¿Quién dijo que todo está perdido? Francisco nos ofrece el Sagrado Corazón

“Desde el horizonte infinito de su amor, Dios quiso entrar en los límites de la historia y de la condición humana, tomó un cuerpo y un corazón, de modo que pudiéramos contemplar y encontrar lo infinito en lo finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno»

Benedicto XVI, cit. DN 64.

              “A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales en los que la perfección se presenta rodeada de mil estorbos y mil trabas, y circundada de una multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se fatiga muy pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y me diseca el corazón y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo me parece luminoso, una sola palabra abre a mi alma horizontes infinitos, la perfección me parece fácil: veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios”

Teresa del Niño Jesús, cit. DN 141.

En la última semana de la segunda fase romana del Sínodo sobre la Sinodalidad (acaso la gran apuesta de Francisco para reformar la Iglesia), ante la proximidad tanto del inicio del Jubileo de 2025 como de los 12 años al frente del pontificado, el Papa regaló a todo el santo pueblo fiel de Dios y a todo el mundo la encíclica Dilexit nos (es decir, “nos amó”, como expresa San Pablo en Romanos 8,37). El texto aborda el tema del «amor humano y divino del corazón de Jesucristo». Parafraseando una canción de Fito Páez, podemos decir: ¿Quién dijo que todo está perdido? Francisco nos abre su corazón para ofrecernos el amor del Sagrado Corazón de Jesús. En las siguientes líneas propongo un acercamiento a esta cuarta encíclica del Santo Padre, guiado por la pregunta de si acaso no estamos ante el testamento místico de Francisco. 

Para evitar malos entendidos y tergiversaciones, señalo de entrada que un testamento, como es sabido, se puede hacer mucho antes de la partida de este mundo. Por ejemplo, el Papa Benedicto XVI escribió el suyo en el año 2006, apenas un año después de ser elegido como sucesor del apóstol Pedro. Y San Juan Pablo II reescribió su testamento varias veces en el transcurso de su largo pontificado. Algo parecido ocurre en el ámbito civil.

Pero así y todo no se puede forzar la comparación, puesto que aquí me quiero referir a una encíclica, es decir, un documento del más alto nivel del Magisterio Pontificio, que el autor, o sea, el Papa, da a conocer a todos los fieles y lo comparte ahora con ellos y ellas. La expresión entonces de «testamento místico» es, claro está, una alegoría, que sugiero emplear por dos razones: por un lado, por el tiempo transcurrido del actual pontificado; y por el otro lado, por el tema que trata, muy caro a la espiritualidad del Santo Padre, según se desprende del documento, inspirado parcialmente en algunos textos inéditos del jesuita ya fallecido Diego Fares (Cf. DN 2, nota 1).

Es verdad que, como yo mismo humildemente he dicho algunas veces, Francisco ejerce el ministerio petrino, según entiendo, sobre cuatro pilares: la misericordia (lo expresa su lema y su propia vida), el discernimiento (lo evidencia su conocimiento profundo del carisma ignaciano, en el cual se formó), la opción preferencial por y con los pobres (lo ha dejado en claro con sus gestos y su monumental Magisterio Social) y la sinodalidad (lo ha plasmado sobre todo con el último Sínodo, en un fuerte compromiso con la eclesiología legada por el Concilio Vaticano II). Pero, a la luz de Dilexit nos, pienso que podemos hablar también de un quinto pilar: la mística.

Francisco usa ese término, tan cargado de significado (y ciertamente, tan ricamente ambiguo) en 8 ocasiones. Cito aquí dos expresiones que me parecen significativas: buscando actualizar (aggiornar) lo que debe entenderse por la «reparación» al Sagrado Corazón del Nazareno, nos dice: «La reparación cristiana no se puede entender sólo como un conjunto de obras externas, que son indispensables y a veces admirables. Esta exige una mística, un alma, un sentido que le otorgue fuerza, empuje, creatividad incansable. Necesita la vida, el fuego y la luz que proceden del Corazón de Cristo» (DN 184). Y, en lo que podemos comprender como vinculado con el paradigma de la amistad y la fraternidad social que plantea en Fratelli Tutti, habla de «fraternidad y mística» (DN 179), uniendo felizmente ambos términos, diciendo un poco más abajo, a partir de evocar a santos que encarnaron ese binomio, como Carlos de Foucauld:  «Este deseo lo convirtió poco a poco en un hermano universal, porque, dejándose modelar por el Corazón de Cristo, quería albergar a la totalidad de la humanidad doliente en su corazón fraterno» (DN 179).

