«La forma de abandonarse, de abandonar su cuerpo como un hilacho, a la deriva, la infinita impiedad de los seres humanos, la infinita impiedad de él mismo, las maldiciones de que estaba hecha su alma».
José Revueltas, El apando.
«¿Conoces Lecumberrri?», me cuestionó en seco Jackie Campbell Dávila, renombrada abogada, periodista y activista de Coahuila. Y aunque tenía una leve noción de aquella cárcel que había visitado hacía algunos años, no me atreví a conjeturar y esperé en silencio unos segundos para que ella continuara.
«Lecumberri era el palacio negro de los criminales, era el sistema penitenciario de los presos y perseguidos políticos. Una forma de vigilancia cruel y despiadada que puso en marcha Porfirio Díaz y que contaba con un sinfín de prácticas denigrantes, como tortura y salvajismo contra los reos», se apresuró a contarme.
Lecumberri es la sangre detrás de esa enorme construcción que ahora, al ser el Archivo General de la Nación, busca resignificar el lugar y, con él, no dar paso al olvido. Es el apellido que sus portadores dejaron de usar; renunciaron a él, al ser sinónimo de corrupción y tortura voraz.
En el norte de ese mismo México, Lecumberri es el nombre que Jackie Campbell Dávila utiliza como seudónimo, porque en él están grabadas las indiferencias históricas de las personas en situación de cárcel.
«Dice defender los derechos humanos, pero en el auge del movimiento y reivindicación de la mujer, ella busca ayudar a liberar y bajar la condena de los presos confesos», critica sobre Jackie la prensa de Coahuila, manipulada por las autoridades de ese estado. Y es que el trabajo de Jackie rompe esquemas; ella lleva a los presos un taller de escritura y periodismo y, desde la narrativa, les ayuda a trabajar internamente con la carga de estar sin libertad. Esos talleres la han hecho redescubrir las desigualdades que presentan las personas condenadas, en ocasiones injustamente.
Jackie Campbell es más que ese cabello rizado teñido de blanco que impresiona a primera vista y que también da cuenta de sus años de experiencia en la defensa de derechos humanos en distintas comunidades de México, como Chiapas, Chihuahua, Nuevo León y Coahuila. Describirla es llamarla «incómoda para las autoridades», sobre todo las de Coahuila, a las que todos los días les recuerda que en el estado se cometen feminicidios; un mural pintado en la fachada de su casa lo denuncia.
Foto: Juan Alberto Cedillo-Cortesía.
Es también sinónimo de malestar para el grupo más conservador de la Iglesia católica del país, porque fue la primera mujer en dirigir la Oficina de Comunicación Social de una diócesis, como lo informó la agencia CIMAC.
«En algún momento me empezó a molestar el tema de Estados Unidos y no de México. Entonces, por mis propios medios comencé a recorrer pueblos ejidales en el sur de Nuevo León y Coahuila. Después pasé a comunidades de Chihuahua y Chiapas. En Chiapas era el levantamiento zapatista y allí ubiqué a las religiosas de la Sociedad del Sagrado Corazón, específicamente a Maribel Cepeda», cuenta la también egresada de Comunicación del Tecnológico de Monterrey.
«Yo tuve que salir exiliada de Coahuila por un ‘problemita’ con unos militares que violaron a unas mujeres, trabajadoras sexuales, en territorio de la Diócesis de Saltillo. Ya en Argentina, conocí un proyecto que me gustó mucho, eran unos talleres de escritura de la Agencia [de noticias de Rodolfo] Walsh».
A su regreso a Coahuila, Jackie empezó a visitar a los presos. Aquella época era el ‘moreirato’, periodo de gobierno de los hermanos Humberto y Rubén Moreira (2005–2017). El moreirato fue sinónimo de sicariato. En aquella época los penales estatales, los ceresos y los ceferesos estaban bajo el yugo del grupo criminal de los Zetas, el sistema penitenciario se convirtió en una herramienta para el líder de los Zetas, Heriberto Lazcano, pues desde las cárceles seguía operando aun cuando los integrantes de su cártel estuvieran pagando una condena.
