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Barroterán, el pueblo minero que sembró un huerto

A veces se me olvida que los desiertos también pertenecen a la naturaleza. Es común escuchar que «el verde es vida», y entonces lo árido se convierte en abandono y soledad. Este pueblo del noroeste de México se vio solo, vacío y abandonado, no sólo por lo desértico sino por la extracción masiva de carbón. El lugar del que les hablo es Minas de Barroterán, dentro de la región carbonífera, del norte de Coahuila, en donde la totalidad de su terreno está concesionado a la Comisión Federal de Electricidad. Los motivos de la explotación del territorio son varios, entre ellos, la creación de minas, pozos, tajos o cuevas para la obtención de carbón. Carbón necesario para generar energía. Carbón que después usarán para fundir acero. Carbón que, según nos han dicho, «es fuente de empleo y progreso».

Para adentrarse en Barroterán hay que pasar primero por un tajo; ese montón de tierra café, con rocas y hierbas sin remediar, que está precisamente a metros antes del letrero que da nombre y bienvenida, y que introduce a lo que se puede encontrar aquí: huizaches de corteza seca y descarapelada, un cielo que al atardecer es rosa y en otras ocasiones morado. Al fondo del poblado se observan unas montañas celestes que son la lejanía de la Sierra Madre Oriental.

Foto: © Conexiones Climáticas

Crecí en Barroterán, un pueblo al que bajan los coyotes del monte en las madrugadas para comer gallinas y morder nopales. Con barrios como el de la Santa Cruz o el de Madera, donde las puertas son sábanas descoloridas de caricaturas de los años noventa. Las grandes estructuras creadas por la minería, hace más de 30 años, ahora lucen abandonadas o convertidas en basureros y refugios para personas sin hogar; es el caso del antiguo sindicato, el Casino Minero o el Mina Cine 70.

Pienso que Barroterán es un pueblo rulfiano, aunque también pudo haber sido creado por Elena Garro, Tomás Mojarro o Francisco Rojas González. En sus calles pasan caballos, cabras y becerros que conviven con habitantes que cada día venden ropa en tiendas de segunda —ahora tan de moda— a las afueras de sus casas, además de comida, porque el dinero no les alcanza.

Introducirse en Barroterán también es conocer la historia que presumimos, ya que los habitantes tenemos la «dicha», como decimos, de pasar a la historia por la explosión de las Minas Guadalupe en 1969; un año antes de que Gustavo Díaz Ordaz dejara la presidencia. Éste fue un hecho catastrófico que el mandatario únicamente mencionó en su quinto informe de gobierno como «un trágico accidente en las minas de carbón de Barroterán», tan sólo antes de decir que éstas se podrían equiparar «con las más modernas del mundo». Hoy, a 54 años de la explosión de las Minas Guadalupe, sabemos que la minería continúa igual y que las desigualdades son las mismas o quizá más profundas.

Un domingo de 2014 me puse a leer sobre minería y a entrevistar a algunas mujeres viudas que ha dejado la industria del carbón. Esa misma tarde vi toda clase de documentales sobre las minas de Coahuila. En todos los videos salía Cristina Auerbach, reconocida activista de la región, cuyo testimonio se alejaba de la máxima de la grandeza y riqueza de la zona, para enfocarse, más bien, en las personas responsables de su explotación y en la falta de seguridad para sus trabajadores. Cristina no nombraba a los mineros como muertos sino como víctimas. Ahí comprendí lo que pasaba con la minería en mi región.

Cristina es directora de la Organización Familia Pasta de Conchos y, gracias a ella, hemos podido ver la realidad de las minas. Por ella sabemos que no son «normales» las muertes de los mineros, y que tampoco compartimos ese culto al carbón.

Hasta hace muy poco, en Barroterán, lo único sembrado eran los envases quebrados de cerveza que la tierra se había tragado con el tiempo. Pero en mayo de 2022 la comunidad del pueblo se unió y sembró por primera vez un huerto en el Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos del Estado de Coahuila (CECyTEC). Todos participaron: alumnos, maestros y padres de familia.

Desde 2021 uno de los principales aliados de la comunidad ha sido el colectivo Conexiones Climáticas, liderado por Pablo Montaño, que ha viajado en múltiples ocasiones a nuestro pueblo no sólo para concientizar a los habitantes sobre la crisis climática, sino para entender su contexto e impartir talleres de organización comunitaria. Fue por idea de Pablo, con apoyo de Cristina Auerbach y de la Iniciativa Climática de México, que el huerto se hizo realidad.

Para dar rumbo a ese proyecto se invitó al ingeniero Rodolfo González, «Rodo», al que recuerdo con todo su entusiasmo. Él ha construido infinidad de huertos por todo el país. En esa ocasión viajó desde Jalisco para los preparativos del huerto.

