Las experiencias presentadas de acciones noviolentas de sectores de la Iglesia, en la primera Conferencia sobre «Noviolencia y Paz Justa: contribución a la comprensión y al compromiso católicos con la noviolencia» en 2016, en distintas partes del mundo, fueron muy ricas y variadas, partiendo de algunas concepciones comunes, en el sentido que la Iglesia institucional debe exponerse públicamente mucho más en los conflictos violentos, saber interpretarlos desde las etapas de gestación y génesis, prevenirlos, crear grupos de intervención directa. Se coincidió que lo primero en los conflictos armados es lograr un «cese el fuego». El tipo de acciones compartidas fueron muy variadas en escalas, desde la asistencia a víctimas, mediación, denuncia, diplomacia popular, encuentros interreligiosos hasta formas de interposición noviolenta de cuerpos, no–cooperación, desobediencia civil.
No se trata de un tema menor, pues refleja la forma actual de intervención y lucha frente a la violencia social, y en su mayor escala contra la guerra y el genocidio, de un actor social fundamental en la historia como es la Iglesia católica. Por supuesto, es sólo una muestra, pero variada y geográficamente interesante (Europa, Asia, África, Estados Unidos y América Latina); es una especie de fotografía reducida de la identidad noviolenta por parte de una fracción de esta Iglesia frente a ese tipo de inhumanidad mundial.
Exploremos algunos ejemplos significativos, desafiantes e inspiradores del tipo de paz que la Iglesia católica, desde lo institucional empezando por el papado, debería comprometerse más, según los participantes y organizaciones presentes en la Conferencia. Las agruparemos según ciertas afinidades en su tipología noviolenta: no–cooperación; zonas–territorios de paz e interposición noviolenta de cuerpos; mediación social intercultural e interreligiosa; desobediencia civil y cultura de paz.
En el terreno de la «no–cooperación», el obispo italiano Bettanzi afirmó que todo cristiano debe ser «objetor de conciencia a la guerra», introduciendo así un tema central en la noviolencia que es el de las acciones de «no–cooperación», escala anterior a la desobediencia civil, donde las personas deciden retirar sus cuerpos y recursos materiales de las fuentes que dan o aumentan el poder en los adversarios, o hacia situaciones que oprimen o reproducen injusticias.
Respecto a ese mismo tema, se reflexionó acerca de cómo los millones de refugiados y desplazados por las guerras en el mundo son también «constructores de paz», pues ante la «aporía» de la guerra que los obligaría a tomar las armas y matar al enemigo, prefieren quitar sus cuerpos del territorio de alta violencia, buscando una mínima «zona de paz» donde sobrevivir —temporal o definitivamente— y reproducirse social y culturalmente. Prefieren correr el riesgo de morir antes que matar, en una clara postura noviolenta. Por ello, más razón aun para solidarizarse con esta lucha noviolenta que realizan, caracterizada por una «objeción de conciencia» al uso de las armas, como, por ejemplo, están haciendo algunas parroquias o comunidades europeas con los refugiados de Siria, Iraq y Kurdistán. Hubo plena coincidencia en que la Iglesia católica debe ser una importante voz internacional para promover el «no a las armas».
Hubo amplia coincidencia sobre cómo los obispos deberían hacer «objeción de conciencia» al gasto militar; la Iglesia debería también poner a disposición de la gente equipos jurídicos para favorecer la «objeción de conciencia fiscal» y retirar su dinero de «bancos no éticos».
En cuanto a las acciones de construcción de «zonas–territorios de paz (geográficos o corporales)», José de Roux, jesuita colombiano, compartió cómo en el conflicto armado de su país se apoyaron acciones ciudadanas noviolentas a partir de la construcción de «zonas de paz», para ayudar a mantener un mínimo de neutralidad de las comunidades frente a los ejércitos en pugna, y lograr que allí se respetaran las vidas civiles. El ejemplo de la comunidad de San José de Apartadó es el más reconocido y doloroso, donde en medio de una violencia atroz se han evitado muchas muertes desde 2015.
Se mencionó también, como ejemplificación acerca de un camino hacia la «seguridad comunitaria», la experiencia de los indígenas nasa en el Cauca, que con su «guardia comunitaria» armada con bastones de madera, han enfrentado a todas las fuerzas con armas, a partir de la organización de una fuerza moral y material de sus comunidades. Se trata asimismo de una experiencia extendida en toda América Latina, sobre todo campesino–indígena, para detener a la guerra y al delito organizado en sus territorios, buscando no aumentar la espiral de la violencia sino sólo defenderse.
