A la luz de nuestra sociedad de consumo y una cultura de muerte, que censura y relativiza lo ético, podemos encontrar pistas ignacianas en la película El niño y la garza (Hayao Miyazaki, 2023) que, no por nada, ganó el Oscar a la mejor película animada. En palabras del director, este filme es su entrega «más simbólica y metafórica» porque tiene un corte personal (no lo dudamos).
Ambientada en el año 1943, en la época de la guerra del Pacífico, la película nos muestra la muerte de la madre del personaje principal, Mahito, esto desencadena en él un duelo irreconciliable. Mahito no ha logrado recuperarse, emocionalmente está afectado y no se adapta en la escuela y mucho menos a la vida sin «mamá», la desolación lo invade.
Para comprender lo que san Ignacio entiende por «desolación» debemos tener presente su visión de nuestra vida interior. Para dicho santo nuestra conciencia es una corriente de lo que él llama «mociones interiores», traducidas en pensamientos, sentimientos y atracciones (del buen y del mal espíritu) que entran y salen de nuestra conciencia a lo largo de nuestros días. Algunas de esas mociones perduran, mientras que otras sólo están ahí momentáneamente.
En ese sentido, Mahito experimenta la desolación, pero pronto encontrará consuelo en la aparición de una misteriosa garza real. El vínculo con el ave es inicialmente molesto para el niño, pero veremos durante el filme que la garza sólo quería llamar su atención para regalarle un nuevo propósito de vida que solemos perder cuando un familiar nos deja en este plano físico.
La cinta cobra sentido cuando Mahito deja de ver su dolor y emprende el rescate de su tía Natzuko, hermana de su mamá y quien se casó con su papá, y se convierte en madrastra.
La película está llena de situaciones monstruosas pero realistas; vemos a un niño enfrentando la pérdida y nuevamente, al no querer revivir este suceso, emprende con todas sus fuerzas el rescate de la mujer que ahora es su madrastra, dejando ver cómo la figura de mamá es insuperable.
Los momentos de mayor sacrificio vienen de la aceptación de la pérdida y, lo más importante, de abrirse a la felicidad en una nueva vida. Lo que nos recuerda a esa invitación a «una nueva vida» que Cristo nos ofrece y que, si asumimos a conciencia, podemos aceptar la consolación que «sólo Dios puede dar», como bien los evidencian los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola. Las pruebas a las que se enfrenta Mahito son muestra de lo bello de las decisiones guiadas por el espíritu que perdona.
La garza en Mahito tiene un sentido simbólico que representa la figura de los padres, que, en ocasiones, aunque quieren ser de ayuda los acabamos viendo o percibiendo como unos monstruos y perdemos de vista que lo único que desean es nuestro bien. Dentro de la trama de la película la garza representa la ruina o la salvación según cada escena.
No me queda más que volver a enfatizar la recomendación para creyentes y no creyentes que, sin duda, la película El niño y la garza ejerce en el espectador sentimientos de confusión, tristeza, amor y enojo ante la vida, pero sobre todo la aceptación frente a la pérdida, haciendo eco a la película de Wakanda forever, encontraremos en El niño y la garza una nueva forma de vivir y aceptar un duelo.
El niño y la garza es una historia llena de emociones y tiene mucho sentido evangélico e ignaciano, y la considero uno de los mejores filmes animados de Studio Ghibli.
Para saber más:
Sobre la desolación: https://www.jesuitscentralsouthern.org/es/stories/de-la-oficina-de-espiritualidad-ignaciana-sobre-la-desolacion/
Imagen de portada: Fotograma El niño y la garza. Dir. Hayao Miyazaki (2023).
Un comentario
Gracias por tu comentario, profundo y sencillo a la vez, para aprovechar mejor el mensaje de esta historia, y para darnos cuenta de nuestra mociones interiores.