Está documentado que los penales de Coahuila funcionaron como lugares de exterminio para desintegrar cuerpos humanos. Desde la mismas cárceles se controlaba el territorio y con ello la desaparición de personas y la trata de mujeres.
«Siempre hay un amigo, un familiar, un conocido a quien visitar [en las cárceles], así lo hice yo también, hasta que tuve que pedir permiso al entonces cártel de los Zetas, que tenía el control. Ya autorizada, mi trabajo fue un poco más sistemático. Empezamos a hacer amparos y otros recursos legales, y comenzamos a entender que las personas privadas de su libertad pueden estar al pendiente de sus audiencias, escribirle a juez de control, hacer llamadas para exigir derechos o denunciar violaciones».
Jackie recorrió los pasillos de aquellos lugares lúgubres y desandó el camino burocrático de los procesos judiciales de cientos de personas presas, y así reconoció como humanos a aquellos que se encontraban detrás de los barrotes.
En Coahuila, en pleno 2023, aún se castiga con años de prisión a quien roba comida. En esas paredes de expedientes detenidos, en donde claramente no se encuentran políticos, funcionarios ni empresarios señalados por múltiples delitos, Jackie ha sido testigo de la segregación y de los métodos que se aplican en el sistema penitenciario coahuilense.
«Cuando denuncio una serie de torturas por los entonces GATES (Grupo de Armas y Tácticas Especiales) me piden ya no bajar a la penal», declara. Pero Jackie sabía que su trabajo era adentro de las cárceles, con esas personas que se encontraban abandonadas, así que ideó un plan para regresar y presentar un proyecto más formal; un taller de escritura creativa que permitiera a los presos ir a lo más profundo de sus sentidos.
Una vez que el gobernador Rubén Moreira aceptó permitirle la entrada a las prisiones, para trabajar por tres años, el entonces secretario de Gobierno, Víctor Zamora, fallecido en 2022, trajeado de costumbre y revestido de pravedad, puso mil trabas al proyecto, pues su trabajo significaba dejar al descubierto las fechorías de las que son partícipes las autoridades estatales dentro del sistema penal.
«El secretario de Gobierno me hizo la vida imposible. Claro, terminó amenazándome de muerte. Diciendo tonterías de mis supuestos vínculos con los Zetas y publicando en los medios de comunicación un montón de cosas».
Zamora, todo un priista autoritario, le pedía incontables requisitos para permitirle el acceso: «Estoy segura de que a nadie de los que tienen trabajo hoy en las cárceles le pidió tantos requisitos. Exigía el nombre de los libros que iba a ingresar, los materiales, el tipo de autores, colores de pluma, cantidad de libretas. Que le mostrara físicamente los libros. Tuve que hacer mucha inversión para dizque leyera y que se cerciorara de que los libros no trajeran palabras o ideas que pudieran perjudicarles. Me hicieron darle forma, tener objetivos muy específicos, además del general. Poner todo, todo por escrito. Y no me las aceptaban y me las regresaban».
Aquel taller no lo hizo sola, invitó a sus amigas y amigos a que le ayudaran en cada uno de los módulos. Muchos de ellos reconocidos por su trabajo. Recuerda que los primeros títulos para ese proyecto eran muy «carcelarios», 100 años de libertad fue el primer nombre del taller que pensó, en contraste con la novela de Gabriel García Márquez. Pero como a Zamora no le parecían, fue entonces cuando tuvo la idea de recurrir a José Revueltas, en específico a su obra El apando. Jugó con sus contenidos y reformuló títulos hasta que el nombre del taller quedó en El ojo derecho de Polonio.
«Por aquella ventanita que tenían en la celda de castigo los tres personajes de El apando se acercaban y, por más que giraran su cabeza, no podía ver. Lo que pensamos colectivamente fue que debían tener el ojo derecho de Polonio para poder ver en esa ventana. Que en una celda de castigo [una ventana] te permite ver más allá, ver hacía la libertad.»
