El testimonio que sigue a continuación es una serie de dos entregas en las que Mauricio López, coordinador de facilitadores de la Primera Sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad y Vicepresidente de la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA), comparte su experiencia en el reciente Sínodo sobre la Sinodalidad celebrado el pasado mes de octubre en el Vaticano. López ofrece una perspectiva única y valiosa sobre este encuentro eclesial significativo, detallando su participación y las impresiones clave que surgieron durante este importante evento para la Iglesia Católica y sus comunidades en todo el mundo.
Junto con las cinco «C» que componen los caminos de la Sinodalidad, de las que hablé en la entrega anterior, quiero compartir dos cuentos, adaptados con cierta libertad, que me han acompañado en este discernimiento y que nos pueden ayudar a interpretar los signos de los tiempos que han estado presentes en este Sínodo de la Sinodalidad llevado a cabo en octubre pasado en el Vaticano. Se trata de dos relatos de la tradición católica en la India que pueden ayudar a identificar distintas actitudes interiores en relación con esta experiencia.
El primero se trata del pez que buscaba el océano: un pez que nadaba apresuradamente, buscando con intensidad y preguntando a todos: ¿Dónde está el océano?, pero nadie parecía saberlo. Luego de un largo recorrido llegó a un sitio en el que pudo preguntar al pez más sabio: ¿Dónde está el océano?, y él le respondió: Es aquí, justamente donde estás, lo que estás viviendo y experimentando alrededor tuyo y en ti, esto es el océano que estás buscando. Al recibir esta respuesta el pequeño pez dijo: Esto, donde ya estoy, no puede ser el océano que tanto buscaba, y se fue profundamente decepcionado.
En estos tiempos hay tantas voces de profetas y profetisas de calamidades, provenientes de ambos extremos ideológicos, en muchos casos desde la posición cómoda del análisis aséptico desde fuera, o desde la butaca del analista, que no se deja salpicar con lo complejo de este proceso. Hemos escuchado estas voces a lo largo de todo este camino y en los procesos previos, y lo que se percibe es que, en el fondo, lo que hay es un sentimiento de incredulidad sistémica en la conversión, a menos que sea a su modo y según su parecer, o de un agnosticismo en relación con lo que el Espíritu Santo quiere decir, y el modo y ritmo en que revela.
El Sínodo es la experiencia vivida; éste es el kairós que se está tejiendo paulatina y lentamente; ésta es la Sinodalidad que se está configurando con nosotros y alrededor de nosotros, a pesar de sus grandes limitaciones. Está en proceso. Si no se vive esa Sinodalidad como conversión desde dentro y hacia afuera, sabiendo que estamos situados ya en camino hacia ella, y llamados a construirla, la sensación que prevalece será la de este pez que con profundo desánimo dijo que esto no puede ser aquello que estamos buscando. El Reino ya es, pero todavía no en clave escatológica. Me parece tantas veces somos ese pez que termina perdiendo la fe y haciendo que otros la pierdan, cuando estamos llamados a esperar contra toda esperanza.
La muñeca de sal
La otra imagen sobre la que he reflexionado es sobre el cuento de la muñeca de sal que buscaba con toda su alma y corazón el sentido de su vida y se preguntaba: ¿Quién soy? En esa búsqueda caminó largos kilómetros preguntándose quién era, buscando la respuesta de los sabios, pero nadie le podía responder. Hasta que un día, pasando una montaña, se encontró con el océano que explotó ante sus ojos como una masa hermosa que nunca había visto. Desde esa belleza nunca experimentada sintió un llamado y un deseo irrefrenable de ir hacia ahí. La muñeca de sal se acercó al océano y, poco a poco y llena de esperanza, conforme entraba en el agua se fue desintegrando progresivamente. En el último momento, a punto de hacerse una con el océano, dijo: «Ahora sé quién soy».
Esa imagen quiere reflejar lo que muchos han vivido en esta experiencia, no sólo los que han estado en Roma en la Asamblea de modo presencial. Es un proceso que, si bien no ha terminado y tiene evidentes limitaciones, para muchas personas ha sido vivido como experiencia concreta de esperanza y como algo que da sentido y razones para creer. En esta lógica nos sentimos invitados a encontrar el camino de Jesús que nos llama a «construir Reino» en medio de un mundo roto.
