Luisa Huertas, una carrera forjada a base de decisiones  

Como equipo editorial de la revista Christus, nos complace presentar una serie de entrevistas realizadas a mujeres diversas, con contextos y creencias distintas.

Consideramos que es necesario amplificar su voz, especialmente de aquellas que han sido relegadas, para poner atención a su experiencia tal como la cuentan. Estas historias pueden ser disruptivas en algunos casos, pero es primordial enfatizar sus proyectos y militancias de vida, y recuperar relatos llenos de esperanza. Necesitamos escucharlas para conocer más profundamente el mundo en el que estamos y la misión que se nos llama a vivir como Iglesia de Jesús, quien se ha encarnado en cada uno de nosotros.

Las siguientes historias no necesariamente representan la opinión de la revista. A través de esta serie de textos, esperamos contribuir al diálogo sinodal propuesto por el papa Francisco y destacar la necesidad de incluir voces diversas en la reflexión y acción pastoral de la Iglesia.

Eran las cinco de la tarde de un lunes de febrero. Percibí el clima templado y armónico, entre ligero pero con un viento fresco que daba notas a jacarandas. También el humo de las hamburguesas de un puesto ambulante que se mezclaba con el aroma del chocolate caliente que merendaba una decena de personas en el café Tierra Garat de la Condesa. Todo a mi alrededor presagiaba un momento de descanso entre las personas que deambulan cotidianamente en la Ciudad de México. 

Ahí, en la acera, degustando un chocolate en agua, me encontré con una mujer de mirada firme, casi militar y de voz franca. Su sonrisa estaba en sintonía con cada movimiento y expresión de su cuerpo. Su rostro lo hemos visto en infinidad de obras de teatro: Luisa Huertas, es primera actriz del cine mexicano y, en ese escenario chilango, me regala un momento de su tiempo para hablar de sus más de 50 años de trayectoria artística. Tiempos de subidas y bajadas, de decisiones fuertes que la han convertido, entre otras cosas, en un icono de la cultura popular de la Ciudad de México. 

Era el año de 1969 cuando la joven Luisa Huertas se armó de valor, algo que la caracterizaba desde pequeña y se decidió a ser actriz. Luisa me cuenta que fue un momento difícil pero decisivo, pues había que jugársela entre dejar su trabajo de quincena segura o hacerle caso a su yo de pequeña. Entonces le pagaban poquito, pero era una paga segura; una comodidad que le proporcionaba tranquilidad, pero que no le cubría la necesidad más importante: la satisfacción de dedicar su vida a ser actriz. Tiró la moneda al aire. Un volado para nada fácil, pues lo vivía con inseguridad y miedo, pero eso, a decir de Luisa, fue la primera decisión importante de su vida. A partir de entonces nada sería igual. 

Foto: Omar Ballesteros.

Decidir es ver más allá 

En 1970 Luisa, recién casada, acudió a una cita con un director de escena en un teatro de vodevil, rodeado de barrios y carteles de obras picarescas. En el escenario reconoció a otras grandes compañeras. Luisa atendió la invitación porque conocía al director desde muy pequeña, e incluso él le había dado trabajo a su esposo en una pastorela, cosa que valoró mucho, ya que por esos tiempos era difícil tener un trabajo.   

La obra que debía interpretar era Lisístrata, cuya trama es una joya: las mujeres, lideradas por Lisístrata, cansadas de ser abandonadas por sus esposos debido a la guerra y descontentas con los resultados obtenidos por los hombres en el conflicto hasta ese momento, deciden hacer huelga sexual y buscar la paz por su cuenta. Luisa estaba feliz y emocionada pues por fin iniciaría su carrera. Sin embargo, el rostro de Luisa se tiñó de gris. Se aproximaba otra decisión importante pues la Lisístrata sería una adaptación moderna y, a pedido del director, las intérpretes, todas jóvenes y con buen cuerpo, tendrían que salir en bikini. 

“Tuve que tomar la decisión de decir sí o no. Por el cariño que yo le tenía al director y porque me daba mucha pena decirle que no, sabiendo que lo hacía por ayudarme económicamente, por darme trabajo, pues”, dice Luisa. 

Era una decisión difícil, pues el director la había invitado con toda la buena intención, pero a Luisa le daba pena decirle que no. Pero, por otra parte, reflexionó y vio más allá: “Yo pensé que al interpretar este papel al inicio de mi carrera, en una obra donde salgo medio encuerada, el siguiente director que me llame me querría que haga lo mismo”. 

