La pastorela es un género de teatro religioso utilizado por los misioneros durante la Colonia para difundir la doctrina cristiana en la Nueva España. Su argumento está inspirado en un pasaje del Evangelio de san Lucas (2, 1-20) donde se narra el nacimiento de Jesús en Belén. El acontecimiento es anunciado a un grupo de pastores, quienes deben superar toda clase de obstáculos y trampas puestas por los demonios para impedir que vayan a adorar al Niño.
Sin duda, el leitmotiv de la pastorela es el nacimiento de Jesús. De principio a fin se alude a este acontecimiento, aunque en el desarrollo de las escenas sobresalga la batalla entre el bien y el mal. En estos dos aspectos, el nacimiento y la batalla se vislumbra el trasfondo de los Ejercicios Espirituales (EE) de San Ignacio de Loyola y, por tanto, la influencia de la espiritualidad ignaciana transmitida por los jesuitas en la consolidación de este género de teatro religioso.
Cuenta la tradición que san Francisco de Asís fue el primero en representar el nacimiento del Niño Jesús. Francisco vislumbró en esta representación una veta para transmitir la doctrina cristiana de manera eficaz, sencilla y de fácil comprensión. Con el permiso del papa, la noche del 24 de diciembre de 1223, víspera de la Navidad, en la iglesia de un lugar llamado Greccio recreó la escena del establo con María y José, un asno, un buey y un poco de heno que le regalaron. Al día siguiente, los lugareños que asistieron a misa fueron testigos de la primera representación de este conmovedor pasaje del Evangelio y escucharon los cantos que Francisco y sus hermanos entonaron. Fue tal el impacto que, de este sencillo cuadro, se desencadenaron otro tipo de escenificaciones más elaboradas: el teatro pastoril. Desde entonces, la iniciativa de san Francisco se convirtió en una costumbre que se extendió por todo el mundo occidental y se repite año con año en todas las iglesias y muchos hogares, lo que hoy conocemos como nacimientos, belenes o pesebres.
San Francisco y sus primeros discípulos llevaron a cabo su servicio tanto en la ciudad como en el campo, entre laicos y clérigos, creyentes y no creyentes, y se valieron de las representaciones para hacer más eficaz su mensaje. De este modo, el teatro religioso cristiano da uno de sus primeros pasos en Italia, después en España, para contribuir a la propagación de la fe que siglos más tarde llegaría a América y, por tanto, a México.
Los primeros misioneros que arribaron a la Nueva España fueron los franciscanos, el 13 de mayo de 1524 y pronto se posicionaron en gran parte del territorio. Guiados por su primer superior, fray Martín de Valencia, utilizaron una gran variedad de estrategias para enfrentar tal desafío, entre ellas el teatro religioso. Así, el ingenio de Francisco influyó en el surgimiento de diversas representaciones que contribuyeron a la «conquista espiritual».
Las características propias de las culturas en el México precolombina, ricas en tradiciones y expresiones artísticas, facilitaron el trabajo de los misioneros, quienes con asombro se percataron de las profundas raíces escénicas de los ritos y festividades de los aztecas, mayas y demás pueblos originarios; es decir, que la religiosidad y la teatralidad innata de estas culturas resultaron propicias para la evangelización pretendida por los misioneros, de tal manera que los dramas litúrgicos fueron introducidos con las costumbres y las nociones escénicas que ya poseían los pueblos del antiguo México.
La misión evangelizadora de los franciscanos permaneció vigente hasta 1572, año en que se consideró cumplida la «conquista espiritual», pero en el análisis histórico no se menciona que la pastorela haya formado parte de la estrategia de estos frailes. Ese mismo año llegaron a México nueve jesuitas, cinco sacerdotes y cuatro hermanos coadjutores, encabezados por el primer Provincial de la Compañía de Jesús en México, el padre Pedro Sánchez, S.J. Este primer grupo de compañeros fue enviado por el entonces Superior General de la orden, Francisco de Borja, atendiendo a un deseo expresado en vida por Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús: «Al Messico invíen, si le parece, siendo pedidos o sin serlo».
