Jürgen Moltmann fue uno de los teólogos más destacados en la teología protestante contemporánea y el de mayor influencia en el mundo católico occidental. Con su reciente partida han aparecido una serie de referencias, semblanzas y artículos de opinión sobre el teólogo reformado y sus grandes aportaciones al mundo de la teología en el siglo XX. El tema más citado en las reflexiones y publicaciones es el de la esperanza, siendo ésta su mayor contribución de acuerdo con las semblanzas que van apareciendo a propósito de su partida.
Desde mi punto de vista, no es el tema de la esperanza el foco central de su obra, sino el de la pneumatología (teología del Espíritu) y que solo a partir de ella es que podemos recuperar nuestra capacidad de reconstruirnos y de esperar algo nuevo, solidario y diferente o simplemente de recobrar nuestra capacidad de creer.
Es verdad, que logró rescatar y, colocar, la teología de la esperanza en el centro de la discusión. Sin embargo, algunos expertos sobre J. Moltmann consideran que su trilogía presentada: teología de la esperanza, el Dios crucificado y la Iglesia, fuerza del espíritu no conducen solo a una reflexión y construcción de la esperanza. Por el contrario, primero debemos mostrar el camino de la cruz, que es el reverso de la teología cristiana de la esperanza. Es trazar el por dónde debemos caminar y sobrepasar las fronteras y límites para vivir una esperanza en plenitud.
El trayecto de la cruz simboliza el horizonte en el mundo y es a su vez la expresión máxima de comunión con el Espíritu Santo, que nos comunica e introduce al «misterio» abierto del Dios trinitario; una comunicación que es horizontal y directa con la creación de Dios. Solo desde el recorrido de la cruz nuestras decisiones y certezas se ven interpeladas como signo de esperanza.
Para Moltmann era imprescindible realizar la teología de la cruz, lo que significaba, ir a fondo de la teología, junto con sus exigencias e implicaciones con el que sufre. No se puede hablar de esperanza, ni preocuparse por la salvación personal, sino se pasa primero por la experiencia de la cruz. Moltmann lo enuncia de la siguiente manera: «realizar hoy la teología de la cruz significa, tomar en serio a la teología reformada en sus exigencias: ¿Qué significa oficialmente el recuerdo de Dios crucificado en una sociedad oficialmente optimista que camina por encima de muchos cadáveres?» Pregunta que sigue siendo hoy más que nunca vigente en nuestro mundo doliente y fragmentado.
Comprender el sentido del sufrimiento y la experiencia del dolor que emerge de la misma, podemos entenderlo a la luz del Espíritu y a través del misterio de la cruz. La esperanza no es un paliativo que llega simplemente a salvarnos y a curarnos del dolor, por el contrario, debemos hacer el recorrido – el camino de la cruz – para vivir una experiencia auténtica, que nos permita reconocer desde la creación y el amor absoluto del Padre que nos acompaña en nuestro sufrimiento.
Menciona el teólogo alemán: «cuanto más se comprende la experiencia de Dios, más profundamente se le revela el misterio de la pasión de Dios». Así podremos palpar y re-conocer la historia de un mundo que agoniza y sufre, pero siempre con la certeza de que existe un Dios que acompaña, así como el grito de muerte lanzado por Jesús en la cruz, «gemido de libertad que surge de toda la criatura esclavizada». O como solemos decir en nuestros ámbitos religiosos: es cargar con la cruz siguiendo a Aquel que renuncio a sí mismo y a su identidad divina, encontrando su verdadera identidad en la cruz (Flp 2, 6-10).
Un término por destacar en la teología desarrollada por Moltmann, es el tema del pathos y que está íntimamente ligada al tema del sufrimiento. La doctrina del pathos de Diostiene su origen en la teología judaica, elaborada por Abraham J. Heschel para ilustrar el mensaje de los profetas bíblicos; y la doctrina cabalística de la Shekinah, propia de la tradición rabínica y talmúdica, revivida en el siglo XX por pensadores como Franz Rosenzweig y Gershom G. Scholem. La Shekinah es la morada de Dios entre el pueblo de Israel que es acompañado a lo largo de su historia, además es un Dios que se rebaja y comparte el sufrimiento del pueblo. Moltmann enfatiza que la «historia trinitaria de Dios», es una historia de la humillación y del dolor de Dios en el mundo. Representada desde la historia del Hijo en la que Dios experimenta el sufrimiento de la humanidad.
