San Agustín de Hipona, el gran converso, el doctor de la Gracia, el retórico extraordinario, el enamorado de Dios, la inteligencia apasionada ¿por dónde se puede abordar una breve reflexión sobre él? Eso es muy complicado, no porque falten elementos, sino porque sobran. Una sola de sus frases en cualquiera de sus obras es no sólo de gran belleza, sino de una enorme profundidad.
Entre todo lo que admiro de este santo se encuentra su claridad y su apertura de pensamiento. En esta línea, me gustaría rescatar algunos de los consejos y directrices para tener diálogos auténticos y frutíferos que él y sus amigos nos comparten en «Contra académicos».
En el año 386, estando Agustín en Milán ya converso y planeando su bautismo, se retira a una finca en la villa de Casiciaco que le prestaron a él, a su hijo Adeodato y a algunos de sus amigos que también serían bautizados; los acompañaba la madre de Agustín, Mónica. Este retiro se dio en gran medida porque querían orar, reflexionar, leer las escrituras y dialogar sobre el cambio de vida que les significaría el sacramento.
Los diálogos escritos durante ese año son diálogos reales, no obras literarias de un solo autor. Dialogaban y había uno de ellos que se elegía secretario para anotar los diálogos.
En «Contra académicos» (Tratados, san Agustín, edición SEP.1986) Agustín le dice a Licencio, uno de sus compañeros, lo siguiente:
«No busques (…) lo que es difícil de hallar en todas partes; más bien explica tú el porqué de tu opinión, que sin duda has proferido después de reflexionar, y los fundamentos en que descansa, pues aun los pequeños se engrandecen en la discusión de los grandes problemas».
En este consejo, nos encontramos con varias cosas importantes para el diálogo: a) no evadir el problema debido a su dificultad; b) en un diálogo serio las opiniones deben ser fruto de la reflexión y fundamentarse, y c) aunque no seamos doctos, somos pensantes y todos podemos crecer al reflexionar y discutir problemas serios e importantes.
En otro momento del diálogo el joven Trigecio pregunta si se puede volver atrás y retomar afirmaciones que, en el transcurso del diálogo, se da cuenta que hizo a la ligera. Agustín responde:
«Sólo niegan esta licencia (…) los que disputan no por el deseo de hallar la verdad, sino por una pueril jactancia de ingenio (…) os impongo como un mandato la conveniencia de volver a discutir afirmaciones lanzadas con poca cautela».
En este consejo Agustín deja muy claro que la finalidad del diálogo no es ganar una competencia ni jactarse de agudeza de ingenio, sino el deseo de encontrar la verdad. Y luego manda a que se revisen las propias opiniones, si éstas fueron hechas a la ligera y lo descubren en el discurrir del diálogo. Esto ya nos habla de un diálogo que está dando frutos: los que dialogan se escuchan realmente y se dan cuenta de que los otros pueden tener razón, y de que lo dicho por sí mismos pudo ser vago o superficial, así que desean desdecirse o matizar lo dicho.
En otro momento el joven Licencio afirma lo siguiente:
«Ya en nombre de la libertad, que la misma filosofía nos promete dar, he sacudido el yugo de la autoridad».
Esto es: un diálogo no es una competencia entre nuestros ídolos, no se trata de creer que algo es verdad porque lo dijo Platón o Cicerón, sino de pensar por uno mismo, ponderar las razones que los otros (quienes quiera que sean) dieron, y posicionarse al respecto con razones propias.
En otro momento de este diálogo Licencio pide:
«O porque el tema de suyo es muy arduo, o a mí me parece que lo es, yo os ruego aplacéis la cuestión para mañana, pues a pesar de mi diligencia y esfuerzo reflexivo, no atino hoy en la respuesta conveniente».
A esto Agustín y los demás acceden; el diálogo no es una competencia que ganar, sino una cuestión para reflexionar, y merece su tiempo para pensar y también para dejar descansar el pensamiento y retomarlo en otro momento con nuevos bríos y frescura.
Por último, les comparto un consejo agustiniano sumamente útil en el diálogo y que no requiere más explicación:
«Cuando hay armonía sobre las cosas de que se disputa, no debe porfiarse acerca de las palabras, y el que lo haga, si es por ignorancia, debe ser enseñado; y si por terquedad, debe ser abandonado; si no puede ser instruido, amonéstesele a que se dedique a alguna cosa de provecho en vez de perder el tiempo y la obra en cuestiones superfluas; y si se resiste, dejadlo».
Imagen de portada: Julio Cesar Sánchez-cathopic
2 respuestas
Qué gusto poder leer este diálogo agustiniano de tu mano. Claridad, sencillez , belleza y profundidad
¡Gracias por el comentario!