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Heroínas silenciosas: un llamado a la solidaridad con las madres

A mi mamá, que con amor puro grabó el sello de Dios en mi corazón y me muestra cada día la hermosura de la caridad cristiana.

El síndrome del burnout es definido como un conjunto de síntomas que hacen referencia al agotamiento emocional, la despersonalización y la disminución del desempeño personal causados por cuestiones laborales. El burnout se empezó a estudiar desde finales del siglo XX y fue reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un factor de riesgo para la salud. Aunque este fenómeno resulta común dentro de los contextos del trabajo y la educación puede llegar a presentarse también dentro del ámbito familiar.

El cortometraje coreano Mother es un recurso audiovisual que relata en cinco minutos todos los obstáculos que atraviesa una madre hasta llegar al punto de quiebre, en el que ella se transforma en un fantasma de ella misma al no poder cumplir con las tareas y deberes propios de ser madre.

Producido en el año 2016 por Studio Kokorosh y dirigido por Stephanie Chiew y Joan Chung, el corto comienza presentando el contexto en el que vive una pequeña familia, conformada sólo por la madre, sus tres hijos y un simpático perro. Más adelante se observa que la mujer de repente es absorbida por muchas tareas y se enfrenta a un ambiente de estrés y presión, pues son muchas las exigencias que deben ser cumplidas por ella y, claramente, no puede con todo al mismo tiempo. Entonces se convierte en un fantasma y es apartada de su conciencia por un breve lapso. El primero en percatarse es el perro, que llama a dos de los hijos y ellos, al ayudar a los fantasmas de su madre a completar las tareas que quedaron inconclusas, van devolviendo a su mamá pequeños fragmentos de ella, hasta que, al completar todos los deberes, la mamá vuelve a su estado de conciencia. Al despertar encuentra todo limpio y en orden. Busca a sus hijos, los encuentra jugando y se dirige a prepararles un aperitivo; ellos la alcanzan y el cortometraje concluye con una frase simple pero profunda: “¡Espera!, Madre, nosotros nos encargaremos”.

Convertirse en mamá significa una gran alegría para ella y para quienes la rodean. El papa san Juan Pablo II remarcó en una de sus audiencias la dignidad eminente que es propia de la maternidad cuando es vivida en todas sus dimensiones. María, modelo cristiano de la mujer, cumplió la misión a la que fue llamada en la economía de la Encarnación y la Redención por medio de la maternidad. Es necesario revalorizar esta idea. Dice san Juan Pablo II: «Todo en la mujer muestra y exalta su aptitud, su capacidad y su misión de engendrar un nuevo ser. Ella está más preparada que el hombre para la función generativa. En virtud del embarazo y del parto, está unida más íntimamente a su hijo, sigue más de cerca todo su desarrollo, es más inmediatamente responsable de su crecimiento y participa más intensamente en su alegría, en su dolor y en sus riesgos en la vida». Aunque la tarea de ser madre debe coordinarse con la presencia y responsabilidad del padre, la mujer desempeña el papel más importante al comienzo de la vida de todo ser humano, desde todos los ámbitos.

Por ello, continúa el papa san Juan Pablo II, «ser madre es un papel que demanda una entrega sincera de sí, el hijo no es un objeto del que la madre pueda disponer, sino una persona a la que debe dedicarse, con todos los sacrificios que la maternidad implica, pero también con las alegrías que proporciona» (cf. Jn 16, 21).

Como se presenta en este cortometraje, la madre llegó a asumir tantas demandas a la vez hasta el punto de convertirse en un fantasma. A través de esta metáfora el corto hace notar hasta qué punto puede una madre responder a las necesidades de los demás sin ser ayudada por los que la rodean. Ella sólo puede volver a la «normalidad» si sus hijos se preocupan por ofrecer su apoyo mediante pequeñas acciones y tareas, ahí se encuentra la profundidad del mensaje transmitido por el corto.

Esto nos invita a una reflexión acerca de cuál es el papel no solamente de la madre, sino también de los hijos, o del padre. «El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», dijo el apóstol Pablo en su Carta a los Corintios (1Cor 13, 7). Sin embargo, las cruces de cada día no deben ser cargadas en soledad, pues el mismo Pablo escribió: «Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo» (Gal 6, 2), y, asimismo, incluso Jesús necesitó de Simón de Cirene para cargar la pesada cruz que llevaba a cuestas en el Calvario. Por ello, en el contexto de la familia siempre deben de existir de manera auténtica valores como la empatía y la solidaridad. Un concepto aún más trascendental es el de la subsidiariedad, complemento de la solidaridad, concepto que, aplicado a la familia —según la carta encíclica «Centesimus Annus» (No. 10)— habla de que «cuanto más indefensos están en una sociedad, tanto más necesitan el apoyo y cuidado de los demás»; el carácter esencial de este concepto es el servicio y la ayuda. A pesar de que mamá y papá fungen como las autoridades en el núcleo familiar, este concepto también puede hacer referencia a la ayuda y el sostén que pueden dar los hijos a los padres, de manera recíproca, para hacer menos pesadas las cargas que se viven cotidianamente en el hogar.