Este pathos es el vínculo del amor de Dios, que es el «amor trinitario», bondad que se comunica abierta y libremente. Es la teología del amor que decide comunicarse, porque Dios tiene la imperiosa necesidad del mundo y del ser humano. Moltmann lo expresa de la siguiente manera: «la teología del amor es una teología de la Shekinah, una teología del Espíritu Santo y no de tipo patriarcal sino de tipo femenino, porque la Shekinah y el Espíritu son el principio femenino de la divinidad». En palabras de San Agustín sería: «en la trinidad ves el amor, porque el amor implica tres cosas: el amante, el amado y el amor».
Lo más importante para Moltmann es el lenguaje de Dios que corresponde a un amor oblativo, y a la vez es trinitario, creador, consolador y que acompaña al doliente. Es un Dios apasionado y no impasible, porque solo mediante el sufrimiento se conmueve y se apasiona por su creación. Mostrando así el camino que conduce a la esperanza. En otras palabras, es el Espíritu de Dios que opera en la creación dentro del mundo y que infunde vida y confianza a todos. Por esta razón, la pneumatología es fundamental en la teología y pensamiento de Jürgen Moltmann después de haber escrito la teología de la esperanza en 1964.
Moltmann enfocará su reflexión y atención a la creación del ser humano. Decir que el ser humano es imagen de Dios (cf. Gn 1,27) significa afirmar una correspondencia entre la creación, la criatura y el Creador, obra de la voluntad libre del Dios trinitario; que otorga la corresponsabilidad, la gratuidad y libertad sobre la creación. No en vano tenemos la insistente invitación del papa Francisco con la corresponsabilidad de la creación y el cuidado de la misma. Para nuestro teólogo la creación corresponde a un sistema abierto, lleno de posibilidades y esperanza, donde el Espíritu de Dios se transforma en plenitud y en amor profundo, el cual torna fértil a toda la tierra.
Con el tema de la creación se abre el horizonte de la redención y de la historia, es por ello que debemos preguntarnos por el verdadero sentido de la creación y su relación con el mundo. Moltmann se preguntará seriamente: «¿Qué significa Dios para el mundo que creó? ¿qué significa para Dios ser creador de un mundo diferente? ¿qué significa esta creación para Dios?»
Sin duda Moltmann rescata el sentido de la reflexión sobre la creación y su relación con la experiencia del Espíritu. El acento está en dirección al vínculo del ser humano con la creación como presencia y plenitud de Dios en el mundo. Nuestro teólogo usará tres imágenes para hablar de dicha relación. La primera es la relación del árbol y sus frutos, en donde los frutos del Espíritu nacen de la vida humana, de manera que debemos dejar que crezcan en nosotros. La segunda relación del Espíritu es con la fuente de vida, que se derrama, transborda y fluye en nosotros. La tercera es la luz, que irradia al mundo y lo torna fértil y en abundancia.
Estas imágenes del Espíritu de Dios favorecen en la reflexión del cuerpo y su correlación con el amor a todas las cosas que fluyen en su alrededor. En otras palabras, es el amor trinitario en movimiento y que enunciábamos en la teología de la Shekinah. Dios no es alguien que se opone al mundo, sino por el contrario, es fuente de vida que proviene del árbol que produce frutos, cuya luz siempre ilumina y calienta a toda la creación.
La experiencia del Espíritu es la más importante de todas para Moltmann, ya que constituye la fuerza creadora, que mueve y experimenta el amor, la ternura y la compasión de Dios por la humanidad. Es por ello, que el amor de Dios por la creación es un amor trinitario que favorece la libertad y para nosotros es la responsabilidad y la confianza depositada por Dios de manera libre y sin límites.
Es verdad: partió Moltmann de este mundo, pero nos deja su legado y su teología la cual sigue dando frutos en el Espíritu.
Imagen: Luis Ponciano-ITESO