La mañana del 16 de marzo del 2013, en un encuentro con periodistas de todo el mundo, el papa contaba que adoptó el nombre de Francisco después de que el cardenal brasileño Cláudio Hummes le diera un golpecito en la cabeza y le pidiera que no se olvidara de los pobres. Sin saberlo, este pequeño golpe cimbró los protocolos de la Iglesia hasta su raíz, ya que en menos de 48 horas el nuevo pontífice pedía a su chofer que hiciera una parada en la casa de retiros donde se había hospedado antes del cónclave, para pagar la cuenta y recoger su equipaje, algo inaudito. Más aún, al día siguiente abandonaba el Vaticano de incógnito para visitar a un amigo enfermo en el hospital.
A lo largo de casi diez años de pontificado, éstos y muchos actos más han hecho que el papa sea visto como un hombre sencillo, ligero, amigo de los pobres; pero sobre todo humilde, tal como otro gran hombre de Iglesia, Francisco de Asís, a quien llamaban «hermano menor» y de quien el pontífice tomó su nombre.
Los dos Franciscos no sólo comparten el nombre y el sincero amor hacia la «dama pobreza», sino que ambos han caminado por la profunda senda de lo que en el franciscanismo se conoce como «minoridad». Ya que este término no es fácil entender, me gustaría presentar algunos de sus rasgos. La minoridad hace descubrir al ser humano en su propia pequeñez y le muestra la total dependencia que tiene de Dios, le hace caer en la cuenta de que únicamente es peregrino y extranjero en esta tierra, de ahí que deba andar con gratitud. Expresa, además, el modo en que los cristianos viven en la auténtica escucha y diálogo y tratando de buscar en común, cómo Dios los llama, a proclamar el Reino con las obras y la palabra.
No es solamente una actitud exterior, un desgastado discurso social ni un acto de bondad hacia los que menos tienen, sino que va más allá: es una manera de ser, de mostrarse, de relacionarse. Es el resultado de un caminar, el fruto maduro de varios años, como lo expresó el papa en un discurso en 2017 ante miembros de la Familia Franciscana: «Es un lugar de encuentro con Dios y con todos los hombres y las mujeres […] y de comunión con la creación».
«La minoridad hace descubrir al ser humano en su propia pequeñez y le muestra la total dependencia que tiene de Dios, le hace caer en la cuenta de que únicamente es peregrino y extranjero en esta tierra, de ahí que deba andar con gratitud».
Descubrimos, como lo dijo el papa, que al encuentro con Dios se llega solamente a través de los encuentros previos con los hermanos y la naturaleza, encuentros de los cuales san Francisco sabe muy bien dar cuenta. Aunque, en su caso, primero comenzó con el encuentro consigo mismo. A través de la derrota, el desánimo y la enfermedad, el santo llegará a encontrarse ante sí mismo sin poses, máscaras o excusas. Es precisamente en la propia confrontación con una vida «aparentemente» frustrada, lejos de su hogar, en la fría cárcel, en la pérdida del renombre y de la vida lujosa que pudo replantearse el camino de su vida y reconsiderar a quién es mejor servir: al siervo o al Amo.
La introspección será en el pobre de Asís el encuentro fundamental que a la vez lo llevará a salir de sí mismo y mirar al otro, al que sufre, al dueño de nada, al pobre de todo, al que es evitado por su mal olor y suciedad, al que el santo no sólo admirará, sino que también servirá y atenderá, puesto que en él ha descubierto, en medio de la miseria y del hambre, la imagen y semejanza de Dios.
De ahí viene su alegría, lo que le hace sentir en su interior una fuerza hasta antes desconocida que le recorre y motiva para dar y entregarse más. El encuentro con un leproso sin rostro y sin nombre le representó todos los complejos y repugnancias de su vida, aquello que había evitado durante tantos años: asco, dolor y vergüenza.
Besar a un leproso es un acto de valentía que lo pone en el camino para encontrarse de frente al misterio de Cristo, el sumo Bien. Es ese misterio el que nos ilumina, nos alumbra la vida toda y nos indica el camino a seguir. Sólo aquel que se ha dejado encontrar por Dios en las diferentes circunstancias de la vida puede descubrir su toque amoroso en cada cosa, en cada persona.
