Las radios jesuitas de América Latina y el Caribe y su tratamiento de la política 

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ejos de ser la más excelsa de las formas de la caridad, como defendía Pablo VI, la política en nuestro entorno es, en no pocas ocasiones, una batalla de intereses en la que se mezclan empresas aparentemente legales, instituciones políticas y organizaciones criminales, sin que siempre sea posible distinguirlas. En ese contexto, las radios vinculadas a la Compañía de Jesús orientan su misión con las mismas cuatro preferencias apostólicas universales de la Orden: el cuidado de la Casa Común, el acompañamiento de los jóvenes en la búsqueda de un futuro esperanzador, el camino junto a las personas y comunidades descartadas de nuestra sociedad y el servicio de la fe en el Dios Amor que nos lleva a un proceso de discernimiento. Esas preferencias nos abocan como medios de comunicación al periodismo político.

La Red de Radios Jesuitas de América Latina y el Caribe

Más de un centenar de señales, gestionadas por 34 instituciones, hacen su misión desde Tijuana, México, a San Miguel, Argentina. Su origen está vinculado, en la mayoría de los casos, a otras instituciones o iniciativas de misión de la Compañía de Jesús. Muchas de ellas pertenecen a universidades jesuitas que las consideran un instrumento de incidencia y a la vez un recurso formativo de su alumnado. Otras nacieron en la estela de la formación a distancia, inspirada inicialmente en América Latina por Radio Sutatenza (1947) con la concreción ulterior de las escuelas radiofónicas al modo de la emisora jesuita canaria, Radio ECCA. Para ellas, las ondas —y ahora las plataformas digitales— son, sobre todo, un canal educativo. Un tercer grupo de emisoras jesuitas está dentro del proyecto, ya de centros sociales o de comunidades parroquiales. De todas ellas, 13 emisoras actúan en contextos de comunidades indígenas o pueblos originarios: desde el Chaco boliviano a las comunidades andinas, desde la Amazonia hasta las sierras mexicanas o los entornos mayas de Mesoamérica.

Estas entidades radiofónicas han trabajado su misión en el contexto local en el que nacieron. Sin embargo, desde sus inicios, las emisoras se integraron en redes de ámbito local, nacional e internacional. En el espacio regional, la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica es la casa común de la mayoría de las emisoras jesuitas y de muchas otras nacidas del impulso del humanismo cristiano y su Buena Noticia. Además, al final de la primera década del siglo XXI, con la iniciativa de la Conferencia de Provinciales Jesuitas en América Latina y el Caribe, diferentes emisoras vinculadas a la Orden empezaron a articularse en un proyecto que, en la actualidad, se define como una red fluida que se configura de formas diferentes en función de dos impulsos: las necesidades percibidas por las propias instituciones y el marco misional impulsado por la Compañía de Jesús. Nuestro trabajo en red se concreta en la producción común de algunos espacios de radio que pueden escucharse en toda la región y en la reflexión y formación en diversos aspectos de nuestra misión. Por supuesto, tanto en lo primero como en lo segundo, la inspiración de las preferencias apostólicas impulsa nuestro trabajo en común y el que en cada contexto diferenciado hacen los hombres y las mujeres de nuestras radios. De hecho, las Preferencias Apostólicas Universales de la Compañía de Jesús han configurado la actual programación formativa a la que la Red de Radios Jesuitas llama a sus radialistas: el cuidado de la Casa Común, el trabajo con jóvenes, el acompañamiento de las personas golpeadas y la apertura al misterio de Dios Amor mediante el discernimiento.

Sin seguridad para las y los comunicadores

Al salir de casa, Malena (nombre supuesto) mira a un lado y a otro. Alguna vez, al observar en la cercanía un motorista, se mete de nuevo en su hogar y llama por teléfono a la emisora Radio ETAM (también nombre supuesto). Durante los minutos siguientes estará atenta a ver si la motocicleta permanece en el entorno. Sólo cuando desaparezca se animará a salir a la calle, acercarse hasta la parada del bus de línea y llegar hasta el estudio donde realiza su trabajo como periodista de investigación y conductora de un programa de información política. ¡Bravo por Malena!

