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Evangelio del domingo 22 de enero

«El Señor es mi luz y mi salvación»

ENERO

Domingo 22

III del Tiempo Ordinario

  • Is 8, 23-9, 3
  • Sal 26
  • 1 Cor 1, 10-13. 17
  • Mt 4, 12-23

§ Isaías nos recuerda que la alegría puede ser un auténtico fruto y señal del gozo que experimentamos por la certeza de reconocer a Dios entre nosotros. Sin embargo, no se trata de cualquier alegría, es una alegría de libertad; es decir, que brota como resultado de una experiencia de Dios que ha permitido superar las propias esclavitudes. La invitación, por tanto, está en volver a pasar por el corazón de modo agradecido y gozoso, las múltiples liberaciones que hemos recibido de parte del Señor.

§ En la segunda lectura, Pablo hace un fuerte llamado a procurar el fundamento en Dios que nos hace cuerpo, es decir, que nos hace común-unión en Él. Así, resulta fácil valorar la experiencia espiritual propia pues la convertimos en parámetro y medida de interpretación de todo lo real y de los demás. Es clave reconocer siempre que estamos delante de un Dios que llama a cada uno de modos muy distintos y cuyo espíritu es inagotable en creatividad y amor. De la unión íntima con Cristo dependerá nuestra unión con los hermanos (incluso con los que nos parecen opuestos o contrarios a nosotros).

§ Mateo nos narra muchas cosas que pasan después de que Jesús estuvo en el desierto. Se separa del movimiento del Bautista, convoca a sus discípulos, empieza su ministerio de sanar y anunciar el Reino. Está empezando a vislumbrarse en el Evangelio que una nueva luz, de una potencia nunca vista, ha llegado al escenario público. Esto llena de esperanza también nuestros corazones y nos mueve a mirar con radical confianza nuestra propia cotidianidad.

Estamos llamados a la configuración con Cristo que nos libera de nuestras esclavitudes, nos enseña el modo propio de amar, como Él, y nos hace Uno en Él. Para ello es preciso un silencio profundo y cotidiano que nos ayude a escuchar las sutiles voces del Espíritu. Tomar momentos para hacernos conscientes de nuestro presente y del modo en que el Señor nos habita, es fundamental para hacerle cabida a la gracia entre nosotros.

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