En la Iglesia católica llamamos místicos a las personas en las que se reconoce una vida de intimidad y comunicación profunda con Dios. Por alguna razón que no comprendo, tal vez por las imágenes con las que se les representa, se tiende a creer que son personas solitarias, encerradas en la celda de un monasterio, alejadas del mundo y a solas con Dios. Nada más alejado de la realidad. Cuando uno lee la vida de los místicos descubre que, en general, fueron personas muy activas y profundamente comprometidas con la problemática de su tiempo. Éste es el caso del santo que hoy nos ocupa.
Algunos lo llaman el «Dr. Seráfico», otros el «Dr. Devoto», sin embargo, en su época fue conocido como Buenaventura (el afortunado) porque cuando era niño se dice que estuvo enfermo de gravedad y su madre pidió la intercesión de Francisco de Asís y tiempo después el niño se curó; desde entonces lo empezaron a llamar Buenaventura, y también su corazón quedó ligado a la incipiente orden de los Franciscanos.
No hay datos certeros sobre a qué edad exactamente entró a la vida franciscana. Se sabe que Buenaventura era de una gran inteligencia y de mucho fervor a la Virgen María. Su nombre verdadero era Juan de Fidanza, como su padre, aunque con todo rigor sería Juan de Bagnoregio, pues en la Edad Media se ponía el lugar de origen siempre después del nombre: «Fulano de tal lugar». Juan nació entre 1218 y 1221 —no se sabe con exactitud…— en Bagnoregio, aunque hasta la fecha se le conoce mejor por su apodo: Buenaventura, y así aparece en el santoral.
Buenaventura será un gran teólogo, sus maestros notaron muy pronto su aguda inteligencia, por lo que uno de sus primeros encargos en la orden fue la de impartir clases en la también incipiente Universidad de París. Pero los ánimos estaban muy caldeados en esa región del mundo, cuando Buenaventura llegó ahí. Resulta que cada estudiante tomaba clase y pagaba a los maestros más recomendados y los que tenían fama de ser mejores maestros eran precisamente los frailes, tanto dominicos como franciscanos. Así que los sacerdotes seculares (hoy los denominaríamos diocesanos) no querían más frailes y el nombramiento oficial de Buenaventura tardó mucho en llegar, a pesar de eso, él daba sus clases.
Sin embargo, la orden de los franciscanos estaba en juego, había muchas discrepancias entre los frailes franciscanos sobre la interpretación de su «Regla de Vida», porque resulta que había dos reglas: la Regula Prima y la Regula Bullata. Además de una carta que san Francisco dejó a sus frailes antes de morir y que se conoce como El Testamento. La Regula prima expresa los pininos de Francisco de Asís como un fundador que intenta —por orden del Papa— dar una regla de vida con el sello de su espiritualidad a su orden para que ésta sea oficialmente reconocida por y como parte de la Iglesia; digamos que es como un borrador muy básico de lo que después será la Regula Bullata.
La Regula Bullata la escribió el cardenal Hugolino basándose en la Regula Prima, pero con más orden y con mayores detalles de cómo debía ser la vida de los frailes franciscanos. Esto no lo hizo solo, estuvo viviendo y dialogando con Francisco de Asís y Francisco autorizó y firmó esta Regla, que es la que finalmente aprobó el Papa y es el fundamento que hace oficial la orden ante la Iglesia. Hasta aquí todo bien, pero cuando san Francisco murió, recomendó en su carta a sus discípulos que se siguiera al pie de la letra la Regula Prima «simple y sin comentarios» —dice literalmente El Testamento—. Esto dará pie a que una parte de los franciscanos sintieran que la Regula Bullata traicionaba el espíritu del franciscanismo y reaccionaran de manera radical en contra de los que la aceptaban.
Primera división de los franciscanos: los espirituales o fraticelli que seguirán la Regula Prima y los conventuales que seguirán la Regula Bullata. Es importante aclarar que ambas Reglas no se contradicen, sólo que la segunda expresa mejor como debe ser la vida en un convento y ciertas cuestiones burocráticas ante la Iglesia, pero los fraticelli consideraban que esto ya no era «simple y sin comentarios», como decía El Testamento, y que no la obedecerían. Esto no fue cualquier cosa, la orden era reconocida y aceptada como una Orden de la Iglesia por la Regula Bullata. De otro modo no serían más que una bola de predicadores de los Evangelios dispersados por los caminos y las villas. De estos grupos había muchos en la Edad media, que eran auténticos creyentes y que sentían ese llamado, pero también había muchos charlatanes que decían tonterías y jugaban con la lógica para engañar a la gente, y había algunos otros francamente herejes, como los albigenses. Este camino llevaría a la disolución de la orden indudablemente.
El gran problema lo sintetiza muy bien Etienne Gilson en su obra La filosofía de San Buenaventura: «Si dentro de la orden de amplia observancia cabía un lugar para los espirituales, en los espirituales no cabía ni la sola posibilidad de una legítima observancia amplia».
Para colmo de males, una parte de los espirituales se sentían identificados con el pensamiento de Joaquín de Fiore, que era un pensador del siglo XII que tenía una especie de filosofía de la historia en versión trinitaria: hubo la época de la ley que fue la del antiguo Testamento, ésa fue la era del Padre, en ella predominaban los Profetas. Desde el nacimiento de Cristo tenemos la época de la fe, en la que ya no es la ley sino la conversión lo que predomina, es un tiempo de sacerdotes. Pero habrá una tercera época, que es la del Espíritu Santo, y que es considerada la era del amor, donde todos viviremos como hermanos y ya no será necesaria la Iglesia jerárquica; ésta era preconizada —según Joaquín de Fiore— por unos hermanos religiosos como nadie había conocido hasta ese momento (siglo XII).
