A 56 años ¿qué nos deja el movimiento estudiantil de 1968?

Para la conmemoración de un aniversario más de la matanza de Tlatelolco, partamos de un presupuesto muy obvio que, como jesuitas y universitarios, nos acerca generacionalmente con el movimiento estudiantil del 68: la crítica al sistema capitalista. En efecto,

  • El modelo económico actual ha ampliado la brecha entre ricos y pobres, ha profundizado los procesos de explotación y opresión con la precarización del empleo y la concentración del ingreso, ha depredado ecológicamente la totalidad del planeta, ha contribuido a la deshumanización palpable del orbe.
  • Como planteaban los estudiantes del mayo francés, o del movimiento mexicano del 68, es necesario revertir la historia, subvertirla, lanzarla en otra dirección.
  • Hoy, sin embargo, tenemos más claro que hace cincuenta años que el horizonte utópico debe ser la construcción de una civilización del trabajo y la austeridad como sustitutiva de la civilización del capital y el desperdicio.
  • Hoy como ayer, un primer paso tendría que ser alimentar y provocar una conciencia colectiva de cambios sustanciales.
  • Luego crear modelos económicos, políticos y culturales alternativos.
  • Se trata, pues, de pasar de una civilización que hace de la acumulación del capital el motor de la historia, de su posesión y disfrute elitista el principio de humanización, a una civilización de la austeridad compartida, una civilización de la pobreza digna, del trabajo.
  • Sin embargo, también sabemos ahora que no hay una linealidad o necesidad inexorable que determine el curso de la historia en esa dirección.

Necesitamos pues, recoger las experiencias históricas anteriores para desideologizarlas, historizarlas y aprender de ellas. Este es el sentido de que ahora volvamos a ver los acontecimientos del 2 de octubre de 1968: se trata de mirar atrás para lanzar la historia hacia adelante, hacia una mayor liberación, una democracia más profunda, y una justicia social más abarcante.

El movimiento estudiantil de masas de 1968 se origina, como sabemos, en hechos de represión muy concretos. Pero conforme avanza, va adquiriendo gradualmente conciencia de que, en realidad, lo que en el fondo pretende es algo mucho más de fondo:

  • Conseguir la instauración de una democracia formal representativa, sin exclusión de ninguna fuerza social; en esto se traducía la demanda de apertura democrática.
  • Conseguir un estado popular de derecho, respetuoso de la Constitución y de los derechos fundamentales de las personas, incluidos lo de las minorías.

Puede pensarse que el proyecto daba de sí para muy poco. Pero no era así. Y eso lo entendió perfectamente el régimen de entonces.

  • Negativamente planteado, el movimiento estudiantil no estaba de acuerdo con la situación estructural entonces vigente en el país, es decir, no sólo con las cosas malas que fueron ocurriendo y que ocurrían frecuentemente, sino con las causas estructurales que las originan y determinan.
  • Positivamente dicho, el ideal utópico que el movimiento estudiantil perseguía, sin definirse por un sistema económico-político determinado, era propiciar una sociedad donde reinara la justicia, la democracia, la libertad y la solidaridad, y en la que se dieran las condiciones materiales objetivas que las posibilitaran.
  • En el orden de lo real, proponía un cambio social de carácter estructural: «seamos realistas, pidamos lo imposible», decían.
  • Por esto la reacción tan airada y violenta del régimen. El status quo estaba puesto en cuestión.
  • Los estudiantes del 68 historizaron, por ejemplo, el concepto de propiedad. Aun hoy se dice, por ejemplo, que la propiedad genera iniciativa, libertad personal, etc., pero de hecho genera lo contrario en el conjunto de ese determinado cuerpo social: genera, de hecho, esclavitud de las mayorías, exclusión, falta de incentivos sociales. De esta manera, la propiedad en cuestión no es la propiedad requerida para ese cuerpo social; es más bien su contradicción, puesto que causa efectos contrarios. El movimiento del 68 fue, pues, desideologizador.
  • Más adelante, en los movimientos armados que surgieron de la represión del 68, se historiza también el concepto de democracia. Decían, como Rosa Luxemburgo en su momento, que la dictadura del proletariado consiste en el modo en que la democracia se utiliza, no en su abolición. Hay siempre un «sesgo de clase» inscrito en el marco procedimental vacío de la democracia. La democracia del régimen de 1968 tenía un sesgo empresarial, capitalista, conservador; entrañaba una lógica exclusivamente hegemónica. Por eso había y hay que intentar cambiar las reglas, toda la lógica del espacio político. Para garantizar la hegemonía popular, verdaderamente incluyente, hay que actuar sobre el “sesgo de clase” de la democracia.
  • El movimiento del 68, en nuestro país y en las otras latitudes en donde emergió, se proponía incidir primordialmente en la conciencia colectiva de los ciudadanos: era, objetivamente, antes que nada, un movimiento cultural.  La batalla primera que había que ganar era la de las ideas. Esa conciencia colectiva suponía un conjunto de aproximaciones a la realidad, de saberes, de valores, etc., que pretenden ser interpretación correcta de nuestra sociedad a la par que dinamismo «cultivado» para su transformación. Era, además, configuradora de conciencias grupales e individuales. Los estudiantes pretendían que, a través de la conciencia colectiva, se llegara a tomar conciencia refleja de la inmoral e irracional situación del mundo y del país, de la esperanza de cambios democráticos necesarios y de la viabilidad racional de esos cambios. Querían, también, alcanzar aquellos centros de decisión, institucionales, grupales o personales, que todavía hoy deciden cuestiones importantes de la marcha de la sociedad.

