En Guadalupe, muchos mundos

Contemplo la imagen de Guadalupe, la que se recogió en una tilma de trabajador allá en el Tepeyac. En sus múltiples detalles no se esconde la fusión de elementos. La imagen es una imagen de María, retomando la imagen de la mujer del Apocalipsis, de pie sobre una luna, como muchas veces sobre el mundo aparecía en las imágenes que se hicieron populares en Europa en el siglo XIV. Una Inmaculada diríamos ahora, victoriosa sobre el pecado y trayendo al sol al mundo.

Pero no es exactamente esa la imagen que ahora vemos, pues viene morena, con una expresión distinta, más grave y más serena, que las de aquellas imágenes europeas. También por el vestido poblado de sutiles figuras de flores o de montes floridos, sus manos adornadas con pulseras, sobre su cintura unas cintas negras, que parecen hablar a las personas que saben leer los códices náhuatls y tienen para ellas significados que ignoro. En su manto también el cielo, en un color azul verdoso, también un poco diferente que el azul de allá, tal vez porque se usaron los tintes de por acá. En el centro de su vientre la flor solar, la que para mí es el Jesús que espera, pero que, me dicen, anuncia por acá al Dios por quien se vive, que no desmiente a mi Jesús, pero podría tener también para otras personas en estas tierras, otros nombres, y se abre como una invitación para que cada quien lo encuentre en su propia herencia, en su propia esperanza.

En la imagen, en el canto que le da historia, también se juntan las penas y la confusión de los años que pasaron a la caída de Tenochtitlán. Es una invitación a acompañar a esos hombres y mujeres que, hacia 1531, habrían perdido el mundo conocido, y apenas se abrían ahora a un mundo nuevo, impuesto, donde los miraban con desconfianza, había enfermedades y criaturas desconocidas y les hacían sentir que ya no era suya la tierra que pisaban, ni suyos los dioses a los que rezaban. Ahora tenían que aprender a orar en otra lengua, con otros nombres, y a mirarse en otras imágenes. Y no sabían cómo hacerlo. En Guadalupe está su confusión, su miedo, su angustia y, también, una mujer del cielo que les habla en su lengua, rodeada de sus símbolos, acompañada de la flor y canto en sus acentos y que les quiere pedir su ayuda para construir una casa para mostrar consuelo, no juicio ni enseñanza, no nueva doctrina, sino consuelo.

Contemplo también su imagen presidiendo una procesión allá en Cerocaui, donde asesinaron —con muchos otros— a Javier y Joaquín. La llevan entre danzas y llantos. También ella junta danzas y llantos. Lloran los que los lloran a ellos, los muertos, y también los que lloran a quien los asesinó, que también era de ahí. Ella los reúne a los dos en una sola petición, consuelo, vida plena, perdón, reconciliación. Así también está su imagen pintada en muchas paredes de nuestras calles y también en nuestras cárceles. En ambos lugares promete consuelo y anuncia al Dios que reúne, el del cerca y del junto, el que comunica y pide diálogo y comprensión.

En su imagen se juntan los mundos, no para confundirse, sino para escucharse, para pedirse entendimiento, palabra, comunicación. Ella preside los trabajos más difíciles y denuncia la falta de cuidado y protección con su sola presencia, porque en cada accidente o siniestro por inseguridades previsibles hace evidente que no fue su protección lo que faltó, pues ahí estaba como están siempre las madres, pero también ella llorando y exigiendo la atención y el cuidado del patrón.

En su monte se erige su casa, esa misma que ella pidió para dar consuelo, y en estos días de diciembre en ella se dan cita millones de personas para buscar agasajarla y sentir su cercanía y protección. «Ella no abandona», lo decía bien la madre de uno de los desaparecidos de San Fernando en Tamaulipas, que nunca regresó. «Yo sé bien que ella no lo abandonó». En su manto es él recibido, como todos, muertos y vivos, para recibir su consuelo y su salud, la que un mundo tan lleno de violencia y de injusticia le negó.

En su manto no se diluyen las lágrimas de la conquista, de los trabajos forzados que trajeron la independencia, de las guerras de la historia, de las matanzas del egoísmo y el poder arrancado a fuerza, ni las de las violencias callejeras. Todas son más bien recibidas y a ella se une su llanto también, así como la pintan muchas veces llorosa los jóvenes que grafitean los muros de nuestras calles. Ellos saben que ella también llora. Y llorando promete consuelo, pidiéndonos que aprendamos a darlo, porque vivimos en la misma casa; somos hijos e hijas de la misma madre, y compartimos cada cual en su tiempo, y a veces juntos, las mismas lágrimas. Todas son recibidas, todas unidas en una misma promesa y una misma petición: dejémonos de provocarnos las lágrimas y convirtámonos en el consuelo que ella nos pide y nos prometió. Así como une ella en su manto, en su relato y en su imagen los fragmentos enfrentados de nuestras historias, sea Guadalupe para nosotros, para todas las personas, ocasión de escucha, justicia y reconciliación.


Foto de portada: Tacho Dimas-Cathopic

4 respuestas

  1. Madre que aun gesta acoje y cuida …

    Pero que también pare ..lanzando a desarrollarnos…a configurarnos al que redime por la autoentrega.. keosis…

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