Raúl Cervera Milán, S.J.
Preliminares
México es una nación multicultural, como lo reconoce la Constitución en el artículo segundo. Una parte mayoritaria de sus habitantes se ha educado en el seno de la cultura llamada moderna, hegemonizada por el pensamiento científico y técnico.
En las ciudades y, sobre todo, en el campo sobreviven comunidades que han heredado culturas milenarias que fueron desconocidas por la cultura dominante a partir de la conquista y la colonización.
Actualmente, a pesar del reconocimiento jurídico de la pluriculturalidad, predomina, en el mejor de los casos, el desconocimiento de esta herencia ancestral. El objetivo que persigue este artículo es contribuir, mínimamente, a un acercamiento general a las culturas de estos pueblos que pueda provocar un deseo de conocer más de cerca su vida y su mentalidad.
Se considera que hay cinco aspectos de la práctica cotidiana de las comunidades indígenas que estructuran y sostienen su identidad. Se les suele nombrar horcones y son los siguientes: la relación con la tierra; el trabajo comunitario; la práctica del asambleísmo; la concepción de la autoridad como un servicio; la celebración festiva. En un número anterior de la revista Christus tuvimos la grata oportunidad de exponer el primero. En esta ocasión nos adentraremos en el segundo.
Una aproximación al trabajo comunitario
El trabajo comunitario recibe varios nombres, según diferentes culturas: tequio, faena, guelaguetza, fajina, kórima y otros. Es una actividad laboral de carácter colectivo y obligatorio que los miembros de las comunidades desempeñan bajo las órdenes de sus autoridades, con diferentes finalidades que benefician a la población en su conjunto. Se trata de una actividad que no se paga, ni en términos monetarios ni «en especie», de manera directa e inmediata, lo cual la sitúa al margen del artículo 123 de la Constitución, en sus fracciones VI y VII; igualmente de la Ley Federal del Trabajo en su artículo 102.
Sin embargo, el trabajo comunitario cae bajo la consigna de la reciprocidad: el pueblo resarce indirectamente y de diferentes maneras estas obligaciones, por ejemplo, a través de la asignación de tierras para la habitación y el cultivo; la distribución del agua para el consumo y el regadío; la participación gratuita en las actividades festivas, etc. Normalmente se aplican sanciones a quienes incumplen estas obligaciones, las cuales pueden expresarse a través de la negación de ciertos bienes o servicios.
El trabajo comunitario puede adoptar diferentes formas. En sentido propio y por antonomasia se entiende por trabajo comunitario el que se realiza en forma de praxis productiva: apertura de tierras al cultivo, construcción de caminos y locales, trazado de canales, etc. Aquí se incluyen también servicios de limpieza, saneamiento, etc.
En cierta forma se puede llamar también trabajo comunitario el que se lleva a cabo en la praxis política: desempeño rotatorio de la autoridad civil, participación en movilizaciones reivindicativas, etc.; en la esfera artística: conjuntos musicales que actúan gratuitamente; coros de las celebraciones religiosas; ornato festivo de los edificios y las calles, etc.; en la praxis experimental: el mejoramiento de cultivos e injertos que se efectúan de manera anónima y gratuita, etc.
Las tareas comunitarias pueden adoptar dos formas. En primer lugar, existe el trabajo comunitario público, que hemos descrito hasta aquí. Se practica también el trabajo colectivo de carácter privado: es el que se lleva a cabo por un segmento de la población, por invitación y bajo la coordinación de algunos miembros de la comunidad. Es el que tiene lugar, por ejemplo, en la ayuda mutua entre personas particulares para sacar adelante las labores del campo, nombrado en varias regiones «mano-vuelta». También se practica en las faenas domésticas preparatorias de las fiestas, a invitación de un mayordomo o el padre y la madre de familia.
Trabajo y economía
A través del trabajo los seres humanos transforman los elementos que proporciona la naturaleza con fin de que sirvan de sustento y apoyo para la vida humana.
