Entrevista con Lulú Barrera
En esta ocasión tuvimos el privilegio de conversar con Lulú Barrera, una destacada defensora de derechos humanos. Lulú ha llevado el feminismo desde las calles hasta el vasto mundo digital, donde la vida se despliega en toda su complejidad, replicando afectos, gustos, problemas y desigualdades. En este ámbito, junto a otras mujeres valientes y comprometidas, Lulú ha forjado un espacio de resonancia para las voces y luchas de las mujeres y personas no binarias que desafían diariamente los estereotipos de género.
Su acercamiento a los derechos humanos se originó en sus raíces familiares, marcadas por la migración y las historias de lucha y resiliencia de sus seres queridos. Eso, sumado a su encuentro con el movimiento zapatista y con el feminismo, fueron los catalizadores que la impulsaron hacia el activismo y la defensa de los derechos humanos que, sostenidos por más de 20 años, la llevaron a dirigir organizaciones como Luchadoras y a participar en Numun Fund, un fondo internacional de apoyo para proyectos de tecnología con enfoque feminista.
Revista CHRISTUS (RC): ¿Cómo se formó Luchadoras? ¿Nos podrías contar un poco de esta organización de la que formaste parte?
LULÚ BARRERA (LB): Fundé Luchadoras en 2012. La organización empezó a trabajar con temas de derechos digitales a partir de nuestro activismo en internet, con un programa en el que entrevistábamos a mujeres activistas; mujeres que todos los días hacen cosas, en diferentes ámbitos de la vida pública, para desafiar los estereotipos de género; madres buscadoras, madres de hijas víctimas de feminicidio.
En 2016 inició lo que yo llamaría la «nueva ola de feminismo», con varias protestas virtuales y presenciales. Entonces, nosotras y otras integrantes de nuestra comunidad comenzamos a recibir muchísimos ataques y odio digital. Era la primera vez que nos sucedía, y en ese momento no se hablaba de la violencia digital con tanta claridad; todo estaba centrado en Estados Unidos o Europa y no había información de cómo se daba en América Latina.
Nos encontramos con un grupo de compañeras que pensaron algo llamado «Los principios feministas de Internet», que consistía en reflexionar sobre cómo este espacio podía dar pie a que la lucha por la igualdad de género se hiciera más real.
Una parte de esos principios habla de que el Internet debe ser «un espacio libre de violencia para las mujeres», pero nos dábamos cuenta de que ahí se replicaban las desigualdades, o sea, la violencia que veíamos en las calles, en las casas, en las escuelas, en los centros de trabajo, se extendían a lo cibernético. El Internet, en lugar de tener este potencial transformador, en realidad recrudecía las desigualdades.
Documentamos cómo las mujeres eran atacadas virtualmente en México y publicamos un informe y una tipología [de las violencias]. Buscamos a mujeres activistas que estuvieran viviendo ataques cibernéticos en diferentes partes del país y nos juntamos en Ciudad de México; todas contaron «a mí me han hecho esto». Lo pegamos en una pared e identificamos similitudes. De allí creamos una tipología con 13 formas de agresión contra las mujeres a través de las tecnologías. Este documento lo usaron varios países en toda América Latina para hablar de violencia digital. Así fue como comenzamos a trabajar en lo cibernético, y a partir de ahí Luchadoras ha propuesto distintas estrategias y campañas.
Actualmente ya no dirijo Luchadoras, dejé la organización hace dos años como directora, pero sigo siendo parte del Consejo […]. Las cofundadoras y yo estuvimos conscientes de que éste era un proyecto que nos iba a trascender, que era algo que había que construir para la posteridad y que probablemente íbamos a dejar la organización, pero que alguien más seguiría sosteniéndola. Ese alguien son las generaciones más jóvenes.
RC: ¿Nos puedes contar sobre esas campañas?
LB: En la pandemia todas las formas de comunicación y socialización se transfirieron de lo presencial a lo virtual. Por el encierro, la violencia digital aumentó muchísimo. A partir de ahí dijimos «bueno, tenemos que acompañar a las mujeres que están pasando por esta situación».
Nos dimos cuenta de que la principal forma de violencia digital que estaban viviendo las mujeres que nos buscaban era la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento. Por lo tanto, trabajamos con Twitter y Facebook para que mejoraran sus políticas de reporte de este tipo de acoso, así como para ofrecer instrumentos adecuados para quienes viven esta violencia […]. En particular, creamos una campaña llamada La Clika, Libres en línea, para que ellas pudieran hablar de esto sin estigma.
Otra parte muy importante fue la formación; es decir, nos percatamos de que algunas mujeres no conocemos tanto las tecnologías como para poder sentirnos seguras. Muchas veces lo que pasa, desde una perspectiva de género, es que tienden a sobreprotegernos, a decirnos que somos débiles, que no podemos cuidarnos por nosotras mismas, que alguien tiene que hacerlo, y no podemos ser autónomas.
No se trata de que un técnico te respalde o te diga cómo usar mejor tu celular. No queríamos seguir con el discurso de que las mujeres externalizamos en los hombres expertos nuestra seguridad, sino que nosotras somos agentes de nuestra propia defensa.
Asimismo, advertimos que en las relaciones estaban usando el control, la vigilancia y el espionaje digital para controlar a sus parejas. Se estaban extendiendo los celos y otras formas de control a lo tecnológico, por lo que concluimos que las mujeres tenemos que ser gestoras de nuestra seguridad digital. Por ello, llevamos a cabo entrenamientos de cuidados digitales para saber cómo usar nuestro dispositivo de manera segura, así como campañas que tradujeran esto de manera amigable para nuevas audiencias.