En México, por ejemplo, la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitaria (CRAC) en el estado de Guerrero, que ya tiene 21años y múltiples ejemplos en el país, fue iniciada por un sacerdote de la región ante la sucesión de violaciones y delitos.
Destacaron asimismo las experiencias internacionales de las «brigadas o cuerpos de paz». Participaron integrantes de la organización Operación Paloma (Colombia): 2000 voluntarios pacifistas noviolentos que han estado en zonas de guerra durante 24 años, quienes han vivido al lado de las víctimas en tareas de acompañamiento, protección, «interposición noviolenta de cuerpos» (se puede parar la violencia sin usar armas violentas sino otras armas como el cuerpo, la fuerza moral, la solidaridad internacional y otros). Insistieron en que existen muchos grupos pequeños en esta línea de la «intervención directa noviolenta», que la Iglesia debería coordinar, conocer y apoyar más.
Abundaron también testimonios de acciones noviolentas en el campo de la «mediación social intercultural e interreligiosa en la guerra». En varios ejemplos se pudo apreciar cómo, sobre todo en África, la mediación entre las fuerzas en guerra se ha podido lograr, en parte, desde las iglesias o personas ligadas a ellas, por su fuerza moral en esas sociedades tan desmembradas, polarizadas y divididas. Se reforzó asimismo la idea acerca de cómo la mediación social en conflictos muy violentos requiere la pre–condición de romper la «asimetría de poder» entre las partes, construyendo algún principio de igualación (Piaget, 1985, capítulo 1) creciente, por eso la movilización directa noviolenta busca construir esa mayor «equilibración». Nos parece fundamental este anclaje teórico piagetiano para profundizar en lo que realmente implica un elemento central en la cultura de la paz y la noviolencia: la «co–operación entre iguales».
En Uganda hubo un equipo de mediación entre gobierno y guerrilla que buscó la construcción de «puentes de confianza», empezando por acercarse a quienes en las partes eran más propensos a dialogar. En otro ejemplo, el arzobispo Juan Bautista Odama de Gulu, después de innumerables matanzas y guerras en Uganda entre el gobierno y el Ejército del Señor, ayudó a la creación de un grupo interreligioso que logró la confianza de ambos bandos y pudo mediar hasta lograr el cese al fuego actual.
Otras experiencias de mediación inter o intracomunitaria, o de creación de «zonas de paz» entre dos fuerzas en guerra, fueron, por ejemplo las de Burundi y Líbano. El país africano atraviesa una guerra étnica con integrismos muy violentos, donde la etnia cuenta más que el mensaje de amor de Jesús. Allí se han impulsado «círculos étnicos mixtos» de reflexión y acción comunitaria, intentando ir más allá de la venganza. Se planteó como fundamental trabajar en la formación de «actores de paz» en cada aldea, que puedan hablar con la gente de base para empezar a romper los odios. En Líbano, en cambio, se compartieron experiencias de «casas antisectarias», verdaderos territorios de paz en medio de un tejido social completamente destruido por una brutal guerra civil.
Un obispo del sur de Sudán, creador de la experiencia de una aldea–territorio de paz llamada Holly Trinity Peace Village, apuntaba cómo después de 30 años de guerra se hacía imprescindible la reconciliación entre los grupos enfrentados, que fue promovida por el Consejo de Iglesias del Nuevo Sudán. Se trabajó en la construcción de un eje social para construir experiencias colectivas de amor y perdón, de reconciliación, que ayudaran a perder el miedo incluso a aceptar exponer públicamente las acciones bélicas, hechas sobre todo por parte de los líderes, buscando ser imparciales en la aplicación de la justicia y la reparación: Los obispos allí han optado por permanecer junto a la gente en la guerra, para empoderarlos y construir diálogo entre ellos, ya que «para acercarse al enemigo hay que tener su confianza, en ese sentido las iglesias tienen una fuerza moral que les ayuda».
También se resaltó la importancia histórica fundamental en la participación desde el impulso y apoyo a la «desobediencia civil», máxima expresión de lucha noviolenta, donde la ley se subordina a la conciencia. En casos de «revoluciones noviolentas de masas» contra gobiernos autoritarios, como la emblemática de Filipinas en 1986, el cardenal Jaime Sin, máxima autoridad de la conferencia episcopal, llamó al pueblo a apoyar la revuelta noviolenta («poder del pueblo»), originada mucho en comunidades de base católicas bajo el liderazgo de Corazón Aquino, y pidió al ejército que no reprimiera, desobedeciendo las órdenes del dictador Ferdinand Marcos. Timor del Este sería otro ejemplo de revolución noviolenta popular en los setenta, contra la ocupación indonesia encabezada, en parte, por el obispo Carlos Ximenes Belo.