En una economía mercantil, la gente elabora cosas útiles para intercambiarlas por otros productos útiles. De este modo, las cosas adquieren un determinado valor que permite intercambiarlas por otras del mismo valor. El dinero es la expresión monetaria de ese valor. En el trabajo comunitario, las cosas no se elaboran para comerciar con ellas, sino para utilidad de toda la comunidad. Por eso mismo, no tienen un precio.
El sistema empresarial tiene sus propias reglas. La finalidad de las corporaciones agroindustriales no es otra que la obtención de una ganancia que va a parar a las manos de quienes son propietarios de la maquinaria agrícola y de la fuerza de trabajo de los operarios y operarias. Los trabajadores y las trabajadoras participan por necesidad y reciben un salario «mínimo» por la venta de su fuerza de trabajo. Son meros «factores de la producción».
El trabajo comunitario se inscribe en un orden diferente. Aquí no hay un propietario de las cosas necesarias para la producción ni un propietario de la fuerza de trabajo de quienes participan; por lo mismo no hay ganancias ni salarios. Muchos que van a la faena viven de la agricultura de autoconsumo y participan por un sentido de pertenencia a la comunidad y, eventualmente, por presión de la misma comunidad. Aquí lo verdaderamente importante es el bienestar de todos y de todas, incluidos los niños, los ancianos y quienes tiene alguna discapacidad. Por esto, el trabajo comunitario, desconocido en la cultura dominante, constituye una voz crítica y un muro de contención contra la fría dinámica capitalista.
En este tiempo de pandemia, las poblaciones descendientes de los pueblos originarios han tenido la capacidad de proteger a toda la comunidad —no sólo proteger cada quien a su propia familia, como en las ciudades—. Las comunidades lo han logrado a través del control de las entradas y salidas de cada localidad, como un trabajo más de carácter comunitario.
Trabajo comunitario y cultura
El trabajo no sólo produce bienes materiales y servicios útiles a los demás, sino que proviene de una cultura y genera cultura. En primer lugar, muchas de las actividades que hemos mencionado requieren conocimientos técnicos muy precisos. Ahora bien, estos conocimientos perviven y se desarrollan en el seno de una matriz cultural.
En las comunidades indígenas los conocimientos técnicos no se encuentran desgajados de los demás saberes que explican el origen y el fin del ser humano, la relación con los antepasados, los vínculos con Dios, etc. Esto es lo contrario de lo que sucede en la cultura dominante, en la que se aprecian más los conocimientos técnicos que la visión crítica de la sociedad y la sabiduría que encuadra los diferentes saberes.
Al mismo tiempo, el ejercicio del trabajo es fuente y semillero de cultura. Por ejemplo, la praxis experimental, a través de la cual se generan los cambios tecnológicos, se da en el mismo contexto de la praxis productiva, a diferencia de lo que sucede en la cultura dominante. En las mismas tareas del cultivo de la tierra, por ejemplo, se van encontrando nuevas formas de aprovechar mejor los recursos.
La transmisión de los conocimientos técnicos y de la cultura en general se efectúa mientras se desarrollan las diferentes formas de praxis: productiva, artística y política; no en un tiempo y un espacio aparte. En las comunidades indígenas, la escuela más eficiente es la familia y el trabajo del campo.
Esto ha quedado patente en estos tiempos de pandemia. Los jóvenes y los niños han vuelto a la milpa y están aprendiendo a sembrar y a tomarle amor a la tierra. Esta es una de las verdaderas revoluciones que nuestro país necesita.
Así, este modelo cultural funciona como posesión común, por lo que no origina desniveles inequitativos entre los pobladores. Al mismo tiempo, permite incluir permanentemente a toda la gama de generaciones que configuran a la colectividad: los niños, los jóvenes, los adultos; de manera particular, los ancianos y ancianas. Todos tienen algo diferente qué aportar en la tarea común.
Más bien son los grandes consorcios, nacionales y, sobre todo, extranjeros, los que acostumbran apoderarse de estos saberes, muchas veces a través de medias verdades y engaños a las comunidades, sin ningún reconocimiento ni retribución a las mismas.