«La religiosidad y la teatralidad innata del México precolumbino, resultaron propicias para la evangelización pretendida por los misioneros”.
En poco tiempo, los jesuitas se convirtieron en unos de los principales impulsores del teatro religioso. A ellos se atribuyen los Coloquios, composiciones literarias en forma de diálogo, cuyas características representacionales dejan ver una forma previa de lo que pronto sería la pastorela como género teatral evangelizador. Paulatinamente, a los coloquios se le agregaron elementos estéticos, contenidos doctrinales y personajes tipo, cuya caracterización los hace perfectamente identificables; en algunas versiones se añadieron la Anunciación, el peregrinar de la Virgen María y san José, las vicisitudes de los pastores al enfrentar las tentaciones de Lucifer y los diablos. También se introdujeron algunos aspectos considerados como inadecuados para mostrarse en los lugares sagrados, por lo cual algunas pastorelas dejaron de presentarse en el interior de los templos. Así, sin perder su esencia religiosa, las pastorelas salen de los templos para escenificarse en las plazas, donde adquieren un carácter distinto en los contenidos al enriquecerse de los usos y costumbres de cada localidad. Los autores no tardaron mucho en separarse del mensaje religioso, recogiendo expresiones de corte popular en las que el humor y el sarcasmo se dirigen a las autoridades civiles y eclesiásticas, así como a las clases más acomodadas; pero, más allá de la burla, se ejerce también una crítica social y política, el lenguaje pulcro y refinado es sustituido por uno más jocoso, mordaz, ingenioso y sensual que en ocasiones rayaba en lo soez.
«La Pastorela mexicana es la recreación del nacimiento de Jesús que san Francisco de Asís realizó la Navidad de 1223 en Greccio. Su evolución como género teatral religioso se atribuye a los jesuitas que llegaron a la Nueva España, a partir de 1572”.
No obstante, la pastorela mantuvo su vigencia en los ámbitos religioso y social, aunque la mayoría de ellas quedaron en el anonimato. Solamente se rescataron algunas versiones gracias a la tradición oral, de generación en generación. Así, un género teatral que halló hospitalidad en las culturas precolombinas de México fue adoptado como propio y enriqueció las costumbres de las diferentes regiones y contribuyó en la configuración de la identidad mexicana.
El legado de la Compañía de Jesús en la antigua tradición del teatro mexicano se reconoce fácilmente porque en las piezas teatrales que promovieron, se revela la espiritualidad ignaciana, sus implicaciones pedagógicas en la formación catequética y moral de los espectadores.
En la mayoría de las pastorelas se sabe desde el inicio que el nacimiento de Jesús tendrá lugar porque hay un anuncio explícito: la Anunciación (Lc 1, 26-38). Este pasaje del Evangelio es retomado por Ignacio de Loyola en la «Contemplación de la Encarnación» de los EE (102-109). Las personas de la Trinidad observan la situación del mundo y miran cómo la humanidad desciende a los infiernos. Ante esto, la Trinidad determina «que la segunda persona se haga hombre, para salvar al género humano; y así, venida la plenitud de los tiempos, enviando al ángel san Gabriel a nuestra Señora» (EE, 102); y María acepta con generosidad el desafío de dar a luz al Hijo de Dios. La determinación de la Trinidad nos muestra que Dios está atento a lo que sucede en el mundo y no se desentiende de él, sino que lo mira con ternura y pone de manifiesto que hay una alianza entre el cielo y la tierra, entre Dios y sus hijos.
Un ángel del Señor comunica la Buena Noticia del nacimiento a unos pastores. Después de recibir la noticia, decidieron ir a Belén para ver «lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer» (Lc 2, 15). En el camino se ven involucrados en una batalla simbólica: el bien contra el mal. Esta batalla tiene su fundamento jesuítico en la meditación de «las dos banderas» de los EE (136-147). La meditación sitúa al ejercitante en el contexto de la milicia, con la finalidad de que aprenda a conocer los engaños de Lucifer y la vida verdadera a la que invita Cristo, y describe dos caminos: el camino de Lucifer, dominado por la codicia de riquezas, el vano honor del mundo hasta llegar a la soberbia, y de estos tres escalones se siguen todos los vicios (EE, 142); y el camino de Cristo que invita a vivir en suma pobreza, estar dispuesto a recibir oprobios y menosprecios porque de estas dos cosas se llega a la humildad, y se siguen todas las virtudes (EE, 146).
