Recibir la vida como viene

Por Carlos Olivero,S.J.

Hay que recibir la vida como viene –  nos dijo el Cardenal Bergoglio en 2008. Pero comparto el contexto para que se  entienda mejor. Era un jueves santo, y en esa misa de la institución del mandamiento del amor expresado en el lavatorio de los pies, la comunidad de la villa 21 del barrio porteño de Barracas, estábamos inaugurando el Centro San Alberto Hurtado. Se trataba de una pequeña respuesta parroquial a la situación dramática de tantas personas arrasadas por el consumo de pasta base. De un tiempo a esa parte, nuestro barrio se había llenado de personas en situación de calle, a causa del consumo de pasta base. Ese centro fue el primero de lo que luego llamaríamos Familia Grande Hogar de Cristo.

Hay que recibir la vida como viene – dijo, y esa frase desencadenó en mí una catarata de comprensión. No podíamos nosotros elegir a quién acompañar y a quién no. No había lugar para decir que nosotros íbamos a recibir a los jóvenes adictos de 18 a 24 años pero no a los mayores, o  que iba a ser para varones y no para mujeres, que no íbamos a recibir a sus hijas e hijos, o que la religión que profesaran o la orientación sexual que tuvieran pudiera ser un criterio de exclusión. Había que acompañar a todos los que llegaban. Había que recibir todas las vidas. 

Pero al adentrarnos en la complejidad de ese mundo tan roto, pronto comprendimos que no podíamos recibir solo los temas de adicción. Que si queríamos solamente acompañar los temas de consumo estábamos dejando la vida afuera. Que no alcanzaba con un grupo de autoayuda o una profesional para hacer terapia. Que esas personas que llegaban con la vida destruida tenían infinidad de situaciones que había que acompañar. Temas habitacionales, legales, de identidad, de salud… No era solo que había que recibir todas las vidas sino que había que recibir toda la vida, integralmente.

El principio de la Encarnación

Entendí que Bergoglio es jesuita, y que en los Ejercicios Espirituales Ignacio enseña a recibir a Dios que viene, y rechazar al mal espíritu que también viene. Que la clave es el discernimiento. Y que detrás de esto de Bergoglio de recibir la vida como viene pareciera estar expresándose el principio de la Encarnación: en la vida que viene, viene el mismo Dios. La cuestión es recibirla, para recibirlo a Él. 

Rechazar a Dios que viene puede ser grave, porque cuando Dios viene, lo hace para salvarnos, y al rechazarlo estamos cerrando nuestro destino y nuestra historia a la acción de Dios, no le permitimos salvarnos. Es el médico que viene para los enfermos, decía Jesús a quienes se sentían sanos. 

Apertura a Dios y hospitalidad

Este es el eje central de la enseñanza de Francisco sobre el tema de las migraciones. 

Dice Francisco en Fratelli Tutti N°41: Comprendo que ante las personas migrantes algunos tengan dudas y sientan temores. Lo entiendo como parte del instinto natural de autodefensa. Pero también es verdad que una persona y un pueblo sólo son fecundos si saben integrar creativamente en su interior la apertura a los otros. Invito a ir más allá de esas reacciones primarias, porque «el problema es cuando esas dudas y esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro».

Parece mentira, pero últimamente el mundo anda por esos caminos de la intolerancia, la cerrazón y el racismo que señala el papa. Y alguno por miedo,tal vez llega a pensar que esa apertura que pide el Papa va en desmedro de la propia identidad. Sin embargo la identidad no es algo que está congelado en el pasado sino que es un proceso en el que partiendo de nuestra propia historia, vamos recibiendo e integrando la vida que llega. 

Dice Francisco en FT N°158 La palabra pueblo tiene algo más que no se puede explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un proyecto común».  

Si volvemos sobre el principio de la Encarnación y afirmamos que en esa vida que llega, el que llega es el mismo Dios, entonces en estos procesos de integración de los pueblos, la identidad es el reflejo del paso de Dios por nuestra vida. Nosotros no somos sino la huella de su misericordia. 

La identidad eclesial

Desde este lugar donde quiero reflexionar sobre nuestra identidad eclesial, porque entiendo que el desafío de Francisco es identitario. Alguien podría decir que en Laudato si Francisco nos deja el desafío ecológico, o en Fratelli Tutti el desafío de encontrar los caminos del diálogo y la buena política, pero sería una mirada tan cierta como corta. Más bien, pienso que el desafío que nos lanzó el papa es más profundo y es identitario, porque lo que está en juego es la relación con Dios a través de la realidad, ya sea de nuestra casa común (LS), de nuestro modo de vincularnos (FT) o de la conformación de la Iglesia (EG). Por eso en Evangelii Gaudium N° 231-233 Francisco afirma: “la realidad es más importante que la idea”

Como vemos, la identidad que está en juego en la propuesta del papa no es solo la identidad eclesial sino también el rostro de toda la humanidad. Tal vez por eso es que en el último tiempo se ha constituido en la gran voz profética universal. 

Y es que el mundo se complejizó tanto, con el tremendo impacto que generan en la subjetividad humana las redes sociales y las nuevas tecnologías de la comunicación, con su saldo de polarización de la sociedad, de fragmentación política, de aislamiento de los individuos, y de descrédito de cualquier forma de representación y organización… Parece lógico que en este contexto nos invada el miedo a la desintegración. Y es natural que resurjan en la Iglesia posicionamientos que buscan algo de certeza en una identidad rígida heredada del siglo XIX, o que compremos los discursos de la ultraderecha que habla en contra del aborto, o de los populismos porque hablan de los pobres. Pero nuestra identidad no está ahí, sino en el encuentro con Dios que también en esta época nos sigue hablando, sigue viniendo, nos sigue salvando. La relación pastoral que entablamos con la realidad sufriente nos constituye. 

Nos toca entonces profundizar la dimensión contemplativa para reconocer sus huellas, con plena confianza de que Dios siempre está viniendo, que irrumpe, nos desinstala, nos lleva a trascender nuestro propio ser, y nos salva. 
Por último, quisiera señalar que esta mirada se expresa claramente en la propuesta de la sinodalidad que nos hace el papa. Porque en la creación de Dios no hay nadie de sobra. Cada persona, cada pueblo, cada grupo, porta en sí algo del mensaje de Dios. Juntos componemos un cuadro, que es más bello y más bueno, en la medida en que aparecen plasmados todos los colores. Cuando nuestra cultura del descarte nos lleva a silenciar un color, nos vamos cerrando y condenamos la obra a tener menos vida. Dios nos salve de mundo monocromático, Dios cuide a la Iglesia de la tentación del pensamiento único. Recibamos la vida como viene, con la certeza de que la vida, todas las vidas, toda la vida, son vehículo para que el mismo Cristo nos siga salvando.

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