Por lo demás, la práctica de las tareas comunes forma parte de la cosmovisión de las socie-dades campesinas, en la que tienen mucha importancia la participación, la libertad y la igualdad. Su raíz se encuentra en la cultura de la comunalidad, como la nombró el antropólogo de la Universidad Ayuuk, Floriberto Díaz.
Este sentido comunitario se pone de manifiesto cuando los miembros de una colectividad comparten la convicción de que el bien de cada uno, en cuanto componente del mismo cuerpo, se identifica con el bien del conjunto. En el caso de las comunidades originarias, el filósofo Luis Villoro constata que «el individuo adquiere sentido por su pertenencia a un todo», y esta expresión tiene que ver, no sólo con la sociedad, sino con el ámbito de la naturaleza.
Esta organización de las comunidades tradicionales exige una red de prestación de servicios, libremente asumidos y ordenados al funcionamiento de la colectividad como tal. Una comunidad tradicional no puede subsistir sin esta sinergia de esfuerzos. Ahora bien, una colectividad estructurada de esta forma tiene que regirse por principios que van más allá de las estrictas leyes de la justicia conmutativa y más allá de toda coacción; de este modo, la raíz de la que brota la vida común no es la ley, sino la gracia y la fraternidad.
El trabajo comunitario y el tejido social
El trabajo comunitario es una de las expresiones tangibles de la existencia de un tejido social vigoroso, por medio del cual se constituye una verdadera comunidad. Sólo cuando existe un sentido de pertenencia y de lealtad al pueblo, en el sentido fuerte de este término, aparece la práctica del trabajo comunitario. Al mismo tiempo, el tequio o la faena, no sólo tienen un sentido pragmático de mejoramiento del hábitat campesino, sino tienen un impacto significativo en las relaciones entre los miembros del pueblo. El sentido de pertenencia da origen al trabajo comunitario y éste, a su vez, refuerza el sentido de identidad colectiva.
Se puede discutir si este ejercicio es en realidad la única solución posible para el mejoramiento de una comunidad que se encuentra desprovista de medios pecuniarios; lo que se puede comprobar empíricamente es que la faena o el tequio entran en funciones en poblaciones que tienen un fuerte sentido de identidad colectiva.
El trabajo comunitario refuerza el tejido social por varios canales. En primer lugar, ofrece espacios continuos de convivencia que robustecen los lazos de confianza y afecto. La misma experiencia de entrega gratuita de la propia fuerza de trabajo a una causa común fortalece el sentido de pertenencia. Finalmente, la contemplación de los frutos constatables del esfuerzo conjunto renueva la conciencia de la compenetración que existe entre trabajo comunitario y bien común.
Trabajo comunitario y política
El trabajo comunitario se desarrolla bajo la dirección de la autoridad civil de la comunidad, en su calidad de representante del pueblo. Normalmente se espera que todos los que son cabeza de familia y los que están en edad de trabajar participen, sin importar su nivel socio-económico o su prestigio, y se sanciona con la desaprobación a quienes incumplen con esta obligación. Los que por algún motivo no pueden acudir a la convocación, deben contratar a alguien que los sustituya.
De este modo, junto con la utilidad práctica de las labores colectivas, éstas constituyen también una expresión del aprecio por la igualdad, no ante la ley, sino ante la colectividad. Esta atmósfera que impregna la vida cotidiana constituye un basamento importante de la práctica de la democracia comunitaria, que se manifestará, por ejemplo, en la práctica asamblearia, misma que se describirá en un artículo posterior.
Los usos y costumbres de la política nacional tienden a socavar la práctica del trabajo comunitario, puesto que lo suplantan por programas de mejoramiento de la planta física de las poblaciones, a cargo de empleados gubernamentales locales y obreros remunerados. Esto suele llevarse a cabo en períodos electorales.
Trabajo comunitario y fiesta
Lo anterior está íntimamente ligado a otro rasgo del trabajo comunitario. En muchas ocasiones éste se ejerce como preparación para la fiesta del pueblo, por ejemplo, para elaborar el ornato de las calles y las viviendas con motivo de la procesión patronal; para asear y remozar el panteón con motivo de las fiestas de los antepasados, a finales de octubre y principios de noviembre.
