A manera de homenaje, queremos presentar varios fragmentos de textos del recientemente fallecido Benedicto XVI. Incluimos también un breve comentario de Francisco sobre su antecesor. Ambos papas tienen en común el énfasis que cada uno ha puesto en el amor y la caridad como las fuerzas impulsoras de todos los seres humanos.
«Benedicto XVI hizo teología de rodillas. Su argumentación de la fe fue realizada con la devoción de un hombre que ha entregado todo de sí mismo a Dios y que, bajo la guía del Espíritu Santo, buscó una penetración cada vez mayor en el misterio del Jesús que le había fascinado desde su juventud» (Francisco, Prefacio a Dios es siempre nuevo, el testimonio espiritual de Benedicto XVI).
«El amor es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en ese proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre» (Caritas in veritate, 1).
«Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal» (Caritas in veritate, 3).
«No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos “un cuerpo” aunados en una única existencia. El amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia él. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor. En el desarrollo de este encuentro se muestra también claramente que el amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad» (Deus caritas est, 17).
«Hay que tener en gran consideración el bien común. Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese “todos nosotros”, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad» (Caritas in veritate, 7).