Foto: © Conexiones Climáticas

«Ya no te salgas, que ahí andan»

Ésta es una frase común que suelen repetir las madres de los jóvenes habitantes de Barroterán. Y es que nuestro pueblo es clave para el crimen organizado; los cárteles de las drogas lo utilizan como vía para pasar a otros lugares. La mayoría de las terracerías fueron hechas por ellos. A su paso, cientos de jóvenes se han sumado a sus filas para salir de la realidad de las minas y las maquilas.

En ese contexto de inseguridad conocí hace ocho años a Valentina Mireles, en el CECyTEC. Recuerdo que su lugar favorito era la esquina del salón. Ella era toda una líder de su grupo de amigos.

En 2022 Valentina me acompañó para impartir un taller en el CECyTEC, como parte de las actividades de Conexiones Climáticas. Ella trabajó en las maquiladoras instaladas en la región, otra de las fuentes de empleo más importantes, después de las minas.

En la maquiladora los sueldos son de mil 300 pesos semanales; el más alto ronda los mil 700 pesos. Valentina juntó el dinero suficiente para poder titularse como licenciada en Derecho, y más tarde como maestra en Derecho Penal.  Sin embargo, aun con estudios, para ella y los demás profesionales del pueblo, todo se reduce a maquilas o minas.

En algún tiempo Valentina se planteó irse a Estados Unidos en busca de un mejor salario. Migrar es una alternativa para los jóvenes; muchos de ellos se van a trabajar desde los 15 años. La mayoría de las veces ya no regresan y no vuelven a ver a sus familias, pero Valentina decidió quedarse en Coahuila.

Educar y sembrar

El huerto creado por estudiantes y profesores implicó toda clase de talentos. Las camas del huerto, en forma circular, están elaboradas con bandas de minas (hechas de hule y utilizadas para transportar el carbón al interior de estos lugares). Las semillas ahí sembradas fueron lechuga, jitomate, sandía y otros frutos que, contrario de lo que siempre se nos dijo, brotaron en una tierra que creíamos imposible cosechar por lo desértico o por lo contaminada que estaba debido a los residuos del carbón.

Ciertamente, estos residuos han afectado de múltiples maneras al pueblo, pues el carbón se somete a diversos tratamientos para hacerlo «más puro», y lo que no sirve o no se utiliza se abandona en predios cercanos a las comunidades. Respirar partículas y emisiones de carbón trae consecuencias como enfermedades respiratorias y, en algunos casos, diabetes. Por nuestra historia sabemos que en los años ochenta y noventa hubo muchas muertes prematuras a causa de esto.

Conocí a Heriberto Pacheco como maestro de cálculo integral. Participó en el huerto midiendo el radio y realizando las operaciones necesarias para calcular las líneas en donde se hicieron las excavaciones de las zanjas, a fin de que quedaran lo mejor posible. Pacheco no se quedó sólo en los números, también ayudó a los alumnos a acarrear carretillas de estiércol y rellenar con tierra las camas para la siembra. Es un profesor talentoso, le gusta el canto, domina el arte de la confección y ha representado al pueblo de Barroterán en distintas ocasiones.

Con Diego Castillo, titular de la materia de inglés, tuvimos una charla amena en la que recordó cómo al principio de su carrera trabajó en una maquiladora, lo cual provocó que, erróneamente, les exigiera demasiado a sus alumnos y los viera como máquinas. El tiempo lo hizo cambiar. El 25 de octubre de 2022 cumplió 12 años como docente. En el huerto participó sembrando semillas, y su emoción fue tan grande que también instaló uno en su casa. «El huerto encendió en mí una llama que tenía apagada», me dijo.

Asimismo, la maestra Isabel Anguiano Chávez, que lleva 17 años educando a los estudiantes de preparatoria en la rama de tecnologías y aplicaciones, también colaboró en la creación colectiva. Toda su familia participó en el huerto y, al igual que el profe Diego, tiene su huerto en casa.

Isabel es conocida por utilizar las redes sociales y viralizar el trabajo que hacen sus estudiantes, que además de las calificaciones, cuentan con otras habilidades. Ha asesorado a alumnos en concursos nacionales de prototipos de robótica desde el año 2008. De esta manera busca abrir los horizontes a los jóvenes de Barroterán y, en sus palabras, «el pueblo no sólo es minero, pues tiene talento en otras disciplinas y áreas».

Isabel explica que «el huerto ha sido un parteaguas en nuestra comunidad». Conversé con ella en un salón de clase cuyas paredes estaban decoradas con carteles y mensajes que impulsaban la igualdad de género.

Por cierto, el huerto lleva por nombre Huerto Inexplicable. El nombre surgió por iniciativa de una estudiante que aseguró que todo el proceso le había parecido inexplicable, y porque demostró a todas y todos que los sueños se pueden cumplir. Tiene razón: sembrar vida en una tierra lastimada por sangre de cientos mineros muertos es un sueño real. 

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