«…La puerta del corazón de Dios está abierta…» Estas palabras retumbaron en mi corazón el pasado 24 de diciembre, en la noche de Navidad, cuando el papa Francisco abrió la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro y se dio inicio al Año Jubilar de la Esperanza.
El Año Jubilar viene de una tradición muy antigua que se describe en el Antiguo Testamento, en el capítulo 25 del libro del Levítico. Dios le da unas indicaciones preciosas a Moisés en el monte Sinaí. Se hace énfasis en la importancia de darle un «descanso» a la tierra después de siete años de trabajo. Además, se deberá compartir la cosecha con los siervos, los jornaleros, los extranjeros y los animales. Es decir, será un tiempo para hacer menos y compartir más.
«Después de pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, al llegar el día diez del séptimo mes, harás resonar el cuerno. Será entonces el día del Perdón, y harás resonar el cuerno en todo el país. El año cincuenta será para ustedes un año santo, un año en que proclamarán una amnistía para todos los habitantes del país. Será para ustedes el Jubileo» (Lv 25, 8–10).
Esta costumbre de dejar descansar la tierra después de un periodo de trabajo se mantiene aún en muchos de los pueblos originarios de América. Ellos, maestros de la ecología, entienden la importancia de dar gracias a Dios por la tierra y trasladarse a otro espacio para revitalizar el lugar donde siembran y cosechan.
La Iglesia comienza a celebrar el Año Jubilar a partir del año 1300 bajo el pontificado del papa Bonifacio VIII. No obstante, ya antes existían algunas iniciativas, como el gran «perdón» que san Celestino V quiso conceder a todos los peregrinos que se dirigían a la Basílica Santa María de Collemaggio. En esos años se concedían “indulgencias” a quienes peregrinaban a Santiago de Compostela, la Porciúncula y otros destinos más.
Hoy, la gracia de la tradición de nuestra Iglesia se renueva con el papa Francisco, quien nos invita a vivir un Año Jubilar convocado el 9 de mayo de 2024 en la Basílica de San Juan de Letrán. El papa describe este Año Jubilar con palabras que tienen un significado muy profundo: esperanza, renovación, reconciliación, liberación, peregrinación, compasión, oración, misericordia y paz, entre otras. Este Jubileo el papa lo enmarca en un contexto social muy complejo, permeado por la guerra, la desigualdad, la injusticia, la migración, la crisis espiritual y la grave crisis ecológica. Todo esto podemos escucharlo, verlo o leerlo y pensar que son cosas lejanas o que simplemente no tocan nuestra sensibilidad personal, pero esta realidad grita más fuerte de lo que nos damos cuenta.
Por esta razón, creo que es fundamental que, bajo todo el simbolismo de lo que es un año jubilar, cada uno pueda apropiárselo y darle un significado en su historia personal. Este tiempo puede convertirse en un hito vital en la vida de cada persona. Es un año en el que Dios, por medio de su Iglesia, nos invita a celebrar juntos, llamándonos a todos, una y otra vez a encontrarnos con su abrazo amoroso, con su rostro de paz, y a sentir que Él no nos deja nunca.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? En todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 35–37, 38–39).
Nada podrá apartarnos del amor de Dios y la puerta de su corazón está abierta. Esta es nuestra esperanza. Tenemos la libertad de decidir si entramos o no por la puerta que es Cristo, pero, si nos aventuramos a entrar por la puerta del Amor y ser portadores de la Esperanza como peregrinos, nuestra vida y este periodo histórico se convertirán en una apuesta por renovar nuestro Principio y Fundamento cristiano.
Es el momento de salir de nosotros mismos y sentir que vivimos un peregrinaje interior de manera profunda, más allá de trasladarnos a un lugar concreto. Nuestro camino se va haciendo en los espacios donde la vida es cotidiana: nuestra propia casa, nuestros vecinos, nuestros lugares de trabajo, de estudio. Sobre todo, la invitación de peregrinar se hace mucho más fuerte para ir donde pocos van: los enfermos, las cárceles, los pobres o aquellas personas de las que nos hemos alejado. Es el año para vivir la experiencia del perdón, con nosotros mismos, con Dios y con quienes tenemos asuntos por resolver.
El Jubileo es el nuevo comienzo. Dejamos «descansar» la tierra de nuestra huerta interior de aquello que le hace mal, que la vuelve infértil, que la seca y le quita vida. Jesús, con su encarnación, nos invita a sentir que Él mismo es el cumplimiento del «año de gracia del Señor». Él es quien ha venido a sembrar en nosotros la Palabra y hace de todas las cosas, nuevas.
Todas las personas estamos invitadas a esta gran misión de celebrar y soñar juntos el Jubileo, de ser portadores de la Esperanza y de ser los bienaventurados que trabajan por la paz. Es el año para tener la oportunidad de escribir una historia personal diferente. Es el momento de unirnos a nuestra iglesia local y concretar la sinodalidad, que nuestras pequeñas comunidades de fe se vuelvan familia y que juntos sintamos que la muerte, la guerra, la destrucción o los poderosos no tienen la última palabra.
Este año que comienza viene con algunas preguntas: ¿Cuál será la puerta de nuestra vida que queremos abrir para los otros? ¿Qué puertas quisiéramos atravesar? ¿A dónde peregrinan nuestros sueños? Y finalmente, ¿dónde está puesta nuestra esperanza, aquella que jamás defrauda?
Un comentario
Fascinante!