La mística en el Magisterio de Francisco

A mi entender, la referencia expresa a la mística en Dilexit nos se vincula estrechamente con lo que Francisco viene diciendo en otros documentos de su Magisterio. Así, ya en la exhortación «programática» Evangelii Gaudium, emplea el término 7 veces. Menciono tres señalamientos que nos permiten ver su experiencia y su comprensión de la mística: habla de la necesidad de «descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos» (EG 87); refiere a la «mística popular» (feliz expresión de Jorge Seibold, sj, recogida en el Documento de Aparecida) (EG 124 y 237); incluso alude a «una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano» (EG 92).  Respecto a la exhortación Gaudete et Exsultate (sobre la llamada a la santidad), el término mística aparece 4 veces. Destaco aquí el empleo que hace el Papa de tal palabra para decir, por ejemplo, que es la «mística luminosa» de los santos y las santas, lo que evita que convertir el «cristianismo en una especie de ONG» (GE 100). Dice también que al compartir el pan de la Palabra y el pan eucarístico se propician «verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad» (GE 142).

Y en las cartas apostólicas dedicadas a los «cumpleaños» de Blaise Pascal y de santa Teresita del Niño Jesús también aparece la alusión a la mística vivida por estos testigos. Sobre el primero, evocando su «noche de fuego» del 23 de noviembre de 1654, dice Francisco: «esta experiencia mística, que le hizo derramar lágrimas de alegría, fue para él tan intensa y decisiva que la anotó en un pedazo de papel fechado con precisión, el Memorial, que había cosido en el forro de su abrigo, y que fue descubierto después de su muerte» (Carta ap. Sublimitas et miseria hominis). Sobre la joven carmelita, doctora de la ciencia del amor, el Papa expresa: «Frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia»(Carta ap. C’ est la confiance 17).

Así entonces, podemos ver que Francisco no sólo le ha venido dando importancia a la mística en sus documentos, sino que la entiende según una expresión que suele utilizar el Padre Fabián Belay: mística-comunidad-servicio. Esta tríada, vivida a fondo, inmuniza al pueblo de Dios de cualquier ideología, sea el rigorismo conservador o el laxismo progresista.

Templar para contemplar

Junto con la cuestión de la mística, quiero destacar también que en Dilexit nos Francisco hace un acercamiento antropológico y filosófico a la realidad de la importancia del corazón, puesto que «la palabra ‘corazón’ no puede ser agotada por la biología, por la psicología, por la antropología o por cualquier ciencia» (DN 15).No dejan de ser significativas, en tal sentido, las referencias a la Ilíada de Homero (DN 3), o las dos referencias expresas a Martin Heidegger (DN 16 y 18). Esto expresa una profunda realidad, porque como dice Carlos Saracini, cp, hay que templar el corazón para luego poder contemplar, dejando que la realidad misma hable al corazón. En este sentido, Francisco expresa tal vivencia profundamente humana, también con una referencia propia de una mística de y en lo cotidiano, que nos salva comunitariamente de los embates recargados de la tecnocracia hegemónica: «En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor…» (DN 20).

Por supuesto que, como resulta pertinente para un documento de estas características, no falta la fundamentación en la Sagrada Escritura, la Tradición viva de la Iglesia y el Magisterio. Pero además es recurrente la apelación a las mujeres y los hombres de fe que encarnaron la devoción al corazón “traspasado y ardiente” de Jesucristo, “del que nació la Iglesia” (DN 51 y 75).

No debería llamar la atención que el Papa jesuita refiera a la relevancia que tal devoción ha tenido y tiene para la «mínima Compañía» fundada por san Ignacio de Loyola, a quien Francisco llama «maestro de los afectos» (DN 144) y cita 10 veces. Pero también, con gran admiración, refiere a otros santos y santas, sobre todo a los ya mencionados Carlos de Foucauld (lo cita 6 veces) y Teresita de Lisieux (la cita 10 veces). Y si hablamos de mística, en el más hondo y cristiano sentido del término, no es menor la referencia a San Juan de la Cruz y unos versos de su Cántico espiritual:

«Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma»

Porque, en efecto, Francisco nos recuerda que «este místico entiende la figura del costado herido de Cristo como un llamado a la unión plena con el Señor. Él es el ciervo vulnerado, herido cuando todavía no nos hemos dejado alcanzar por su amor, que baja a las corrientes de aguas para saciar su propia sed y encuentra consuelo cada vez que nos volvemos a él» (DN 69).   