RC: ¿Nos puedes explicar qué son los derechos digitales?
LB: Los derechos digitales no son diferentes a los derechos humanos; son los mismos, pero en el espacio digital adquieren otras dimensiones. El derecho a la identidad o al anonimato en internet son muy importantes para proteger tu identidad en caso de que seas víctima de espionaje de Estado; igualmente el derecho a la privacidad y a la vida íntima, por ejemplo.
También en la digitalidad es fundamental que tus comunicaciones estén seguras. En el caso de la violencia contra las mujeres, ésta se refleja al difundir imágenes íntimas. Su privacidad es intimidad, por lo que debe estar resguardada por los medios tecnológicos.
RC: En este nuevo paradigma digital, en el que la inteligencia artificial (IA) desentraña un debate ético y de derechos por su capacidad generativa, ¿cuáles son las implicaciones en términos de derechos humanos y digitales?
LB: Sí, primero me gustaría hablar más ampliamente de la tecnología y después de la IA. Una primera reflexión es que generalmente no entendemos que la tecnología es una herramienta. La visión de que es «una ayuda» es muy simple e inocente, y la tenemos que problematizar.
Las tecnologías son un espacio en el que se dan relaciones de poder y de desigualdad, por lo que hay que desmitificarlas como «salvadoras», también conocido como «tecnosolucionismo». La tecnología no sólo tiene potenciales transformadores, sino que recrudece las desigualdades.
Pensemos: ¿quiénes son los dueños de las tecnologías que consumimos y de dónde vienen? Principalmente del Norte global y les pertenecen a empresas millonarias poseídas en su mayor parte por hombres blancos privilegiados del Silicon Valley. Y las personas que son mayormente usuarias, estadísticamente, provienen del Sur global.
Nosotras, las usuarias de la tecnología, no tenemos las capacidades para influir en los procesos de diseño ni en las decisiones de política pública tecnológica, entonces por eso hablamos de desigualdad. Tú como usuaria tienes que aceptar los términos de las tecnologías diseñadas por el Norte y no tienes chance de renegociar.
Por otro lado, ¿de dónde se extraen minerales para el desarrollo? ¿De dónde viene esa labor física? ¿Qué territorios están siendo excavados y explotados para obtener los minerales de nuestros celulares? Un segundo ejemplo, ¿quiénes son las personas que revisan contenidos de las plataformas como Meta?
Toda la información que se publica en Meta, que es potencialmente sensible, tiene que ser revisada por el ojo humano. Estas empresas del Norte global subcontratan a otras más pequeñas en la India, en países africanos, para que revisen, todos los días, imágenes de alto contenido sensible y censuren decapitaciones, pornografía infantil y cosas de lo peor de la humanidad. Hay gente en el Sur global que lo ve y a la que le pagan una miseria para hacerle el trabajo sucio a las grandes corporaciones.
«Creo que allí encuentro la esperanza: en las redes, en la solidaridad que se puede dar entre las personas, especialmente entre mujeres y entre personas de la disidencia, que son grupos con los que yo trabajo más».
En otro ámbito, la IA tiene procesos muy complejos de procesamiento matemático y de data a nivel masivo, por lo que hay que preguntarse cuáles son las fuentes de información sobre las que se construyen.
Por ejemplo, está el caso del bot Tay de Microsoft [en 2017]. La IA aprende a partir de bases de datos; si tiene una lo suficientemente grande y de la cual pueda aprender patrones, entonces identifica y clasifica para saber cómo comportarse. Lo que sucedió es que Tay empezó a dialogar con personas en Twitter y a aprender a partir de sus interacciones. La gente lo cachó de inmediato, por lo que lo insultaron y le hablaron mal, con insultos fascistas y racistas. Por lo tanto, en 24 horas se había convertido en un bot con esas características, y obviamente Microsoft tuvo que cerrarlo.
Otro caso es el de un grupo en Estados Unidos llamado la Liga de la Justicia Algorítmica, que se dio cuenta de que un programa de identificación de reconocimiento facial no captaba los rostros de las personas negras porque toda su base de datos estaba llena de imágenes de personas blancas. La IA no estaba programada para identificarlas a ellas; cuando alguien se ponía enfrente de este identificador, no aparecía su rostro.
Ésos son ejemplos de cómo las programaciones sociales y culturales impactan. Por eso es importante que haya más personas desarrolladoras de tecnología del Sur global y de las disidencias, para que influyan en los desarrollos tecnológicos.
RC: Por último, en tu trabajo como defensora de derechos, en el ámbito digital, ¿dónde identificas nociones de esperanza?
LB: Hace poco leí en un libro que «la solidaridad es la ternura de los pueblos», y me gustó muchísimo esta frase porque creo que allí encuentro la esperanza: en las redes, en la solidaridad que se puede dar entre las personas, especialmente entre mujeres y entre personas de la disidencia, que son grupos con los que yo trabajo más. Ahí notas cómo salvan en momentos de gran dificultad. En la violencia contra las mujeres, una de las principales tácticas es el aislamiento. La pareja aísla a la mujer para que no tenga redes de apoyo y pueda ser sometida a su voluntad, para que pierda su autonomía. Las redes ayudan a que se quiebre esa indefensión, lo colectivo es poderoso y hace posible un camino hacia la transformación.
Para saber más:
APC. (2016, 19 de agosto). Principios feministas para internet–versión 2. https://bit.ly/4bn5m0J
La Clika, Libres en línea: https://www.libresenlinea.mx/
Luchadoras. (2017). 13 formas de agresión relacionada con las tecnologías contra las mujeres. https://bit.ly/3wxRL7x
Numun Fund: https://numun.fund/