Por Sonia Herrera Sánchez–Cristianismo y Justicia
En septiembre de 2012 me hice cargo del blog de Cristianismo y Justicia, espacio de reflexión sobre fe, cultura y justicia que he coordinado desde entonces. Unos meses después, el 15 de enero de 2013, yo misma iniciaba una correspondencia que daba pie a una de las relaciones profesionales y personales más estimulantes e inspiradoras de mi vida. En ese primer e-mail le pedía a Víctor Codina si nos podía enviar, de vez en cuando, algún artículo por el blog. Lo hizo ininterrumpidamente hasta pocos días antes de su muerte el pasado 22 de mayo a los 91 años.
El primer artículo que me hizo llegar llevaba por título “¿Profetas de calamidades?”, así, con interrogantes. En el último párrafo del texto, Víctor, que de hecho era todo lo contrario a un profeta de calamidades, escribía: «Otro mundo es posible y necesario, otra Iglesia es posible y necesaria». Lo creía firmemente y nunca perdió la oportunidad de dejar por escrito cuál era la Iglesia con la que soñaba: una comunidad de creyentes responsable, consciente y libre, con laicos y laicas más activos y menos clericalismo; una Iglesia «más fermento que cemento», inclusiva, abierta, de frontera; una Iglesia alejada del poder, más democrática y consultiva y entregada a la justicia.
Se ha escrito mucho sobre las aportaciones teológicas de Víctor y no haré de intrusa en un terreno donde sólo soy sólo una lectora aficionada, y tampoco tengo espacio más que para aludir a sus 36 años en Bolivia que tanto marcaron su reflexión y su manera de estar en el mundo, pero quisiera abundar en lo que quizás no se ha dicho, o no de forma explícita. Porque aparte de un teólogo excelso e imprescindible y de un hombre bueno, Víctor Codina era una persona que desbordaba ternura y que no tuvo miedo a la escucha activa de los movimientos populares, de los pueblos originarios, de los feminismos, de los movimientos LGTBI+, del ecologismo…; una escucha que le llevó a no resguardarse en suficiencias y dogmas, a revisarse, a hacer evolucionar su pensamiento y a entender la noción de desigualdad en toda su complejidad desde una mirada poliédrica (¡cómo le gustaba esta metáfora del poliedro del papa Francisco!).
Víctor Codina comprendía que no sólo hay que saber leer los signos de los tiempos, sino que debemos saber escuchar al Espíritu, a la Ruah, y ayudar a transformar estos signos en pro de una sociedad más justa y diversa. Es por eso que durante años, en mis clases de teoría feminista, incorporé esa cita de su Sueños de un viejo teólogo: “la Iglesia católica mantiene una tradición de jerarquía exclusivamente patriarcal y constituye, en la sociedad actual, un antisigno, un ejemplo de machismo institucional, quizás la estructura más machista de la sociedad”. Después me gustaba explicar que aquella crítica feroz y sin ambages al patriarcado eclesial era en realidad una autocrítica consciente de un sacerdote de casi 90 años, un hombre que abogaba por abolir la “formación de invernadero” de los jesuitas y conectarla de lleno con la realidad y con la «memoria subversiva» de Cristo, tal y como decía Metz, y por una eucaristía que fuera semilla de «la solidaridad y el compromiso por la justicia y la liberación de toda opresión».
El mismo día de su muerte, Víctor me escribió un mensaje para informarme de que volvía a estar ingresado, pero era como era, esperanza encarnada, y ante mi pregunta sobre su estado de salud –que escondía poco o nada mi propio deseo hacia su infinitud–, él respondió: “Espero que mejorando”. Yo le envié un emoticono cursi con un corazón. Reviso esta última conversación y veo que no me pude contener de decirle que le echábamos mucho de menos por Cristianisme i Justícia. No sabía que iba a ser nuestra última conversación, que horas después me llegaría la noticia de su muerte, y que esa añoranza se volvería permanente.
El duelo me acompaña mientras escribo estas líneas, pero también lo hace un profundo agradecimiento por haber tenido el privilegio de convivir con Víctor durante estos últimos 10 años, de aprender de su sabiduría, de su humildad, de su transparencia y sentido del humor, de su esperanza inequívoca y de su mirada profética sobre lo que todavía está por acontecer. Porque Víctor, de hecho, venía del futuro, seguro, y había visto “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21:1), el “ya, pero todavía no”, un mundo y una Iglesia que serán verdaderamente Reino de Dios y por los que es necesario seguir trabajando. Ésta era la esperanza y la certeza que rezumaba, así que gracias, maestro, por dejarnos un camino y una hoja de ruta tan bien trazados.
Artículo fue publicado originalmente en catalán en Catalunya Cristiana y en el blog de Cristianismo y Justicia.
Foto: Imagen de archivo de Cristianismo y Justicia
3 respuestas
Estos hombres sabios nos han dejado mucho por pensar.
Me hubiera gustado encontrarme con él aunque sea por medios electrónicos. Lo que acabo de leer, me deja una tarea muy grande: “REFLEXIÓN
Buenas tardes, un saludo fraterno. El padre Victor Codina es un ejemplo de un auténtico profeta al modo de Jesús, que supo ser fiel a la causa del Reinado de Dios. He leido poco de él, sinceramente pero su ejemplo, su testimonio de vida evangelica me desafía y me reta a vivir con coherencia el Evangelio de Jesús.