Muchas madres han tenido también que convertirse en fantasmas de ellas mismas. Y es solamente ahí, dentro de la familia, donde se puede vivir el amor auténtico; donde también los hijos y quienes las rodeamos podemos desahogar las pesadas cruces que muchas veces ellas cargan día a día.

Recientemente tuve la experiencia de ser tía por primera vez. Desde el embarazo de mi hermana pude apreciar todo el proceso que vivió, empezando por el primer momento que supo que ella y su esposo tendrían su primer hijo. Sin duda, mi pequeño sobrino es ahora el centro de mi atención y cariño, pero resultó doloroso para mí ver las lágrimas y la tristeza de mi hermana en el proceso: el miedo de que el bebé podría no sobrevivir, la lenta y dolorosa recuperación de la cesárea y las bajas anímicas que podían llegar a presentarse. Mi hermana llegó a contarme una metáfora hermosa: ella me decía que era un flamenco y que ella había perdido su tono (las mamás flamencos pierden su vibrante color rosa mientras cuidan a sus crías), y yo la hice sonreír cuando afirmé que, así como las aves, «sus plumas volverían a brillar y ella volvería a sentirse bien».

No es fácil llevar a cuestas la cruz, aunque tenemos la esperanza de recordar que incluso los árboles son podados para que den fruto abundante (cf. Jn 15, 2). El papa Francisco nos ha enseñado que la misma comunidad de los primeros cristianos creció gracias a la acción decidida de compartir entre hermanos y hermanas, y por tal motivo existió un dinamismo de solidaridad que edificó a la Iglesia como familia de Dios, en el que resultó central la experiencia de la koikonía, palabra griega que significa «poner en comunión». ser comunidad, no aislados. Y que es dentro de la familia en donde se vive la más íntima comunidad, la iglesia doméstica. El modelo de amor cristiano es tan fuerte que nos ayuda a ser generosos y no tacaños. Volviendo a la imagen de los primeros cristianos, entre ellos no había necesitados, pues se repartía a cada uno según su necesidad y había un profundo sentido de subsidiariedad.

El amor auténtico debe ser comprendido, en palabras del papa Francisco, como un amor de obras, de ayudarse unos a otros, de desprenderse y ser capaz de darse al que está más necesitado. A través de la comunidad los primeros cristianos experimentaron el modo de vida del amor, de poner en común, y tal modo es tan propio del cristiano que los mismos paganos decían: «Mirad cómo se aman». El amor debe ser la modalidad y el estilo de vida, de manera que podamos cumplir con el mandato que Cristo nos dio a través de sus apóstoles al lavar sus pies en la Última Cena: «Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros. Por el amor que se tengan los unos a los otros conocerán todos que son discípulos míos» (Jn 13, 34–35). Tal amor no es pasivo, es acción, iniciativa. Tal como lo hicieron los pequeños hijos en el cortometraje, sólo el amor se manifiesta en obras, aunque sean insignificantes o pequeñas; éstas fueron las que hicieron desaparecer los fantasmas de la mamá.

El amor no debe ser de palabras o fingido, no debemos esperar a que sea el 10 de mayo para volver los ojos a nuestras madres y reflexionar o reconocer el gran trabajo que ellas hacen y siguen haciendo todos los días. Así como santa Teresita del Niño Jesús afirmaba sus pasos hacia la santidad en el camino de la pequeñez, así debemos expresar el amor los unos a los otros. Los pequeños gestos y los detalles que pueden parecer insignificantes hacen la gran diferencia. Muchas veces esto significa abandonar nuestras comodidades; el amor exige salir de uno mismo para encontrar la propia realización y plenitud (cf. Gaudium et spes). Ojalá que quienes entren en nuestros hogares puedan repetir las palabras de los paganos, «Mirad cómo se aman». Gracias, madres, por la entrega y el sacrificio. Es hora, también, de que nosotros, en el papel de hijos, seamos subsidiarios, y ayudemos a contestar esa llamada, a apagar la estufa, a meter la ropa a la casa tras la lluvia, o a repetir como en el pequeño video: «¡Espera!, Madre, nosotros nos encargaremos».

* Sandra del Carmen Sandoval Martínez es estudiante de la Licenciatura en Arquitectura del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Este trabajo se deriva de la investigación “El burnout y la vida universitaria, prevención y atención en los alumnos de Arquitectura”, que se lleva a cabo en el Proyecto de Aplicación Profesional “Mirar la ciudad con otros ojos”, durante el periodo Primavera 2023.


Este trabajo se deriva de la investigación “El burnout y la vida universitaria, prevención y atención en los alumnos de Arquitectura”, que se lleva a cabo en el Proyecto de Aplicación Profesional del ITESO “Mirar la ciudad con otros ojos”. Primavera 2023.

Foto de portada: Fotograma Mother

3 respuestas

  1. Excelente propuesta. Una visión equilibrada, retadora y profunda del maravilloso regalo de ser madre, de ser hijo, de ser familia. Una invitación a revalorar nuestra esencia, a agradecer el inmenso y profundo amor que conlleva seguir a Jesus como María, con un «SÏ» sostenido y silencioso. ¡Felicidades!

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