¿Adivinen ustedes quiénes en el siglo XIII se sintieron esos predicadores de la Nueva Era? Efectivamente, los fraticelli, que, entre otras cosas, empezaron a predicar contra la Iglesia jerárquica. Por varias razones en las que no podemos abundar aquí, el fiorinismo era considerado un tanto herético.
Así que saque usted las cuentas de esta suma: unos frailes que no quieren aceptar ni vivir conforme a la regla con la que fue aprobada su orden, buena parte de esos mismos frailes identificados con el fiorinismo que suena herético, y agréguele un elemento más: se sospechaba que Juan de Parma, el Superior General de los Franciscanos, cuando Buenaventura estaba en la Universidad de París, era adepto al fiorinismo. ¡Sí! Casi se acaba la orden recién fundada. Pero el prudente Juan de Parma renunció a su puesto y recomendó como el mejor hombre para ser Superior General a Buenaventura.
Buenaventura tenía 36 años solamente y estaba muy interesado en las discusiones intelectuales de la Universidad de París, de las que nunca se desligó del todo. Paradójicamente, ya siendo Superior General, le llegó el nombramiento de Doctor de la Universidad. ¡Por fin!, aunque ya no lo ejercería. Buenaventura fue obediente y aceptó el cargo en uno de los momentos más complicados de la orden. Dolorosamente, años más tarde, se le pidió que llevara a juicio a Juan de Parma, quien fuera su superior, quien lo recomendó a él mismo como su sucesor y al que Buenaventura quería. Y aunque el intelectual Buenaventura era antifiorinista, una cosa eran las ideas y otra el hermano a juzgar. El resultado del juicio fue que se le dio a elegir a Juan de Parma un convento para que se retirara a vivir, una especie de vida monacal, que era muy distinta de la vida de los frailes.
Otra cosa que hizo Buenaventura fue organizar capítulos generales y provinciales para que todos los franciscanos se reunieran y dialogaran entre sí. El diálogo era fundamental para este hombre que consideraba su cargo como un servicio a sus hermanos y como trabajo para reunificar la orden. Un hombre muy práctico que decía: «Sí, nuestro hermano Francisco quería que viviéramos de la limosna, pero cuando somos más de 200 frailes en una villa, ya somos una carga para la gente y no una buena noticia ¡Ya no podemos vivir solamente de la limosna!» «Sí, nuestro hermano Francisco predicó y nos pidió la pobreza, pero debemos tener al menos dos hábitos, para poder usar uno mientras se limpia el otro».
También escribió dos biografías sobre san Francisco (La leyenda mayor y La leyenda menor), a petición de sus hermanos, porque había tantas versiones sobre san Francisco que cada uno escogía la que mejor le acomodaba. Para esto viajó a los lugares donde vivió Francisco y dialogó con las personas que lo habían conocido y que todavía vivían. Para entender la envergadura de estos viajes, recordemos que los frailes mendicantes no usaban más medio de transporte que sus piernas, ni carruajes, ni caballos, a menos que fueran muy ancianos o estuvieran enfermos. Así que Buenaventura recorrió, por años y a pie, buena parte de la Europa continental. En medio de todo este tráfago seguía al tanto de las discusiones de París y se oponía fuertemente tanto al averroísmo latino como al aristotelismo de los dominicos. También escribía y predicaba de manera incansable.
En el año 1265 fue nombrado arzobispo de York, en Inglaterra, por el papa Clemente IV, pero Buenaventura rogó al papa que lo dejara envejecer en el servicio a su orden. El papa accedió, pero en 1273 el nuevo papa, Gregorio X, lo nombró Cardenal y Obispo de Albano. Esta vez no se le dio la oportunidad de declinar, e inmediatamente después de recibir el capelo cardenalicio, se dirigió junto con el papa al Concilio de Lyon, donde se buscaría la unión entre la Iglesia oriental y la occidental. La enorme capacidad de escucha y diálogo de Buenaventura eran requeridas por el papa para tal objetivo. Una vez terminado el Concilio Buenaventura cayó enfermo y el 15 de julio de 1274 murió.
Había cumplido su misión más importante, había salvado a su orden de su primera gran fractura y fue su Superior General durante 17 años, por eso se le conoce también como «el Segundo Fundador». Murió con fama de místico; seguramente una vida tan fructífera y atareada en la que la autoridad se ejercía con profunda humildad y espíritu de servicio sólo puede ser la consecuencia de una intensa vida de oración e intimidad con Dios. ¡Eso es un místico!
Foto de portada: Cathopic
4 respuestas
Es increíble todo lo que alcanzaban a hacer en pocos años en el Medioevo y todo lo que viajaban
Es sorprendente, cuando uno se imagina esos caminos que debían ser no más que brechas. Y que tuvieran tiempo de escribir tanto y predicar. Son admirables
Felicidades Maestra Eneyda por su aportación. En este año que cumple 800 años de existencia la Regla de Francisco de Asís, su aportación me parece muy significativa, ya que San Buenaventura sigue siendo uno de los principales hijos del pobrecillo de Asís. Además, ha sido Gracias a sus hagiografías que hemos tenido una aproximación a la espiritualidad franciscana.
¡Gracias Federico! un santo admirable y un defensor acérrimo del diálogo y la reconciliación.