De manera entonces que el planteo místico que hace Francisco, que por definición trasciende, desborda e incluso escapa a todo encorsetamiento legalista, le permite invitarnos a purificar y deconstruir las imágenes distorsionadas que tenemos de Dios y de la vida espiritual y sus devociones, por más piadosas que sean. Cabe aquí recordar a la gran Teresa de Jesús, quien decía: «de devociones absurdas y santos amargados, líbranos Señor». Así, el Papa corrige las desvirtuaciones rigoristas, planteando que la auténtica reparación al Sagrado Corazón pasa por la confianza y el amor, tal como lo expresó Santa Teresa del Niño Jesús (DN 90). No es casual que, al referir a «muchos jansenistas» y a quienes siguen por esa senda equivocada, señale que «Pío XII llamó ‘falso misticismo’ a esta actitud elitista de algunos grupos que veían a Dios tan alto, tan separado, tan distante, que consideraban peligrosas y necesitadas de un control eclesiástico las expresiones sensibles de la piedad popular» (DN 86).

Y al mismo tiempo, a un mundo secularizado y racionalista, que adora a otra trinidad (la que representan el poder que no se ejerce para servir sino para oprimir, el goce desenfrenado con su carga mortífera y la pulsión consumista que no logra tapar el vacío existencial), no por nada el Papa le dice: “Podría sostenerse que hoy, más que al jansenismo, nos enfrentamos a un fuerte avance de la secularización que pretende un mundo libre de Dios” (DN 87).

 «Enamorar el mundo» desde el Corazón de Jesús

Entonces, ¿qué es lo central de este legado místico de Francisco, plasmado en Dilexit nos? Si afán de ser exhaustivo, destaco tres aspectos:

Por un lado, la corrección de la noción de «reparación» desde una sana afectividad. Apoyado en muchos santos y santas, sobre todo en Margarita María de Alaco que, dice: «Puesto que el Señor, que todo lo puede, en su divina libertad ha querido necesitar de nosotros, la reparación se entiende como liberar los obstáculos que ponemos a la expansión del amor de Cristo en el mundo, con nuestras faltas de confianza, gratitud y entrega» (DN 194).

Por otro lado, vincula su «obra maestra» (como dice la teóloga Emilce Cuda para referir al Magisterio Social de Francisco) a esta devoción, en particular, y a la dimensión espiritual, en general. Sin dejar lugar a dudas, dice el Papa de manera contundente:  «Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato Si’ y Fratelli Tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común» (DN 217). De manera entonces que ni es correcto pensar que en Francisco hay una preponderancia de lo social por sobre lo espiritual, ni corresponde entender esta encíclica como si respaldara una perspectiva dulzona, solipsista, desencarnada o a-histórica de la piedad. Ambas posturas ignoran los gestos y las enseñanzas del Santo Padre. 

Por otra parte, señala las implicancias para el mundo y para la comunidad eclesial, ya que Jesús «es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente. La Iglesia también lo necesita, para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades. De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva» (DN 218-219).

Agradezcamos que Francisco haya abierto su corazón templado por «la oración más popular, dirigida como un dardo al Corazón de Cristo, [que] dice simplemente: «En Ti confío». No hacen falta más palabras» (DN 90).

Allí, en la mansedumbre y humildad del Señor, los cristianos y las cristianas alimentamos nuestra «experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero» (DN 91). Contemplar al Sagrado Corazón (unido al Inmaculado Corazón de María), desde la danza de la Trinidad, puesto que «impulsados por el Espíritu que brota de su Corazón, “con Él y en Él” vayamos al Padre” (DN 77), el amor divino y humano de Jesucristo se revela como la clave para “enamorar al mundo”(DN 205), atravesado no sólo por dramas como la pobreza, la guerra y el neocolonialismo, sino por la desolación hecha cultura. Porque no está todo perdido, urge entonces recuperar la esperanza, puesto que “en definitiva -nos dice el Papa citando a Juan Pablo II-, este Corazón sagrado es el principio unificador de la realidad, porque «Cristo es el corazón del mundo; su Pascua de muerte y resurrección es el centro de la historia, que gracias a él es historia de salvación»» (DN 31). Desde esta honda espiritualidad sacricordiana, concluyo estas líneas con la misma expresión que finaliza Francisco su «testamento místico», mirando amorosamente a Jesucristo: «Bendito sea» (DN 220).


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