Este último ingrediente es determinante en la consolidación de la pastorela, ya que constituye uno de los elementos que le aportan complejidad y sentido humano: la lucha del bien contra el mal y la interacción de personajes humanos con otros de carácter sobrenatural, celestiales e infernales. La imagen de choque entre dos fuerzas nos muestra la humanidad de los pastores, oscilando entre el bien y el mal. Una batalla de la que salen bien librados y consiguen llegar al lugar donde ha nacido el Niño Jesús y se postran para adorarlo; lo mismo que los Magos de Oriente (Mt 1, 1-12), quienes le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra; con lo que se reconoce la dignidad, la divinidad y la humanidad de Jesús.
Las «dos banderas» son una invitación a suscitar el deseo de seguir a Jesús y, al mismo tiempo, es una ayuda para conducirnos lo mejor posible en nuestras opciones más vitales. Es cuestión de distinguir entre la verdad y el engaño, luz y tinieblas, entre la claridad que nos permite ver el camino hacia al encuentro con Jesús y la confusión que nos desvía hacia el extravío. Y tal como sucede a los pastores en el camino hacia Belén, donde los demonios tratan de confundirlos para que no lleguen al lugar deseado, esta tensión entre dos fuerzas contrarias es una alegoría de la batalla entre el bien y el mal que tiene lugar en el corazón humano y de la cual se desprenden algunas lecciones de vida.
La mayoría de las pastorelas finalizan con la escena del nacimiento de Jesús: el mismo cuadro escénico que san Francisco de Asís representó en la Navidad de 1223 en el poblado de Greccio, Italia. En el contexto de los EE, san Ignacio de Loyola sugiere la «Contemplación del nacimiento» con la intención de profundizar en el conocimiento interno de Jesús «para más amarle y mejor seguirle», para fortalecer los vínculos de amistad con Él, desde un horizonte de servicio en humildad:
El primer punto es ver las personas, es a saber, ver a nuestra Señora y a José y a la ancila y al niño Jesús después de ser nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible; y después reflectir en mí mismo para sacar algún provecho (EE, 114).
Para Ignacio, lo principal es ver a las personas e involucrarse con ellas, «mirar, advertir y contemplar lo que hablan» (EE, 115); «mirar y considerar lo que hacen» (EE, 116), a partir de una actitud que trasciende la presencialidad física: «con todo acatamiento y reverencia posible». Lo importante es ver a las personas, no las cosas ni cosificar a las personas, sino ponderar lo que son y lo que nos representan, como lo afirma Adolfo Chércoles, S.J.:
El prepotente no sabrá nunca lo que es una relación interpersonal, porque nadie se sentirá persona ante él. Sólo esta actitud respetuosa y expectante, abierta a la sorpresa (no el cliché) y dispuesta a servir en sus necesidades (no manipular), puede considerarse presencia personal: con todo acatamiento y reverencia posible. Es abrirse al misterio de la persona. Entonces podrá surgir un reflectir […] que nos interpele.
En este sentido, el término reflectir no se entiende como sinónimo de reflexionar o discurrir racionalmente, sino como reflejo: vernos reflejados en el Misterio de la vida de Jesús y dejarnos interpelar; no elucubrar. Lo que nos transforma es un conocimiento que involucra nuestra sensibilidad. Y en el fondo, lo que Ignacio pretende es suscitar afectos, por esa razón este ejercicio espiritual está enmarcado por una petición muy concreta: «demandar conocimiento interno» (EE, 104).