En Paraguay, en 1991, fue asesinado Santiago Leguizamón; él era el director de Mburucuyá 980 AM en la ciudad fronteriza de Pedro Juan Caballero. Lo tirotearon al salir de las instalaciones. Su muerte aconteció precisamente cuando el país celebraba el Día del Periodista, el 22 de abril, conmemorando el nacimiento en 1845 del primer periódico nacional, El Paraguayo Independiente. Santiago era una persona vinculada a la misión jesuita en el país, amigo cercano de muchos miembros de la Orden y dispuesto siempre, en todo, a amar y servir. Evidentemente, no sólo a las emisoras jesuitas les toca sufrir esta violencia. La misma ciudad de Pedro Juan Caballero fue el escenario del asesinato de Alexander Álvarez, de 39 años, de Radio Urundey FM; una motocicleta se cruzó en su camino y lo balearon hasta la muerte. Fue el 14 de febrero de 2023. También en las calles de esta población fronteriza había sido asesinado Humberto Coronel. De nuevo, desde una motocicleta, en septiembre de 2022. También era periodista de la emisora Amambay FM. Como los anteriores, Humberto Coronel había sufrido amenazas, pero no contaba con protección policial alguna.

En realidad, la situación concreta de Pedro Juan Caballero, con su carácter de frontera porosa entre Paraguay y Brasil, donde es fácil eludir a la justicia, no marca demasiada diferencia con otras ciudades de la región. Otros datos ayudan a entender la dimensión del problema.

Foto: © Lucas López, S.J.

En un país como México, una de las mayores potencias económicas y culturales del continente, la violencia dejó un rastro de 13 profesionales del periodismo sin vida en 2022, de acuerdo con la organización Artículo 19. En Colombia, cuatro fueron las víctimas mortales ese mismo año. De hecho, en América Latina y el Caribe, desde 2006 a 2021 mataron a 313 personas del ámbito de la comunicación. De acuerdo con registros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, el 78% de estos asesinatos se cerraron con la mayor impunidad: nunca se detuvo ni se juzgó a nadie.

Precisamente, podemos subrayar que la impunidad resultante, así como la presencia del crimen organizado, muchas veces indiscernible del entramado empresarial o de las instituciones de gobierno, la judicatura o las fuerzas de seguridad, hace de la autocensura la opción más aceptable para no pocos hombres y mujeres cuya vocación inicial es ayudar a comprender la realidad compleja en la que vivimos.

La violencia es, ya de forma directa, la atmósfera en la que vivimos, un doble desafío para nuestros equipos humanos y las instituciones a las que pertenecen: el tratamiento que damos a este fenómeno en nuestros contenidos comunicativos y el modo en que protegemos a nuestros equipos y a su entorno frente a sus efectos.

«La diversidad de contextos y experiencias es grande, pero de todos ellos aprendemos que una interioridad cuidada, cultivada y acompañada no es un lujo prescindible».

Por un lado, se nos cuestiona sobre los abordajes que hacemos de la violencia en nuestras emisoras. Necesitamos afinar nuestros criterios para que la denuncia y el anuncio tengan el lenguaje apropiado que nos lleve a afrontar desde la esperanza una realidad que, como dijimos, puede llenarnos de temor. Necesitamos, además, que ese lenguaje no incite a su vez a reacciones igualmente violentas. El ciclo de la violencia nos obliga a reflexionar sobre nuestros lenguajes, que nunca están desarmados, pero que no pueden abocarnos ni a un conformismo alienado ni a un odio activo generador de más heridas y sufrimiento. Es decir, nuestra labor radialista tiene que afrontar para reconducir hacia la reconciliación, la justicia y la paz.