Luisa me cuenta que varias compañeras suyas,  independientemente de su talento o no, se hicieron muy famosas en poco tiempo por sus desnudos. Pero ella no quiso empezar así su carrera; pensó que quizá la había regado, pero su pudor fue un detonante en la decisión: “Sí usaba bikini, ¡pero en la playa! No se me antojaba usarlo en el teatro. A menos que hubiera sido la obra de Emilio Carballido Fotografía en la playa, en donde todos los personajes tienen una escena en la playa”, recuerda entre risas. 

Construir personajes a partir de la interpretación 

Luisa me cuenta cómo interpretó, para el cine, varios papeles con personajes de trabajadoras sexuales. Cada uno era diferente y para nada “un típico cliché”, dice la actriz. 

El primero, en 1995, en la película Sin remitente, en la que trabajó por primera vez con el director Carlos Carrera; después, en un corto de Moi Urquiri, y, finalmente, la emblemática Dionisia en El crimen del padre Amaro, del año 2002, nuevamente dirigida por Carlos Carrera. Luisa construyó a Dionisia a partir de la idea del exilio; la mujer se había ido del pueblo y se había hecho prostituta. Pero con el tiempo, y a su retorno a casa, Dionisia se había convertido era una mujer muy persignada y con una devoción muy especial, casi llevada al límite; en cada acción purgaba sus pecados y era una manera de  justificarse. 

Luisa recuerda que mucha gente se escandalizó con la escena en la que Dionisia le da una hostia al gato. “Pero es todo lo contrario”, dice, “Dionisia es una mujer que adora a sus gatos tanto que son su familia. Tiene fe y por eso le da el cuerpo de Cristo, porque lo quiere curar”, expresa Luisa mientras recuerda aquel personaje tan entrañable. 

La actriz  me explica que para la construcción de cada personaje trabaja en conjunto con el director. En el caso de Dionisia, el guionista Vicente Leñero conjugó a tres personajes de la novela de Eca de Queirós —en la que está basada el guión—; Luisa leyó la obra y el guión y trabajó el personaje y su sentido, y después consultó al director, que estuvo de acuerdo con los matices que ofrecía ese personaje. 

Para Luisa, el primer acto de fe que tiene que hacer una actriz para lograr la magia es crear la ficción: “Creerte lo que vas hacer en el escenario”. Dice que el arte al que está dedicada, y que ama profundamente, así como la cultura, la educación y en especial la actuación, son, para ella, elementos con los que construye una noción propia de fe, basada en la dignidad. 

Luisa se ha consagrado como una de las mejores actrices de México. Ha impulsado en conjunto con la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) talleres de manejo de voz con el objetivo de socializar sus saberes y permitir llegar a personas que no cuentan con recursos para pagar una carrera de preparación teatral. 

La vida y la carrera de Luisa están marcadas por la toma de decisiones. Es por eso que Luisa apoya también el derecho a decidir que tiene la mujer. A pesar de que sabe “que abortar es una de las peores cosas que puede pasar una madre”, está consciente también de que es una irresponsabilidad traer hijos al mundo si no hay las condiciones para quererlos y cuidarlos. 

“Se me hace dolorosísimo que haya bebés que crezcan mal porque sus mamás no los querían. Por eso estoy de acuerdo con el aborto, y porque hay muchas mujeres que se someten a abortos en pésimas condiciones y terminan muertas. Es cuestión de ética. Yo soy madre y ha sido lo mejor que me ha pasado, y ahora que soy abuela pienso que ha sido lo mejor que le ha pasado a mi hija y a mí, pero eso no me hace cerrar los ojos a lo doloroso que es que una mujer aviente un hijo al mundo porque no tuvo de otra pero y no lo forme, no lo eduque.” 

La conversación termina casi a las seis de la tarde. Los barrenderos empiezan a limpiar las avenidas circundantes, los meseros toman la orden de los comensales que van tomando los bares y restaurantes. Las personas caminan apuradas de regreso a su casa. Se siente el ajetreo de la ciudad; los microbuses llenos con portafolios y mochilas saliendo por las ventanas. Veo a Luisa Huertas sentada y entiendo cómo en ella radica la esencia de esta ciudad y lo progresivo de sus decisiones. Luisa acoge al prójimo, así como la capital acoge a miles. No por nada en el año 2019 Luisa Huertas fue reconocida como Patrimonio Cultural Vivo de la Ciudad de México, por sus 50 años de trayectoria. 

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