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Autoconocimiento, personalidad y espiritualidad 

Es común o relativamente común escuchar la frase o la idea de la importancia de «conocerse a sí mismo» cuando las personas nos preocupamos por nuestro desarrollo personal, como se menciona en la entrada al oráculo de Delfos. También el dicho de que «la relación que tenemos con nosotros o nosotras es imprescindible para las relaciones con los demás». Pero ¿qué tiene que ver eso con la espiritualidad? 

En este texto retomo la idea sobre la diferencia que propone Descartes al separar alma y cuerpo como una respuesta a una época, pero que, poco a poco, se fue superando e integrando en un continuo, que he ido explorando en estas reflexiones entre interseccionalidad, la espiritualidad y la psicoterapia. 

El ideal es verlas como dos condiciones que van de la mano y que abonan a la evolución del ser humano, en una misma línea; desde las necesidades básicas o materiales hasta los niveles de trascendencia, como la que propone Ken Wilber en su libro Después de Edén al referirse a la psicología transpersonal. 

La personalidad  

La Real Academia Española define a la personalidad «como la diferencia individual que distingue a una persona de la otra». Este término nos vincula con los modos de proceder en la realidad y el fenómeno de la individualidad, que no sólo es un efecto del cuerpo, sino que también se ve afectado por la relación con el espíritu o las experiencias místicas. 

En otro orden de ideas, la personalidad también se podría vincular con la identidad, que es el resultado de las interacciones más significativas que hemos tenido y que dan cuenta de preferencias o comportamientos en relación con otras personas en un contexto social y en la relación con uno mismo —de una manera más amplia y precisa lo define el psiquiatra Juan Luis Linares para explicar fenómenos como la esquizofrenia. 

Muchos expertos han tratado de definir esta condición de los seres humanos desde la psicología y han dado con varios resultados. Por ejemplo: en los años cincuenta Meyer Friedman y Ray Rosenman vincularon un conjunto de comportamientos del individuo con las enfermedades cardiovasculares, y lo describen como la personalidad A, que incluye competitividad, necesidad de reconocimiento y prestigio, poca tolerancia a la frustración, entre otras características. Aunque actualmente los estudios han encontrado que hay varios factores que posibilitan estas afecciones cardiacas y no es determinante lo que se pensaba de la personalidad A, pudiéramos tomarlo como factor que aumenta las probabilidades de que suceda —como mencionan María Marta Richard y Sebastián Urquijo en su artículo Trastornos de personalidad y episodios isquémicos agudos. Determinación de perfiles de riesgo— y que es importante reconocer en uno mismo para cambiarlo y procurar la salud. 

Por último, propongo la reflexión de la personalidad desde el eneagrama; herramienta más cercana al desarrollo personal, también más compleja y posiblemente ambigua para algunos científicos; aun así, quisiera vincularlo al tema del desarrollo personal y espiritual. 

El eneagrama se compone de nueve personalidades, su contenido fue traído al mundo occidental por Oscar Ichazo y más recientemente por Carlos Naranjo, psicoterapeuta y psiquiatra chileno. 

Una diferencia con la propuesta de personalidades vinculadas al problema de la salud es que el eneagrama define las personalidades desde nuestras «heridas» o traumas de la niñez y de cómo, a partir de ello, generamos una serie de creencias y comportamientos que nos permiten interactuar con nuestra realidad. Por ejemplo, hay quienes vivieron entre la aceptación y el rechazo, otros tantos que se vieron motivados por el éxito o el miedo al fracaso, otros que vieron la fuerza de la voluntad y de superar grandes retos con miedo a la humillación, y así podría seguir enlistando características, que generan escenarios que el individuo toma como parámetro para las decisiones en su vida. 

Lo interesante en esta propuesta es la posibilidad de ver tu comportamiento dentro de estos diferentes aspectos y desde un entendimiento sobre tu actuar, en relación con el desarrollo humano. Cuando la herramienta es exitosa lo más probable es que seas consciente de las dinámicas constructivas y, a partir de ello, elijas condiciones o elementos constructivos y dejes algunos malos hábitos, que son las dinámicas destructivas. 

Como ejemplo, la personalidad número 1 busca hacer realidad los valores en este mundo, como la justicia o la libertad. Esto implica que si eres un líder de alguna institución o proyecto, la dinámica que se podría observar sería un conjunto de decisiones que inviten a los integrantes a ser justos, prudentes y a respetar y no abusar de los demás. Por el contrario, cuando llegan los malos momentos, podrías hablar con ira, pero sin reconocerlo, utilizar una voz «amable» y en el fondo estricta, negándote a los placeres como si fueran algo prohibido o indeseable. 

Oración, meditación y personalidad 

Al conocer tu personalidad o las principales dinámicas que rigen tu comportamiento puedes influir en la relación con los demás, hacerte responsable de tu participación en «el mal o el pecado» que habita en este mundo y entender la «patología» que está implicada, como lo comenta Claudio Naranjo en su libro El eneagrama de la sociedad, y tener una perspectiva más evolucionada en la que no solamente busques la supervivencia y la comodidad, sino que puedas desarrollar los aspectos más complejos del ser humano, tal como lo hizo Jesús  hace más de dos mil años. 

En general, no es sencillo animarte a habitar tu mundo o tu experiencia, como lo menciona Esteban Laso. Puede ser preferible mantener nuestra personalidad desintegrada o con un comportamiento desajustado, en un diálogo como «Así soy o así debemos de ser, para poder lograr los objetivos en nuestras vidas», justificando actos destructivos y autodestructivos. 

Asumir el reto de conocerte, hacerte responsable de tus dinámicas o decisiones y procurar elegir aquellas que te generan una mayor armonía contigo mismo y con los demás es parte del desarrollo espiritual que implica reconocer e interactuar con lo trascendente. 

El no hacer pausas para decidir sobre nuestra vida y detenernos a pensar qué es lo mejor que podemos hacer, desde una perspectiva contemplativa y humilde frente a nuestra condición humana, nos lleva a mantenernos en función de nuestras pasiones desordenadas y nos aleja de un mundo de paz y amor profundo. 

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