Quienes han vivido este Sínodo con esos lentes de esperanza lo viven como la muñeca de sal, es decir, reconociendo que somos llamados/as a ser «Uno» con el Dios de Jesús, «Uno» con los hermanos y hermanas, y «Uno» con nuestra creación que nos sostiene y sustenta. Ésta es la travesía en un tiempo kairós en el que vamos tejiendo Iglesia, y es la invitación a integrarnos a un proceso en marcha, paulatino y frágil, que no se resuelve solamente con lecturas intelectuales y sapienciales, ni sólo con los documentos magisteriales o doctrinales, sino también con la experiencia viva del sentir en la fe como pueblo de Dios en camino.
Para esto, el método de la «conversación en el Espíritu» es una novedad en el actual proceso, uno que quiere ser un instrumento para un modo de escucha recíproca, buscando lo que el Espíritu Santo quiere decirle a toda su Iglesia, no sólo a algunas porciones con más poder o a otras con más capacidad organizada de cuestionar sin implicarse. Pareciera que es un antídoto para el clericalismo, del cual también el papa Francisco nos hablaba hace unos días con tanta fuerza, es esa perspectiva de una escucha viva, mutua, constante, la que nos pueda llevar a un discernimiento comunitario que se traduzca en pasos adelante en la construcción del Reino, con la esperanza de que, en este camino de conversión, estemos viviendo un hito irreversible para la Iglesia.
A manera de conclusión: una meditación personal al cierre de esta etapa
Esta travesía sinodal se torna en un camino que me ha trastocado, confrontado, conmovido y, quizás, me ha abierto un poco los ojos a la novedad inesperada del Espíritu que siempre es posibilidad de conversión. Mi deseo de tener certezas, claridades inamovibles o cierto control de las situaciones ha producido una guerra con pocos precedentes en mis adentros, en mi interior. Estoy muy movido y quiero intentar sacar provecho de esta lucha interna para, ojalá, vencerme un poco a mí mismo para ser renovado en el Dios de la vida y la esperanza.
La sensación de frustración, y hasta de sufrimiento, por no poder expresar mi palabra de modo abierto como en el Sínodo Amazónico de antaño, y el no tener toda la legitimidad y capacidad para conducir el espacio sagrado y complejo de acompañar a los facilitadores/as, me han puesto en una posición hermosa de abrazar mi profunda fragilidad. La hermosa e inesperada fragilidad que siempre, y sin fallar, se vuelve mi mejor maestra de vida. La sensación de limitación me ha abierto a un modo nuevo de escuchar y me ha dado la gracia del abandono en la confianza en el Señor.
Nuevamente el Dios vivo se me regala como una posibilidad sin límites, como una luz que ilumina la noche oscura, como milagro que se hace evidente, y se hace expresión de modo más nítido que nunca en esa mí amada fragilidad. Ser acompañante ha sido en realidad «ser acompañado», y en este Sínodo, también un poco re–moldeado por ese Dios que acaricia como brisa suave a través de la sinfonía del rostro policromático de la Iglesia, y esto es una verdadera Gracia de la cual no logro calcular sus implicaciones en mi vida y en mi camino. Por eso, pido y deseo permanecer en esa Gracia y desde ahí seguir caminando en este itinerario de tejer, ser destejido y retejido.
Gracias a las tantas personas que han acompañado este tiempo, a aquellos con quienes hemos colaborado día a día, y, sobre todo, a tantas personas que con su oración nos han sostenido y acompañado, de modo que el Espíritu Santo sea siempre un poco más el protagonista de esta experiencia.
Foto de portada: grandfailure_Depositphotos
2 respuestas
Que linda reflexión. A veces queremos que todo sea como lo pensamos o soñamos, pero el Espíritu se mueve como y donde quiere.
La Iglesia somos todos, y todos debemos poner un poco, aceptar otro poco y amar lo que hay.
Gracias Mauricio, sobre todo de compartir que el espíritu siempre es una novedad y nunca se acomoda a nuestra vida y pensamientos por más buenos que sean