Además, como señalábamos más arriba, la violencia generada contra las personas de nuestros radialistas nos obliga a adoptar las medidas necesarias para protegernos. Tres líneas de actuación están siendo ya una realidad: primero, los protocolos personales de seguridad —que necesitamos estudiar y profundizar—; segundo, el acompañamiento desde las instituciones a las personas y grupos especialmente amenazados por su labor o su contexto; tercero, las alianzas con otras instituciones del ámbito de la comunicación y los derechos humanos. La diversidad de contextos y experiencias es grande, pero de todos ellos aprendemos que una interioridad cuidada, cultivada y acompañada no es un lujo prescindible cuando se trata de afrontar las amenazas externas y los miedos internos que provoca.

El poder político y económico en el mundo fake

Un inspector del gobierno mide la antena de Radio AEES (nombre figurado) y poco después emite un informe en el que señala que el tamaño de ésta está por debajo de las especificaciones de la licencia de radios comunitarias. A raíz del informe, viene una multa de 100 mil dólares para una entidad, conducida por voluntarios, que tiene un presupuesto anual de apenas cinco mil. La multa también puede venir porque durante varios días se dejó de emitir, sin tener en cuenta que se había caído el suministro de electricidad que proporciona la compañía pública. Otro motivo puede ser la no disponibilidad del documento sobre seguridad laboral, que hace cinco años solicitamos en la ventanilla correspondiente de la misma administración que ahora viene a clausurar la emisora. La incautación de emisoras y la retirada de licencias no es una realidad impensable para no pocas de nuestras estaciones.

Además de la violencia física hay otras muchas maneras para reprimir los deseos de ejercer un periodismo incómodo: el acoso digital, el abuso de la judicialización, la arbitrariedad de las fuerzas policiales, los límites legales a la libertad de expresión, la normativa trampa de las administraciones públicas o la presión económica mediante el retiro de publicidad oficial o cargando fiscalmente las donaciones y otros ingresos recibidos por las entidades periodísticas.

El marco institucional de nuestras instituciones condiciona también las amenazas que recibimos y el modo en que podemos defendernos. Algunas de nuestras emisoras responden a lo que en la mayoría de las sociedades de nuestro continente se entiende como «radios comunitarias». Están regidas por una legislación específica con límites en altura de antena y potencia de emisión, y con condiciones administrativas fijadas por los gobiernos que, en no pocas ocasiones, permiten márgenes de arbitrariedad enormes.

También tenemos instituciones en las cuales las condiciones administrativas tienen que ver con su condición de emisora cultural o educativa. Algunos países, además, entienden la laicidad como la religión oficial del Estado y, por tanto, la exigen a todas las entidades que gestionan concesiones administrativas, que es la figura jurídica habitual para la asignación de una frecuencia radiofónica. Finalmente, hay que destacar que muchas de nuestras instituciones se sostienen con donaciones nacionales e internacionales. Esa financiación las hace más libres al no depender de fuentes controladas por los poderes locales. Sin embargo, no pocos gobiernos, justificándose normalmente en la lucha contra el blanqueo de capitales, han descubierto ahí no una financiación que incentivar, sino un ámbito que penalizar y una fuente de recaudación con la que sostener sus redes clientelares.

La cuestión económica es también herramienta con la que se amenaza la libertad de prensa y, en concreto, la de no pocas de nuestras instituciones radiofónicas. Esto en dos sentidos: por un lado, con legislaciones como las que describíamos antes, que sirven para penalizar las fuentes de financiación que hacen más libres a las emisoras. Pero, además, el poder económico defiende intereses muchas veces distantes de los valores y abordajes de nuestras emisoras. Así que, mediante la compra de la propiedad de grandes medios o a través de la asignación de recursos publicitarios, es ese poder económico el que decide hacia dónde van los grandes temas mediáticos o qué volumen de ruido y fake —falsedad— se mueve tanto en los medios tradicionales como en las redes sociales.

Por eso, al diagnóstico que explica la autocensura o, si prefieren, la selección consciente de una programación no molesta, sumamos, como queda dicho, el poder de los grandes grupos mediáticos y sus sesgos.

