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«Creo en Dios Padre…» En el Dios que sólo sabe ser Padre

«Creo en Dios Padre…» En el Dios que sólo sabe ser Padre. El que nos hizo a su imagen y semejanza. El que nos dio esta maravilla de ser hombres, sus hijos y su gloria. El que nos dio el gozo de respirar la belleza del mundo; el de poder encontrarnos a gusto en la familia humana. El que hace salir su sol y caer su lluvia sin distinciones. El que cuenta nuestros cabellos. El que nos regala el pan y el trabajar por el pan. El que es todo don y gratuidad. El que inventó el amor hasta el extremo. Al que nada nuestro le es ajeno. El que sólo acepta el amor a él cuando, quien dice amarle, se ha despojado de todo por los hermanos.

«Creo en Jesucristo, su único Hijo…» La misma Palabra de Dios: el que creó todo con el Padre, el que desde toda la eternidad nos amó y, aun sabiendo todas las consecuencias de muerte y de sangre, por este amor, no dudó en hacernos sus hermanos, tomar nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestra sangre para ser uno de nosotros y quedarse en nosotros.

Jesús: el nombre que fue anunciado por el ángel antes de nacer, el mismo nombre con que se cierra la revelación, con que se cerrará la historia; el nombre sencillo y apto para la intimidad, el nombre pequeño que cabe en la boca.

«Creo que fue concebido por el Espíritu y nació de una virgen…» Una jovencita en la que floreció todo el Antiguo Testamento. Llena de gracia. Madre de Dios y Madre nuestra. Causa de nuestra alegría. Casa con las luces encendidas para toda la humanidad.

«Creo que Jesucristo padeció, murió y fue sepultado» por las consecuencias de nuestros pecados… Por todos esos que cada uno de nosotros ha cometido, por todo aquello que emborronó y destruyó la obra de Dios, por todo aquello que hizo que el Hijo de Dios hiciera el mayor de los milagros: hundirse en nuestros secretos más hondos, para poder entregar su amor hasta el extremo y salvarnos.

«Creo que resucitó…» Que no fue volver a la vida de antes, sino entrar en la muerte más muerta y salir de ella con un ramo de estrellas: con la misma vida de que vive Dios, la que inició la nueva humanidad de corazones multiplicados, este milagro de ser tuyos, este único camino hacia el Padre.

«Creo que subió a los cielos…» para seguirnos amando en nuestras calles de cada día, para recordarnos que a la caída de la tarde seremos juzgados sobre el amor y por el Amor.

«Creo en el Espíritu Santo…» El Amor del Padre y del Hijo. El Abba de los pobres. El dador de los dones. El que da testimonio del amor. El que hace posible que forjemos fuego para todos.

«Creo en la santa Iglesia Católica, en la comunión de los santos…, en el perdón de los pecados…» En la Iglesia santa: porque es la Iglesia del Dios tres veces santo, el sacramento universal de salvación, el testigo de que la redención es algo real, que sucede en todos sus hijos e hijas. Iglesia santa, porque sólo así será madre y maestra, rica en misericordia y perdón, pobre y humilde: elegida de entre los pecadores para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, para que sepa condolerse porque también ella está llena de enfermedades.

«Creo en la resurrección de la carne…» Porque resucitaste también con tu carne, porque nos pediste que desterráramos el miedo a la muerte y mostraste que tu resurrección no era un símbolo, una dulce metáfora, una hermosa ilusión para seguir viviendo, y te tomaste cuarenta días para que todo esto entrara en nuestras pobres cabezas. Porque quisiste que ya no arrastráramos nuestra carne por la vida sin sospechar que se revestirá de carne eterna, ahí en tu casa, ahí donde te fuiste a prepararnos la morada.

«Creo en la vida eterna…» ¿Cómo podría acabarse tu amor si eres sólo Amor y fiel a ti mismo y a tus promesas? Éste es el sentido de tus manos que crearon, tu vida y tu palabra encarnada, tu muerte y redención, tu presencia resucitada, tu Iglesia signo de salvación, tu gozo multiplicado en nosotros.

Éste es nuestro credo, Señor nuestro, amor nuestro. Tú eres la resurrección y la vida, el que crea en ti no morirá para siempre. No hubo un segundo en tu vida, no ha habido un instante de vida en que no hayas vivido para nuestra eternidad. El cielo, bien lo sabes, lo tenemos ya desde el momento en que podemos amarte. Tus brazos ya están aquí, ya tu vida es nuestra, ya caminamos como antorchas, ya sabemos que aun toda la eternidad no será suficiente para aclarar el misterio de cuál sea el mayor de tus dones: si el de que tú nos ames o el que podamos amarte.

* * *

Te necesitamos. Es necesario que nos atrevamos a escucharte y acompañarte con los ojos y el corazón abiertos. Sólo así llegaremos a Emaús, y de ahí a la certeza de tu presencia resucitada, y al partir del pan, y al fuego de Pentecostés, y a la siembra de la tierra nueva.

Ya ves que la mayoría de nosotros nos hemos quedado a medio camino. Haz que recorramos el camino entero, como aquel grupito de pescadores y de mujeres, como todos aquellos que después de ellos han creído en el amor hasta el extremo.

Porque, a pesar de todo, seguimos esperándote, Señor. Absurdamente quizá. Pero con una terca esperanza.

Y es que sabemos que la única llama que queda en nuestro hogar, que ese rescoldo de fe batida por los vientos, certifica aún cuánto te necesitamos.

Y es que sabemos que allá, en el fondo de nuestros corazones, se sigue alzando la misma gran voz de los primeros cristianos: «¡Marana tha!» «¡Ven, Señor Jesús!»

Quizá baste una sola semilla de fe entera para comprobar que tú estás con nosotros, que somos fábulas con Dios al fondo. Para descubrir que en esta vida sólo hay un gozo importante: saber hasta qué punto te amamos y queremos seguirte.



Foto de portada: Vytautas Markūnas SDB
-Cathopic

7 respuestas

  1. Mi ignorancia es grande, pero mi deseo de ir más allá de las palabras y escudriñar en mi propia alma para tratar de entender la inmensidad de Su Amor.

      1. Magnífico tu comentario. Te sugiero que vayas profundizando en la oración contemplativa. Si te interesa, dime y te mando los vínculos a un taller en línea con el P. Alexander Zatirka SJ., Rector del ITESO.

    1. Magnífico tu comentario. Te sugiero que vayas profundizando en la oración contemplativa. Si te interesa, dime y te mando los vínculos a un taller en línea con el P. Alexander Zatirka SJ., Rector del ITESO.

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