El movimiento del 68 fue la irrupción de la política en lo político

  • Para Alain Badiou lo político es la gestión de lo público, de suerte que el sistema se reproduzca y siga funcionando establemente. El objetivo de lo político en las democracias liberales es únicamente el orden. Sus espacios son los partidos políticos, el parlamento, las instituciones representativas y los aparatos administrativos y jurídicos. Para él, «el único elemento subjetivo de esas políticas es el interés».
  • Se trata de la política de la representación, o bien «policía»: es la política liberal, cooptada por el capital. Es la que los estudiantes del 68 confrontaron en la persona de Gustavo Díaz Ordaz.
  • Pero para Badiou existen otras políticas, entre las que está la política de la emancipación (o simplemente “la política” en su terminología), que es la política militante, de lo imposible.
  • En palabras del propio Badiou: «Sólo declarando querer lo que el conservadurismo decreta como imposible, y afirmando las verdades contra el deseo de nada, uno se separa del nihilismo».
  • Demandar lo imposible, como en el mayo francés, era absolutamente realista, era oponer a «una ética de comparsa del estado de la situación» otra de las verdades, rupturista, militante.
  • Esta posición supone una liberación o ruptura cognitiva, que se activa en tanto política, que se materializa en la realidad.
  • Da lugar entonces al «acontecimiento» como «ruptura en la disposición normal de los cuerpos y de los lenguajes tal como existe para una situación particular». «Un acontecimiento es la creación de nuevas posibilidades». Eso fue el movimiento estudiantil de 1968: un acontecimiento que quiso forzar lo imposible en dirección de lo posible, algo que impelía a decidir nuevas maneras de ser.
  • El movimiento del 68 fue una sorpresa, justo igual que el movimiento Yo Soy 132, muchos años más tarde: «todo acontecimiento es una sorpresa» porque es la irrupción de la posibilidad de lo imposible.
  • Con su respuesta, el régimen diazordacista, es decir con la represión, el estado de la situación mostró su potencia y aseguró de esa manera el cautiverio, la castración y, en algunos casos la cooptación institucional. Se consolidó así el régimen posrevolucionario priísta, como un mal infinito, en términos del propio Badiou.

La espiritualidad ignaciana es, antes que nada, una espiritualidad situada, es decir que actúa siempre en un contexto determinado y no se abstrae de la historia. Es la espiritualidad que nace de la mirada con que “la Trinidad mira al mundo”, una ojeada escrutadora, analítica y cuya finalidad es “hacer redención”, actuar para transformar la realidad.

Por eso, hoy como ayer, como hicimos con el movimiento del 68 y con el Yo Soy 132, las instituciones confiadas a la Compañía de Jesús seguimos optando por acompañar a los movimientos juveniles. Ellos son el germen del futuro, son el presente de la historia, y tenemos una responsabilidad indeclinable en su origen y en su destino.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Síguenos en nuestras redes sociales
Suscríbete al boletín semanal

    Enlázate con
    Previous slide
    Next slide