Finalmente, en el ámbito de la acción noviolenta hacia una «cultura de paz», la Premio Nobel de la Paz en 1976, la irlandesa Mairead Maguire, insistió mucho en la instrumentación de la «educación para la paz» en la enseñanza escolar y en terminar con las instituciones de la guerra que promueven la militarización. A su vez, en Filipinas, después de la revolución noviolenta de los ochenta, las escuelas se declararon «zonas de paz», y desde allí se difunden los principios de la paz justa; la educación para la paz es una materia en la academia filipina y se citaron experiencias de «gemelaje» entre escuelas católicas y musulmanas (son una minoría perseguida), partiendo desde romper la visión de «ellos o nosotros».
La creación de «puentes ecuménicos de paz» en el tejido social fue también otro aspecto muy compartido en lo cultural. En experiencias religiosas, por ejemplo, fue interesante el testimonio de un profesor hindú en Afganistán quien realiza, con otros, ayunos solidarios junto a los musulmanes en el Ramadán: «La relación directa con las personas es mi modo de construir la paz». Desde la cultura de paz también se socializaron muchas experiencias de construcción de paz, en la línea de prevención de la violencia, como las de un barrio muy pobre de Nápoles donde la co–párroca ha formado una orquesta de música clásica con 50 jóvenes.
Berta Cáceres: verdad y justicia, un ejemplo hacia dónde caminar en la noviolencia
Berta Cáceres fue una luchadora social hondureña, líder indígena del pueblo lenca y del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), asesinada con total violencia e impunidad en su casa el pasado 3 de marzo, a los 45 años. Ella se caracterizó por su lucha en el rescate de la cultura de su pueblo y la defensa del agua y recursos naturales contra la presa hidroeléctrica Agua Zarca, en el río Gualcarque, sagrado para los lencas. Esa presa fue financiada por capitales transnacionales, chinos entre ellos.
En esta conferencia —celebrada en fecha muy cercana al asesinato de la activista— acudieron personas que conocían, querían y habían trabajado solidariamente con Berta en el pasado, en campañas sur–sur y norte–sur. Llevaron una foto muy significativa en cuanto al sentido final que se promovió en la conferencia: el papa saluda afectuosamente a Berta y otros activistas hondureños en el encuentro del Vaticano con los movimientos sociales en 2014.
Creemos que las acciones del papado, en coherencia con esta foto, con el encuentro de movimientos sociales y la propuesta de esta iniciativa de noviolencia, deberían encaminarse hacia formas de acción noviolenta más elevadas y proporcionales al grado de violencia que se enfrenta y denuncia aquí. El Vaticano envió seguramente una protesta escrita por este hecho. Sin embargo, ¿qué sucedería si enviaran, además de una carta, una persona concreta como emisaria directa con jerarquía institucional a Honduras y permaneciera en el país hasta que aparezcan la verdad, la justicia y la reparación por el asesinato de Berta? Esa sería una forma de ejercer la «firmeza permanente» y el «meter el cuerpo» que construye una verdadera «paz justa», desde la noviolencia.
En los compromisos del Documento Final de la Conferencia (2016) se afirma: «Elevar la voz profética de la Iglesia para desafiar los poderes injustos de este mundo, para apoyar y defender a los activistas noviolentos, cuyo trabajo por la paz y la justicia pone sus vidas en riesgo … Promover prácticas y estrategias noviolentas». De esta forma, se iría cumpliendo el objetivo central de este proceso actual, el cual consiste en que la «paz justa» y noviolenta comience a promoverse ya con determinación, y sin ambigüedades respecto a la negación de la «guerra justa», desde el papa hasta el último creyente.
Para saber más
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Chenoweth, Erica y Maria, Stephan (2011). Why civil resistance works. The strategic logic of nonviolent conflict, Nueva York: Columbia University Press.
Conferencia (2016). No Violencia y Paz Justa: contribución a la comprensión y al compromiso católicos con la noviolencia, Documento Final: Un llamado a la Iglesia católica a comprometerse de nuevo con la noviolencia que es central en el Evangelio, Roma, 11–13 de abril, en https://nonviolencejustpeacedotnet.files.wordpress.com/2016/05/2016-0099-es-gl-is.pdf
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Éste es un artículo contenido en el libro de varios autores, coordinado por Úrsula Oswald S., Noviolencia en América Latina, del Consejo Latinoamericano de Investigaciones para la Paz (CLAIP), Cuernavaca, CRIM–UNAM, abril de 2017)
Imagen de portada: Depositphotos.