No es raro encontrar en los textos bíblicos, y en los mismos Evangelios, frases que llaman la atención por su carácter misterioso y que son considerabas ‘enigmáticas’, que no se comprenden en una primera lectura. Encontramos en el llamado Sermón del Monte un ejemplo en la frase: «Tu Padre que ve en lo secreto»,que Mateo coloca dentro del principal de los discursos de Jesús. Y no sólo: la escribe ¡tres veces! (6,4.6.18) Si en este discurso encontramos la Nueva Ley que ofrece Jesús a su comunidad, considerada el corazón de la ética cristiana, esta frase tendrá sin duda una enseñanza especial.
Las exhortaciones que da Jesús, en este capítulo 6, parecen recibir su orientación de la apertura del capítulo: «Cuiden de no practicar su justicia delante de la gente, para que los vean (6,1), porque, en ese caso, no tendrán recompensa de su Padre que está en los cielos».
En estos versículos del texto mateano encontramos una referencia a tres formas expresivas de la religiosidad judía: la limosna, la oración y el ayuno, que eran prácticas de la piedad judía, y que lo siguen siendo de los creyentes de todos los tiempos.
La primera estrofa trata de la limosna privada. Desde tiempos antiguos la limosna —literalmente, misericordia— existía en Israel como un deber sagrado. Lo que significa el versículo no es que la limosna deba ser hecha inconscientemente, sino que debe ser hecha para el pobre, no para la satisfacción interior de quien la da. La expresión «en lo secreto» añade que debe ser hecha con la sola consideración de Dios que te ve y te lo ordena y del pobre que te la pide. En la época del cristianismo primitivo no existía aún en la sinagoga la asistencia a los pobres organizada de manera comunitaria. Por eso se insistía en la recomendación de la beneficencia. Entonces se instrumentalizó la práctica de la limosna, para favorecer la propia imagen pública. La imagen utilizada («tu mano izquierda», tu «derecha») significa que ni siquiera el familiar más próximo debe enterarse de la limosna hecha.
La segunda estrofa, sobre la oración correcta, denuncia a los orantes que se dejaban ver en las esquinas de las calles. «No es el lugar lo que perjudica —decía la exégesis de la Iglesia antigua—, sino el modo y el objetivo» (Teofilacto, 204). No se recomienda el silencio ni la soledad por sí misma, sino la ausencia de admiradores piadosos. La misma oración puede convertirse en recurso para la propia exhibición religiosa.
También la tercera estrofa, sobre el ayuno, esboza al antitipo: el hipócrita: se viste de sayal, no se perfuma y esparce ceniza en la cabeza. Cuando se practicaba el ayuno privado de forma extrema el sujeto podía adquirir fama de santo. El texto no reflexiona sobre la problemática del ayuno en sí ni ofrece alguna fundamentación cristiana especial. Se interesa en el hombre, más que en los usos religiosos. Jesús no se opone a la piedad judía, sino a la vanidad religiosa.
Y sobre el Dios presente podría haber dicho: «Tu Dios que ve en lo secreto», frase que podría evocar aquella imagen que se sigue exhibiendo de un globo ocular dentro de un gran triángulo, símbolo asociado con la masonería. Parece representar a un Dios que todo lo observa, que, en vez de confianza, inspira cierto temor.
Pero no. En el texto de Mateo, todo lo contrario. Se trata de otra mirada muy diferente: la de un Padre. Y precisamente en el lenguaje de este discurso, el Sermón del Monte, se enfatiza el vocativo referido al Padre ya en el comienzo del capítulo (6,1), luego en la oración de Jesús, que comienza precisamente con la misma palabra, y más tierna todavía: «Abbá»: el Padre nuestro. Se trata de alguien cuya mirada, en vez de temor, brinda confianza, porque, aunque nos esté observando, la suya es una mirada protectora. No sólo inspira la confianza, sino que está mencionada en relación con la recompensa. Resulta que está ahí, el Padre que ve lo secreto, para recompensar: «Tu Padre que ve lo secreto te recompensará». «La designación de Dios como ‘tu Padre’ le recuerda a la comunidad la relación de Jesús con Dios: la conciencia del Dios amante y próximo» (Véase Ulrich Luz, El Evangelio según san Mateo, vol. 1 (Mt 1–7).
Igualmente, la imagen de Dios transmitida en los Salmos. Por ejemplo:
¡No duerme tu guardián!
No duerme ni dormita
el guardián de Israel.
Es tu guardián Yahveh…
es el guardián de tu vida (Sal 121).
En este contexto del Sermón del Monte se trata de una presencia en relación con la sinceridad de corazón, como una denuncia de la hipocresía, del protagonismo, de la falsedad, que pueden darse inclusive a propósito de prácticas de piedad (la limosna, la oración y el ayuno) que, a pesar de ser expresiones de fe, pueden tomarse para buscar el aplauso y el cultivo de la propia imagen. Aun en esas prácticas, que se supone corresponden a expresiones de fe, puede darse la búsqueda de reconocimiento, donde se «practica la propia justicia delante de la gente» para ser vistos y alabados, actitud que Jesús denuncia y descalifica. Estas frases del primer Evangelio nos recuerdan espontáneamente aquel texto del primer libro de Samuel: «No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1Sam 16,7).
Así pues, nuestra justicia debe superar a la de los letrados y fariseos, en la dimensión interna y la actitud básica. El propio Mateo destaca la oración como el centro de la vida cristiana, concretamente con el Padre nuestro, como lo único capaz de instalar al hombre en su actitud correcta delante de Dios.
Una versión original de este texto se publicó en mayo de 2022 en Noticias de la Provincia, boletín de prensa interna de la Provincia Mexicana de la Compañia de Jesús.
Foto de portada: Creations By Rod-Cathopic
Un comentario
Un gusto leerlo. Recuerdo sus enseñanzas en el aula y fuera de ella, en los viajes a la Tarahumara organizados por el gran Luis Hernández Pérez Vargas, que en gloria esté.
No ha cambiado ni el fondo ni la forma. Fue mi profesor en el Cultural Tampico y luego me permitió asistir a sus clases con los estudiantes jesuitas en el ITESO, hace ya medio siglo.
Quise leer su artículo porque recientemente escuché en misa el evangelio de San Mateo sobre el particular.
Su artículo es claro y ordenado. Algo que sólo se logra si uno ha estado frente a grupo. Voy a cumplir medio siglo como profesor en educación superior en instituciones públicas. Pero indudablemente que mi vocación surgió con mis profesores jesuitas.
Saludos