Este camino espiritual, que tiene poco más de 800 años de vida, lo ha venido a refrescar ya no el Francisco de Asís, sino el de Argentina, el hombre sencillo que desde el comienzo de su papado se ha caracterizado por cambiar los paradigmas de la Iglesia. Esto lo notamos en varios de sus gestos: no vestir la mantilla roja ni la estola papal en su primera bendición urbi et orbi, en la que aparece con una sotana blanca solamente y sus viejos zapatos. Vemos también su traslado a Santa Marta cuando deja los lujosos apartamentos papales. Todos rasgos de auténtica minoridad.
Francisco es un papa cercano a todo mundo y, si existe alguna barrera o cuerpo de seguridad que impida este acercamiento, él simplemente se brinca los protocolos. Pero esta cercanía y estos «cambios» no son sólo exteriores o protocolarios, ni únicamente sucedieron con su llegada al Vaticano. Los que conocieron a Francisco cuando era el cardenal Bergoglio reconocen en él algo que la Iglesia llama «gracia de estado», un concepto que podría entenderse llanamente como las cualidades de las que el Espíritu Santo dota a su elegido para mirar con mayor profundidad y amor la realidad.
Así, por esta gracia, se ha convertido en presencia eficaz en la Iglesia y el mundo y ha sabido responder a las necesidades eclesiales y los retos de la sociedad. Temas como el abuso, la misericordia y la migración han sido esenciales para el papa, quien ha dado una respuesta concreta a las exigencias que la Iglesia y la sociedad reclaman, y ha dado ejemplo con palabras, actos y un estilo de vida como el de Francisco de Asís.
«La espiritualidad del papa se ha caracterizado, como lo hemos visto, por la elección de una vida sencilla, más allá del plano material, en el hacerse pobre y solidario, no en una burda imitación de Cristo, sino en su seguimiento total desde la humildad, en pasar de su proyecto al Proyecto de Dios».
Su minoridad nace desde la contemplación de Cristo, como un camino de despojo tal y como lo hizo el poverello. La espiritualidad del papa se ha caracterizado, como lo hemos visto, por la elección de una vida sencilla, más allá del plano material, en el hacerse pobre y solidario, no en una burda imitación de Cristo, sino en su seguimiento total desde la humildad, en pasar de su proyecto al Proyecto de Dios.
Paralelamente, vemos que para el santo de Asís pasar al proyecto de Dios consistió en salir de sí para recorrer un camino de encuentros, un camino que le llevó a tomarse en serio su relación con Cristo. Después de varias relaciones fallidas el Señor le presenta la oportunidad de una relación auténtica, profunda y transparente, que le «invade» toda la vida. Ya no es una relación de momentos, de ciertos días o espacios, ahora Dios lo ocupa todo, siempre y en todas partes. Así, liberado de todo tipo de seguridades humanas, Francisco estará disponible, a partir de ahí, para ponerse en las manos del Padre, un rasgo que también es característico de la minoridad, esto es, apostar totalmente por la paternidad de Dios, «abandonarse como Jesús, en sus manos», nos lo recuerda el papa en una de sus catequesis.
Nos damos cuenta de que el pensamiento de Francisco de Asís se reaviva y entrelaza en el actuar del papa y eso es una riqueza incalculable para la Iglesia, ya que no sólo se transmite el mensaje de Cristo, sino que se le muestra, pobre y sufriente, pero sobre todo misericordioso.
Se podría hacer una lista casi interminable de las extraordinarias coincidencias entre el carácter y el carisma de Francisco de Asís y el actual pontífice. Sin embargo, lo que pretende este escrito es enmarcar la frescura de la vida y del pensamiento del hijo de Pedro Bernardone a más de 800 años de distancia y cómo se ha permeado en la vida del actual pontífice.
La minoridad que se descubre en el papa no deja de lado el camino de la cruz, por el contrario, lo hace más visible, más real; lo hace presente cuando el desapropiarse de sí mismo se convierte en ofrenda agradable a Dios, no porque Dios nos aliene, sino porque, en palabras del propio Francisco de Asís, «Dios es tan grande que tiene que vaciar todo nuestro ser para bajar a vivir en él».
El camino espiritual de la minoridad es el rasgo característico del papa. Sin el adorno brillante del lujo, en la simplicidad del lenguaje cotidiano y de los gestos modestos es donde mejor se trasluce el rostro de Cristo. Los dos Franciscos nos recuerdan con su forma de vivir que la única llamada que nos hace el Evangelio es seguir a Jesús por el camino sencillo del amor.