Todo aquel que ha estudiado economía ha escuchado aquella famosa máxima que afirma que la razón de ser de esta ciencia es el estudio de la distribución de los bienes escasos. En otras palabras, si no hubiera escasez, la economía no tendría razón de ser. Esta mera afirmación tiene muchas implicaciones y formas de abordaje, una de las cuales nos orilla a tratar el tema de la escasez como un mero cálculo de variables. A más variables, más complejidad, pero variables al fin, con leyes estrictas como las de la física, las matemáticas o la biología.
Si bien no se niega su naturaleza de ciencia social, se ha dado un énfasis dominante a su parte matemática, y aquellas propuestas que invitan a enfatizar el aspecto social son denominadas “economías alternativas”. Si tan solo dejáramos de señalar como “contrastante” el enfoque “tradicional” respecto de los alternativos y lo viéramos como parte de un mismo todo, podríamos dar una amplitud y profundidad integral a conceptos que solemos definir de manera limitada.
En este artículo profundizaremos en dos aspectos en particular: la escasez y el trabajo, y de cómo una visión más amplia de estos nos permite desafiar los esquemas de pensamiento tradicionales, para aterrizar en un sistema “alternativo” de provisión de servicios denominado banco de tiempo. Sobre este concepto hablaremos de cómo este contribuye a la solución de uno de los problemas más grandes de la economía y de la sociedad: la desigualdad, entendida como “el fruto de un crecimiento económico injusto, que prescinde de los valores humanos fundamentales”, según palabras del Papa Francisco.
Comencemos hablando sobre la escasez. Cuando hablamos de un producto escaso el principal temor es que no todos aquellos que lo necesiten puedan tener acceso a él. Es por ello que, en teoría, ese producto debe administrarse con inteligencia para llegar a todos aquellos que lo demanden. Sin embargo, sabemos que en la realidad no es así. Ante esto, podemos buscar la causa en factores de producción, de distribución, de disponibilidad de materia prima, entre otros elementos cuantificables o sujetos de planeación, o bien, causas de índole político como la corrupción, limitaciones por tratados internacionales, embargos económicos y una larga lista de etcéteras.
No obstante, el tema de la escasez no se refiere solamente a insumos, sino también a servicios, cuya oferta puede verse limitada por la demanda y, por ende, en algunos casos, desincentivar su existencia. Pero, ¿qué pasaría si halláramos una manera en que una persona pueda sacar provecho de su propio trabajo, restando las limitaciones de oferta y demanda tradicionales que pudiera suponer?
Una respuesta a esta pregunta la encontramos en el banco de tiempo. Pero antes que nada, ¿qué es un banco de tiempo? Es una herramienta de intercambio de servicios, donde los miembros intercambian habilidades sin necesidad de utilizar dinero, sino el tiempo como unidad de medición. Sin importar la persona o el servicio, una hora equivale a otra hora. No es un sistema de intercambio directo, como lo sería un trueque, sino que, como se hace en un banco, las horas dadas se registran en un lugar común que ayuda a contabilizarlas. En este lugar común los usuarios acuden para ofrecer o solicitar servicios, pudiendo los ofertantes tener horas a favor después de proporcionar un servicio, las cuales pueden utilizar solicitando el servicio de cualquier otra persona de la red.
Ahora bien, como planteábamos al inicio, ¿cómo ayuda un banco de tiempo a cerrar brechas de la economía tradicional, o sea, que una persona pueda sacar provecho, satisfacer necesidades propias a partir de su propio trabajo, si el servicio que ofrece no es muy demandado? En este caso, estaríamos hablando de un problema de escasez de demanda, que se traduce en escasez de trabajo. En este caso un banco de tiempo permite a una persona diversificar, o sea, ponerse a disposición de realizar cualquier tarea de la que sea capaz, aunque no sea especializada, como puede ser el trabajo comunitario que requierde de un grado de conocimiento específico mínimo, y dependa más de la disposición a realizar el trabajo.
