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Disertaciones sobre la verdad

Muchas veces he escuchado por ahí especulaciones del tipo: “¿Qué hubiera sucedido si Pilatos no le hubiera dado la espalda a Jesús?” Me parecen especulaciones estériles. ¿Por qué?

Detengámonos un poco, se puede hablar de la verdad en tres dimensiones que son vitales:[1] la verdad como lo que los antiguos griegos denominaban aletheía, que es lo que cotidianamente entendemos como verdad. El develamiento de las entrañas profundas de las cosas, el trabajar por descubrir lo que es algo más allá de lo que captamos a simple vista. En términos generales, la ciencia busca esta verdad, pone atención al hablar de las cosas develando sus misterios. Se trata de poner de manifiesto, de un iluminar y ver, o un escuchar lo que está ahí pero que no se capta inmediatamente. Pero, no sólo en el ámbito de la ciencia se da esto, también en muchos otros espacios de nuestra vida. El niño pequeño, por ejemplo, vive en un mundo de maravilla, de descubrimiento en descubrimiento, algunos bellos y otros no tanto: descubrir que de una semilla sale una planta puede ser fascinante, pero descubrir que el fuego quema es un aprendizaje doloroso.

Otra dimensión de la verdad es lo que el Occidente medieval denominó veritas, es el aparentemente sencillo decir la verdad, la verdad dicha que no consiste simplemente en expresarnos, sino en hacerlo bien, con coherencia, con consistencia, con respeto por aquello que se quiere expresar. Éste es un trabajo más complicado de lo que parece, pues una cosa es saber la verdad y otra expresarla de tal manera que no la falseemos. Esto no se opone necesariamente a la mentira, la mentira es falseamiento voluntario de la verdad por las causas que sean. Pero podemos no ser veraces sin intención de ser falaces, simplemente porque es muy complicado encontrar el camino adecuado para expresar con precisión lo que se sabe que es verdad.

Sin embargo, la veritas latina es algo muy cotidiano; simplemente, en nuestras relaciones diarias, cuando uno se pregunta ante determinadas circunstancias “¿cómo se lo digo?”, ahí estamos manifestando nuestra preocupación por la veracidad, se trata de decir lo que es pertinente y necesario decir, pero también de buscar el momento adecuado y, especialmente, el modo adecuado de hacerlo. Decir la verdad no significa exabruptos viscerales, ni lenguas viperinas, ni “verdades” descontextualizadas que confunden, ni medias verdades que no se comprenden o se comprenden mal. ¡No es tan sencillo!

Otra dimensión de la verdad es lo que los hebreos denominaban emunah, que no es otra cosa que la confianza. Cuando sé que algo es verdad puedo descansar en eso, puedo trabajar con gozo, puedo poner ahí mi esperanza, porque la verdad tiene una solidez que nos hace saber que podemos pisar firme, que podemos avanzar o reposar en ella, que estamos seguros como el niño que se sabe amado por su madre y confía en sus brazos.

Y Jesús es la verdad, y vino a dar testimonio de ésta. Nos vino a develar el misterio con su vida, nos explicó en parábolas sencillas[2] la maravilla del Reino y nos mostró que se puede confiar en el amor. Jesús es el testimonio de que el Padre es amor y que el amor todo sana, todo perdona y que es fuente de vida. La gente sencilla lo sabía, sabía que con sólo verlo o tocar su manto podrían sanar, lo veían con fe (que es otro modo de decir que le tenían confianza), y esa confianza les brindaba esperanza y removía sus montañas.

Pero Pilatos no podía verlo porque él se había construido a sí mismo como mentira, era un verdadero hombre falso. No tenía ningún interés por develar ni descubrir nada, sino por no quedar mal con el poder de Roma. No hablaba el lenguaje de la veracidad porque la retórica imperialista es hipócrita por excelencia. Y, desde luego, ignoraba todo sobre la confianza porque la suspicacia es el hábito de los que intentan quedar bien con todo el mundo a costa de lo que sea, como no son verdaderos, sospechan también de todos los demás. Pilatos no era el prototipo de la maldad necesariamente, pero sí del cinismo.

La verdad es algo demasiado complicado para los que pretenden enseñorearse y dominar el mundo y a los demás, ya que la verdad en todas sus dimensiones, pero especialmente en la de emunah, requiere de humildad, pues el amén, que es la traducción al español del emunah, nos exige soltarnos del ego y ponernos en las manos del otros, de los demás, confiar, esperar y amar.


[1] Cfr. Marías, Julián, Obras completas, Tomo II, sección II, editorial Revista de Occidente, Madrid 1962.

[2] Pero que sólo se entienden en oración, de otra manera suenan a historias sin sentido.


Foto de portada: Javillamome-Cathopic.

2 comentarios

  1. No solamente Jesús explicaba el Reino con palabras sencillas, también este artículo se disfruta por decir cosas profundas con un lenguaje sencillo. ¡Gracias por este regalo de Pascua!

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