Recapitulando, el antecedente más antiguo de la Pastorela mexicana es, pues, la recreación del nacimiento de Jesús que san Francisco de Asís realizó la Navidad de 1223 en Greccio, Italia, pero su evolución como género teatral religioso se atribuye a los jesuitas que llegaron a la Nueva España, a partir de 1572. Con los jesuitas, la Pastorela adquirió coherencia y solidez en su estructura y contenidos, se incorporaron personajes tipo y los pasajes del evangelio que fundamentan su argumento: la Anunciación a María, el Nacimiento de Jesús, la Buena Noticia a los pastores y la visita de los Magos de Oriente, entre otras alusiones.
Desde la visión de Ignacio de Loyola, las Sagradas Escrituras nos dicen más de lo que comunica el texto. En la «Contemplación de la Encarnación», la Anunciación a María es precedida de una deliberación entre las Tres Personas Divinas para recordarnos que Dios está atento a lo que sucede en el mundo y no se desentiende de él, que lo mira con profunda compasión y refrenda la alianza de Dios con su pueblo.
La determinación de los pastores para ir a adorar al Niño, abre la puerta al componente más complejo de la Pastorela: la batalla del bien contra el mal. Los pastores experimentan la influencia de dos fuerzas contrarias, se sienten invitados a militar bajo «dos banderas» opuestas; son atraídos por la Buena Noticia del nacimiento del Niño, pero son seducidos por los demonios para evitar que vayan a adorarlo. Se trata de una batalla interna en el corazón humano que, al final, deja un aprendizaje: pronunciarse por la vida verdadera y no dejarse engañar por el mal espíritu.
Finalmente, el bien triunfó sobre el mal, los diablos no pudieron evitar el Nacimiento de Jesús y fracasaron en su intento de detener a los pastores para que no adoraran al Niño. Sin embargo, lo que parece un final feliz, no es más que el principio de un gran compromiso: el de ser cristiano. Esto significa que estamos llamados a ser contemplativos en la acción y, como lo plantea Ignacio en los EE, el sentido fundamental de la «Contemplación del Nacimiento» consiste participar activamente en la escena, convertirse en un personaje más para dejarse afectar (con los afectos) y actuar en el mundo, sabiendo que en lo cotidiano hay fuerzas opuestas, obstáculos, tentaciones y peligros.
Como se puede apreciar, el telón de fondo de la pastorela son los EE. En su conjunto, los contenidos nos remiten a aspectos que san Ignacio de Loyola retomó de los evangelios con el propósito de ofrecer herramientas espirituales a quienes se ejercitaran en esta experiencia.
La pastorela halló tierra fértil para crecer en la cosmovisión de las culturas precolombinas de México, fue adoptada como propia, enriqueció las costumbres de las diferentes regiones y contribuyó en la configuración de la identidad mexicana. Al recuperar la historia de este género teatral, se puede corroborar su importancia en la tradición mexicana y la religiosidad de sus comunidades; no solamente para la celebración de la Navidad, sino también en la construcción de nuestra idiosincrasia nacional.
El humanismo fundante de los EE fue el instrumento mediante el cual los jesuitas redimensionaron el mensaje de la pastorela, la dotaron de una estructura verosímil y lograron articular la interacción de personajes humanos con otros de carácter sobrenatural, celestiales e infernales, haciendo parecer muy sencillo el manejo del espacio y el tiempo: un viaje gratuito para el espectador, transitando sin restricciones de un lugar a otro, de la propia tierra a Belén, del cielo a los infiernos; o yendo y viniendo del principio de los tiempos al hoy, y viceversa, con la mirada puesta en el porvenir personal y volviendo a la actualidad de los personajes, todo a la vez, como si pasado, presente y futuro ocurrieran al mismo tiempo, haciendo de la Historia un personaje viviente que nos cuestiona y nos redime. Con ese sólido andamiaje, los jesuitas revistieron de belleza y esperanza el mensaje central de la pastorela, la llenaron de semillas espirituales, de materia para la reflexión, de motivos para pensar la vida humana desde la óptica cristiana y disponernos para «en todo amar y servir» (EE, 233).