En un contexto tradicional, en términos monetarios, una hora de un especialista médico o un abogado, por ejemplo, equivale a muchas horas de faena de un encargado de limpieza. Y qué decir de otro tipo de servicios cuya productividad no se cuantifica, como el cuidado de la familia y mantenimiento del hogar, que realizan a tiempo completo muchas personas hoy (sobre todo las mujeres).
Si ponemos todas estas opciones como ofertas de trabajo que una persona puede realizar, ampliamos nuestro horizonte y damos una respuesta al problema de la escasez. En otras palabras, cualquier persona que ponga a disposición su tiempo tendrá algo que ofrecer. El dinero puede ser escaso para muchos y abundante para otros, pero el tiempo lo tenemos todos, 24 horas cada día. Eso nos pone en situación de igualdad.
Ahora bien, cabe añadir que el tener más que ofrecer permite a la persona recibir lo que necesite. Más horas realizadas permiten solicitar más servicios a los demás, lo cual va satisfaciendo necesidades concretas.
Es momento de hablar sobre el trabajo. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia dice que el trabajo humano tiene una dimensión objetiva y una subjetiva. La objetiva se refiere a los medios con los que el hombre “somete la tierra”. La dimensión subjetiva, según el mismo Compendio, es “el actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal”, y depende —según el texto en alusión— “exclusivamente de su dignidad de ser personal”, más allá de la actividad específica, lo cual confiere al trabajo “su peculiar dignidad”. El Compendio enfatiza también que a la dimensión subjetiva tiene “preeminencia” sobre la dimensión objetiva.
A partir de esto, dar a toda persona la oportunidad de ampliar su oferta de trabajo se convierte también en un tema de dignidad humana: cualquier trabajo, por sencillo que sea, hace digno al hombre. Y cuando el trabajo es digno rinde muchos otros frutos. En lenguaje de la economía tradicional, el hombre es sujeto y no objeto de producción. Es un sujeto digno.
Benedetto Gui y otros autores han profundizado desde hace ya varios años sobre la centralidad el hombre en las dinámicas económicas desde el enfoque de la “Economía de comunión”. Según este enfoque, las dinámicas económicas (que se dan en el marco del trabajo) no solo producen mercancías o servicios, sino también otro tipo de bienes: los bienes relacionales, a los que Gui se refiere como “outputs intangibles de naturaleza comunicativa y afectiva que se originan a través de las interacciones”. Estos bienes se producen también en la medida que se consumen.
Hablar de interacciones sociales es el punto de partida para hablar de comunidad, que es otro elemento fundamental en la dinámica del banco de tiempo. A diferencia de un banco de dinero, el banco de tiempo vive de la interacción de sus usuarios. En síntesis: las interacciones sociales generan bienes relacionales que generan y alimentan la comunidad del banco de tiempo.
Podemos ver entonces que el estudio de las dinámicas humanas dentro de la economía no solo aporta elementos sumamente enriquecedores al análisis de fenómenos económicos, sino que es fundamental para entenderlos a profundidad. Es por ello que movimientos como la Economía de Francisco son tan importantes hoy, pues se aborda al hombre como centro de la economía, y se sigue sobre esa línea al profundizar en la teoría y la práctica, mediante la vida (recolección de testimonios y generación de nuevas experiencias) y la academia (investigación).
Precisamente uno de los ejes temáticos de la Economía de Francisco es el tema de las desigualdades: profundizar sobre sus causas estructurales y plantear soluciones. Pues bien, un banco de tiempo es una contribución interesante para este objetivo. Si bien hoy, en la práctica, es una herramienta complementaria (llega a cubrir una parte de las necesidades de los usuarios), podría llegar a generar todavía mayor bienestar, sobre todo para las personas que más lo necesitan, quienes a su vez pueden hacer algo por lo demás, pues nadie es tan pobre que no tenga nada que ofrecer. Pero para acercarnos a esta visión necesitamos incentivar el atrevernos a explorar formas “alternativas” de hacer economía, pues a mayor participación y difusión, mayor efecto. Hagamos una economía diferente entre todos.
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