en el pasado «épico» de la época de la «resistencia», o sea, cuando el peronismo estuvo proscrito.

Si no se leen las cartas casi con formato de «encíclicas» de ciertos dirigentes encumbrados, menos aún se lee a Francisco y, claro está, no se aplican sus enseñanzas. Recién ante un nuevo mensaje del papa, reafirmando la relevancia del Estado y de la justicia social, desautorizando ante los jueces la supuesta «bendición» al programa económico de shock ejecutado por el gobierno libertario, muchos volvieron a entusiasmarse con Francisco, quien siempre estuvo del lado del pueblo–pobre–trabajador–descartado.

Como dijimos, hay excepciones a la ambivalencia en la lealtad al papa. Desde el movimiento obrero organizado y los movimientos populares se expresa en gran medida una genuina simpatía hacia Francisco y la Doctrina Social de la Iglesia que le toca actualizar y transmitir. No obstante, no se debe dejar de tener en cuenta que los sectores involucrados con la economía popular —que desde su conciencia de dignidad piden por derechos sociales básicos como tierra, techo, trabajo y tecnología (las “4 T”)—, representan solamente alrededor de un tercio de la vida económica nacional. Lamentablemente, se carece de actores que interpelen seriamente a los representantes del capital, a quienes Francisco tiene en cuenta cuando reivindica —siguiendo a Juan Pablo II— la economía social de mercado.

Ahora bien, para los grupos menos ideologizados, que son la mayoría del «santo pueblo fiel de Dios» —expresión muy propia de Bergoglio— que peregrina en Argentina, el papa es el papa. Y se lo aprecia y respeta como tal, además por ser un compatriota, aspectos que no conmueven a los católicos argentinos enrolados en la ideología «indietrista». Esa feligresía sencilla participa y vive con júbilo los regalos que Francisco ha hecho no solamente al catolicismo vernáculo, sino a todo el país, al destrabar causas que dormían el sueño de los justos: las canonizaciones del cura Brochero, de Mama Antula y de Artémides Zatti; las beatificaciones de Enrique Angelelli y los mártires riojanos, de Mamerto Esquiú, de los mártires del Zenta y del cardenal Pironio; el impulso hacia los altares de figuras como el empresario Enrique Shaw, el sacerdote Pascual Pirozzi y el «negro Manuel», primer cuidador de la Virgen de Luján. Aquellos devotos participan, en muchos casos, de una verdadera «mística popular», apreciada y avalada por Francisco, para quien resulta fundamental el hecho de que la salvación se da en un pueblo.

En cuanto al Episcopado argentino, en estos años el papa le ha ido cambiando el rostro a partir de las designaciones de obispos titulares y auxiliares que ha hecho en diferentes diócesis del país. Así y todo, en su mayoría la jerarquía está lejos de encarnar el audaz estilo pastoral que pide el papa. Él sabe bien, como lo dijera en 2009 al recordar la figura profética del obispo Vicente Zazpe, que «esta Iglesia argentina que siempre le tuvo miedo a la Cruz y siempre fue tentada de eludir la Cruz» también a veces ha vendido «la verdad».

Desde que en 1978 los cardenales eligieron a papas no italianos, que cada pontífice visite su país natal se ha convertido en «tradición». Juan Pablo II hizo nueve viajes a la Polonia «comunista» y Benedicto XVI lo hizo tres veces a la secularizada Alemania. En muchos católicos y no católicos persiste la esperanza de que Francisco haga una visita pastoral a su pueblo, que desde hace más de una década ve deteriorarse su calidad de vida, con alarmantes cifras de pobreza e indigencia.

Ni los arrebatos de los «payasos de mesianismo» que apelan estrafalariamente a «las fuerzas del cielo» ni quienes se conducen con la impaciencia propia del mesianismo político entienden que, como dijera Francisco, «mesías hubo uno solo y ese fue Jesús, que nos salvó a todos». Los problemas de los argentinos los resolveremos entre los argentinos, pero sin dudas la visita del papa, que por encima de la polarización política siempre predicó que «la unidad es superior al conflicto», sería una auténtica fiesta popular y prenda de paz social. Como es sabido, aun viviendo en el Vaticano, Francisco sigue siendo «el padre Jorge», atento a los avatares de su patria «del fin del mundo» y siempre dispuesto a ayudarla. De todas maneras, a partir de 2013, en realidad Francisco es Pedro y eso amplió notablemente su agenda y su misión. Porque, como bien sabe desde joven, cuando ingresó a la Compañía de Jesús, su casa es el mundo entero.


Diego Mauro* Es Investigador en el CONICET y  Profesor Adjunto en la Universidad Nacional de Rosario (Argentina). Se desempeña como Coordinador Académico del Doctorado en Historia de la mencionada casa de estudios. Entre sus últimos libros se cuentan: Católicos y política en América Latina antes de la Democracia Cristiana, 1880-1950 (2019), América Latina, entre la reforma y la revolución. De las independencias al siglo XXI (2020), Devociones marianas. Catolicismos locales y globales en la Argentina, desde el siglo XIX a la actualidad (2021) y Construir el Reino. Política, historia y teología en el papado de Francisco (2023).

https://linktr.ee/diegoalemauro

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https://www.facebook.com/diego.mauro.1447

Aníbal Torres* Es profesor de grado en la Universidad Nacional de Rosario y la Pontificia Universidad Católica Argentina, y de posgrado en la Universidad Nacional de San Martín (Argentina). Entre sus últimos libros se cuentan: Construir el Reino. Política, historia y teología en el papado de Francisco (2023) y Sistemas de Partidos y Elecciones en la democracia argentina contemporánea. Actores, dinámicas y reglas en la política multinivel (2023).

https://independent.academia.edu/AnibalGermanTorres

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Foto de portada: YAY_Images-depositPhotos

3 respuestas

  1. Muy bueno está es la forma correcta de acercarnos al Magisterio de nuestro Papá Francisco, muchos que creen que Francisco debe ser el que lleve adelante la gesta liberadora que nos. debemos los argentinos , cuando recibió a el libertario bien , no les gustó, no comprenden su lugar en el mundo ni su predica como líder espiritual de más de mil doscientos millones de catolicos

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