En conexión con esto, el trabajo colectivo mismo adquiere un carácter lúdico, el cual se expresa en el desenfado y alegría con que se realiza, y remata en el convite que corona los festejos.
Trabajo y medio ambiente
El trabajo de las comunidades originarias, fundado en la producción de bienes útiles, se llevaba a cabo en armonía y respeto a la naturaleza. Y es que las labores campesinas incluyen normalmente la intención explícita de mantener la sustentabilidad de los recursos que ofrece el entorno y dañar lo menos posible los ecosistemas. La introducción de los agroquímicos, junto con factores económicos y políticos, fue resquebrajando los usos tradicionales. Actualmente se está dando una revalorización de los mismos.
Cuando el interés fundamental de la producción de bienes y servicios consiste en la acumulación de ganancias, el respeto al medio ambiente desparece; y si sobrevive, pasa a un segundo plano y se subordina a esa ley absoluta del sistema dominante. Este fenómeno está vinculado actualmente con las acometidas del neocolonialismo que pretende apoderarse de los territorios y recursos de las comunidades para sus proyectos extractivos y la construcción de megaobras.
El trabajo en la Revelación
En la Biblia, el primero que trabaja es Dios. Es un operario que ejerce una praxis productiva. Así aparece en la obra de la creación (Gen 14, 19). Dios creó todo lo que existe, incluidas las montañas, el viento, las constelaciones (Am 5, 9; 4, 13). El ser humano mismo es obra de Dios (Is 29, 16). Este trabajo creador y creativo es comunitario: intervienen la Palabra ( Jn 1, 3) y la sabiduría (Prov 8, 30). De este modo Jesús afirma: «mi Padre trabaja y yo trabajo» ( Jn 5, 17).
Ahora bien, Dios no trabaja por interés propio, ni para el beneficio de una persona particular, sino que entrega la creación a todos los seres humanos, sin excepción (Gen 1, 29-30). La tradición cristiana ha mantenido firmemente la doctrina del destino universal de los bienes.
El otro gran capítulo de la acción de Dios es de carácter político: libera al pueblo de Israel de la esclavitud del imperio egipcio, «con mano poderosa y brazo extendido» (Sal 95, 9) y lo establece en la tierra prometida (Deut 11, 2-7). La gesta se repite en el contexto de la cautividad de Babilonia (Is 45; Jer 51, 10). Aquí Dios actúa, incluso a través de la acción de un soberano extranjero (Is 45, 1-6).
Los seres humanos, a ejemplo del Creador, han recibido el mandato de trabajar para merecer su sustento (Gen 2, 15). La actividad humana se desarrolla en dos vertientes:
La primera es la propagación y la perpetuación de la especie (Gen 1, 28; 5, 1ss); la segunda, el cultivo de la tierra. Con respecto a esto último, los seres humanos deben aplicar sus energías y su talento para aprovechar inteligente y respetuosamente las cosas creadas para su propio bien, a ejemplo de Dios mismo que dispuso y engalanó al conjunto de la creación. La Biblia es testigo del trabajo comunitario (Neh 2-4).
A diferencia de la acción divina, el trabajo desarrollado por los seres humanos es susceptible de ser desvirtuado y adulterado, de manera particular, cuando convierte las obras de sus manos en un falso Dios, en un ídolo (1 Cor 12, 1). Esto sucede en el caso del sistema social dominante que convierte la ganancia en el moderno Moloch al que se sacrifican vidas, haciendas y recursos naturales sin compasión ni contemplación alguna (Fratelli Tutti 17, 18, 20).
Para saber más
Adolfo Sánchez V., Filosofía de la praxis, México 1980, pp.253-261.
George Cowan, La importancia social y política de la faena mazateca. Se puede consultar en: https://seminariodedoctorantesenestudiosmesoamericanos.files.wordpress. com/2019/09/cowan-faena.pdf
Roberto Olvales Mancilla, Entre risas y faenas en San Miguel Tlaixpan, Texcoco, Edo. de México en el Siglo XXI, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2014. Se puede consultar en: http://dcsh.xoc.uam.mx/podr/images/Tesis/ Maestria/Olivares_Mancilla_Roberto.pdf