Y agrega: «El ojo derecho de Polonio era algo que para el secretario de Gobierno no tenía sentido, porque tenía nulo conocimiento de literatura. El título lo comprenden solo los que leen».
Foto: Juan Alberto Cedillo-Cortesía.
Narrar el encierro
«En las cárceles me he encontrado gente que no sabe escribir. Eso es un problema del sistema. Eso ya es una violación a sus derechos humanos, ¿cómo es posible que en este 2023 tengamos personas analfabetas? Claro, hay analfabetas funcionales aquí en Coahuila, en Palacio de Gobierno, se les vota…»
Jackie ha tenida la fortuna de publicar varios libros escritos por las personas recluidas, producto de sus talleres. Entre suspiros me comenta que para los presos escribir no es sólo «porque tienen tiempo», también les sirve de terapia psicológica, un servicio que no tienen las personas internas.
«Después de cometer un tremendo delito, las personas tienen que sanarse, sanar el corazón, el alma, ¿no? Eso lo hacen al escribir. El taller El ojo derecho de Polonio viene a salvar a varias dependencias de gobierno que no están haciendo su trabajo. Porque, además, cuando sanas, te conviertes en otra persona, entiendes que has cometido un error y que no vas a volver a cometer la falta y que tienes que reparar el daño.»
El primer libro y que más tiraje tiene lleva por nombre Tic Tac, allí los presos plasmaron sus primeras letras.
—¿Qué te has encontrado en esos textos?, le pregunto a Campbell.
«Que las violaciones a derechos humanos son el pan nuestro de cada día, sobre todo en una estructura tan cerrada como lo es el sistema penitenciario, ¿cómo el sistema judicial manda a la cárcel a quienes no tiene idea de qué se les está imputando?; porque no hablan la lengua, porque no entienden la palabra del juez. ¿Cómo es posible que se les siga torturando?, que dejen a la persona inconsciente con toques, que se les electrocuten los testículos. Esas miserias de funcionarios tienen nuestro salario, porque son policías estatales y militares quienes están haciendo eso y lo hacen todos los días en este país; de eso se habla en el libro y lo escriben los presos. No es una novela, es la realidad».
El ojo derecho de Polonio fue replicado en varios estados de la república, incluida la capital. Es a través de sus talleres como Jackie afirma haber encontrado «la falta de humanidad, de caridad, de amor. No hacerlo significa dejarlos morir, es olvidarlos, eso es lo más cruel y miserable de la humanidad. En todas las cárceles de este país hay una parte miserable que quiere chivos expiatorios, que castiga, que vigila, que controla, que somete a otros», dice Campbell con la garganta seca, cuando recuerda todo su trabajo en aquellas cárceles y hace presente el rostro de cada una de las personas que ha conocido en ese lugar.
Esa Jackie Campbell, la educadora de los presos, la «voz transformadora que se infiltró en la Iglesia», como afirman algunos medios, es la que hace escribir a los internos. Es la misma mujer a la que le han allanado su domicilio en múltiples ocasiones y a quien desde 2021 la acompañan escoltas federales asignados como medida de protección por el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras y Periodistas.
Sus ojos se iluminan cuando puede visitar una prisión. Ella sabe que es un lugar en donde puede ser para los demás. Y se dice «lista» y con maleta de libros y material para pisar nuevamente un Cereso o un Cefereso y ofrecer servicio a sus «muchachos», como ella llama a los presos, trabajo con el que van a reconciliar su alma.
En los siguientes enlaces puedes encontrar el libro:
Facebook: https://www.facebook.com/profile.php?id=100004647019287
Instagram: Jackie Campbell (@jackiecampbelldavila) • Fotos y videos de Instagram
X: jack (@jaquecampbell) / X (twitter.com)
Y en Saltillo en la Casa la Comuna en el centro.
Foto de portada: Omar Ballesteteros
Fotos interiores: Juan Alberto Cedillo-Cortesía.