El misterio de la conciencia: entre la ciencia y la espiritualidad

Por Jorge Martínez*. Académico del Centro Universitario Ignaciano, ITESO.

La pregunta sobre qué es la conciencia y si puede existir más allá del cuerpo y de la materia ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales. Durante gran parte del siglo XX el materialismo científico se impuso como paradigma dominante: todo debía explicarse a partir de la materia y de las leyes físicas. Fue en ese contexto como inicié mi formación como psicólogo, convencido de que la conciencia no era más que un proceso bioquímico emergente del cerebro, encargado de integrar nuestras percepciones, pensamientos y emociones, y de posibilitar la autorreflexión. Durante años asumí esta visión sin cuestionarla; sin embargo, con el paso del tiempo, mi práctica profesional y mi vida personal me mostraron que aquella definición resultaba insuficiente. Lo que parecía ofrecer certezas sólidas se transformó en un cúmulo de dudas que me condujo a abrirme a nuevos paradigmas que, como era de esperarse, cuanto más profundizaba en ellos, más interrogantes surgían.

Uno de los hallazgos que más ha contribuido recientemente a cuestionarme el paradigma reduccionista de la conciencia, son las llamadas experiencias cercanas a la muerte (ECM). Un ejemplo es el estudio AWARE (Awareness During Resuscitation), publicado en 2014 y citado en el libro Muerte lúcida (2020) del cardiólogo Sam Parnia, quien dirigió esta investigación. El estudio incluyó a 101 pacientes que sobrevivieron a un paro cardíaco en hospitales. En él se señala que el 38% de estos pacientes reportó haber tenido experiencias conscientes durante la reanimación sin poder recordar detalles concretos; casi el 9% indicó rasgos de una experiencia recordada de muerte, y el 2% ofreció descripciones de un estado de conciencia verificables, como visiones desde fuera del cuerpo. En un caso particularmente notable, un paciente recordó con precisión la conversación y los movimientos del equipo médico mientras estuvo clínicamente muerto, hecho que posteriormente fue corroborado por los profesionales presentes en la sala. Este último tipo de testimonios difícilmente pueden explicarse como meras alucinaciones y abre la seria posibilidad de que la conciencia continúe funcionando incluso después de que el cerebro ha dejado de hacerlo.

Estas experiencias resuenan con las investigaciones del doctor Manuel Sans Segarra, médico y psicoterapeuta español, quien ha dedicado buena parte de su obra a explorar los estados de conciencia. En La supraconciencia existe (2024) analiza también testimonios de ECM. Su conclusión es que el cerebro no genera la conciencia, sino que funciona como un medio o canal de una realidad mayor. Para hacerlo más comprensible, Sans Segarra recurre a una comparación esclarecedora: del mismo modo que una radio no crea la música, sino que capta ondas que ya existen en el ambiente, el cerebro no sería el productor último de la conciencia, sino el instrumento que la recibe y la traduce en experiencias. Esta metáfora me resultó profundamente reveladora, pues me permitió comprender que quizá el cerebro no sea el origen de la conciencia, sino más bien algo así como  su medio para expresarla.

Algo semejante ocurrió cuando me acerqué al estudio de la física cuántica, en el que hallé aportes valiosos recogidos por Ken Wilber en su obra Cuestiones cuánticas (2023). En este libro el autor reúne las reflexiones de algunos de los científicos más influyentes del siglo XX, cuyas intuiciones sobre la conciencia resultan sumamente interesantes. Por mencionar algunas: Max Planck, padre de la teoría cuántica, consideraba la conciencia como fundamental y sugería incluso que la materia deriva de ella; Albert Einstein sostenía que la experiencia de sentirse separado del universo es tan solo una ilusión óptica de la conciencia; Erwin Schrödinger planteaba que, en el fondo, existe una sola conciencia universal, y Werner Heisenberg advertía que lo que percibimos nunca es la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza condicionada por nuestras preguntas. Descubrir que estas mentes brillantes no solamente reconocían los límites del materialismo, sino que también intuían la trascendencia de la conciencia, fue para mí como encontrar prestigiosos aliados en este camino de búsqueda.

Por otro lado, en el campo de la filosofía, leer autores como el italiano Bruno Del Medico, que se ha dedicado a explorar los vínculos entre la ciencia contemporánea y la metafísica. En su obra Del universo físico al cosmos metafísico (2022) sostiene que las leyes de la física explican el comportamiento de la materia, pero no logran dar cuenta de la aparición del yo consciente. Su aporte central es mostrar que lo físico constituye sólo un plano de la realidad y no su fundamento último, invitando a reconocer que la conciencia apunta hacia una dimensión más profunda y metafísica.

En la misma línea, el filósofo David Chalmers (citado por Sabry, 2022 en el libro Hard Problem of Consciousness) utilizó la expresión «el problema duro de la conciencia» para referirse a la dificultad radical de explicar cómo la actividad neuronal genera experiencia subjetiva. Su hipótesis es que la conciencia podría ser una propiedad fundamental del universo, tan básica como el espacio o el tiempo.

Finalmente, Vicente Merlo, quien se especializa en filosofía de la religión y en el diálogo entre espiritualidad y pensamiento contemporáneo, ha dedicado parte de su obra a reflexionar sobre la conciencia y su posible continuidad tras la muerte. En Eres inmortal (2024) plantea que la conciencia no es un objeto externo que pueda observarse, sino el sujeto mismo que observa. Desde esta perspectiva, sostiene que la conciencia constituye nuestra identidad más profunda y que, aunque el cuerpo muera, no es irracional pensar que pueda subsistir.

Todas estas perspectivas parecen converger en una misma pregunta: ¿somos cuerpos que poseen conciencia o conciencia que habita un cuerpo? La física cuántica ha mostrado que el universo es mucho más enigmático de lo que imaginábamos; la medicina ha documentado fenómenos que desafían las explicaciones reduccionistas, y la filosofía ha insistido en que la conciencia sigue siendo el mayor enigma de nuestro tiempo. Por ello, me inclino a pensar que la respuesta se acerca más a concebirnos como conciencia encarnada que como simple materia pensante. Esta intuición coincide, además, con lo que tradiciones como el cristianismo y el budismo han sostenido desde hace siglos: que la conciencia o el alma trascienden al cuerpo y a la muerte.

Muy lejos de llegar a conclusiones definitivas, lo aquí compartido solamente refleja un proceso personal y académico con un propósito claro: comprender, aunque sea un poco más, sobre este misterioso y fascinante tema. Cada lectura, experiencia y reflexión abre nuevas interrogantes que me animan a seguir profundizando en el cruce que se da entre la conciencia y la espiritualidad. Confío que este camino de exploración  y comprensión continuará ampliándose, y espero también que las conclusiones o inquietudes que se deriven de ello puedan compartirse en alguna futura edición de esta revista.

Para saber más

Chalmers, D. (1995). Facing Up to the Problem of Consciousness. Journal of Consciousness Studies, 2(3), 200–219.

Del Medico, B. (2022). Del universo físico al cosmos metafísico. Edizioni Pensare Diverso.

Merlo, V. (2024). Eres inmortal. Siglantana.

Parnia, S. (2020). Muerte lúcida. Kairós.

Sans Segarra, M. (2024). La supraconciencia existe. Planeta.

Sabry, F. (2022). Hard Problem of Consciousness. One Billion Knowledge.Wilber, K. (Ed.). (1984/2023). Cuestiones cuánticas. Kairós.

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