La credibilidad de los medios clásicos se sostiene por encima de las redes sociales en todas las encuestas, pero es evidente que el ambiente fake, generado muchas veces desde el entramado ya señalado —empresas, gobiernos, crimen—, hace compleja una labor periodística dialogante, capaz de promover consensos y de hablar de lo que realmente está pasando. El periodismo político financiado por grupos de interés copa los medios clásicos y, más todavía, los influencers de las redes sociales —cuya labor difícilmente se puede llamar periodismo—, y empuja a todos los medios hacia un tipo de programación combativa, espectacular, poco dada a la reflexión, al diálogo o al consenso.

Claro está que, en nuestra experiencia, las radios locales tienen una defensa sólida cuando abordan las cuestiones de su contexto: es la propia población destinataria la que actúa a su vez como fuente de información y como filtro de verosimilitud de esa información. En los entornos sociales donde la comunicación de tú a tú es relevante, nuestras emisoras, al dar espacio a quienes protagonizan la vida cotidiana, ganan credibilidad y se distancian del mundo fake. Además, hay herramientas que debemos usar a la hora de abordar los debates y la desinformación que afecta a ámbitos nacionales e internacionales a los que no tenemos acceso directo. En esos casos, las fuentes de nuestra información no pueden ser las redes sociales. Nos corresponde seleccionar la información de fuentes fiables, ya sea de agencias o de otros medios cuyos contenidos nos merezcan la máxima confianza. Por supuesto, ese seguimiento de determinados medios nos puede hacer dependientes no sólo de los datos informativos que proporcionan, sino también de los sesgos ideológicos con los que los seleccionan y de las opiniones que formulan como hechos de realidad. Sólo el estudio profundo, con criterio y profesionalidad de los textos y su comparación con fuentes diversas nos permitirá́ ser una voz fiable en medio del ruido fake.

¿Qué sigue?

En el encuentro que tuvo en Roma con periodistas en el marco del Jubileo de la Esperanza, el papa Francisco compartió una reflexión cuya lectura y repaso merecen íntegramente nuestra dedicación: «Cuenten también historias de esperanza, historias que alimenten la vida. Que su arte de contar historias sea también arte de contar historias de esperanza. Cuando cuenten el mal, dejen espacio para la posibilidad de remendar lo que está desgarrado, para que el dinamismo del bien pueda reparar lo que está roto. Siembren interrogantes. Contar la esperanza significa ver las migajas escondidas del bien incluso cuando todo parece perdido, significa permitir que haya esperanza incluso contra toda esperanza» (Mensaje del Jubileo de la Comunicación, 25 de enero de 2025).

Este 2025 la Red de Radios Jesuitas de América Latina y el Caribe trabaja diferentes aspectos del modo en el que hacemos comunicación cuando el tema político y todas sus connotaciones son nuestro objeto. Nos preguntaremos por nuestra independencia respecto a los poderes, por la orientación de nuestra misión periodística o por la pertinencia de nuestros contenidos culturales. Examinaremos si nuestras emisoras cuentan historias de esperanza o si, cuando les toca contar una realidad que merece denuncia, lo hacen con un lenguaje que abre puertas a la sanación.

Trataremos de entender cómo podemos ser lugar de encuentro, diálogo y construcción en nuestros contextos. Si hablamos de cuidado de la Casa Común, de seguir a la gente joven hacia un futuro esperanzador, de acompañar a las personas y comunidades descartadas del continente, si nos orientamos hacia una apertura a la trascendencia del Dios Amor que nos impulsa a un discernimiento profundo, la acción política debe ser objeto de nuestra comunicación periodística, cultural o de servicios.

Efectivamente, podremos abordarla desde una programación más contextual o cultural, desde unas emisiones más explícitamente religiosas o con una visión más acorde con una laicidad positiva y plural. Pero si lo hacemos bien, somos conscientes de que renunciamos a las expectativas de una vida tranquila, sin sobresaltos, y al aplauso y la financiación de los poderes de este mundo. 

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