Una realidad frente a la violencia de género
Olga Consuelo Vélez Caro
Grandes cambios se han visto en las últimas décadas y, en lo que respecta a las mujeres, son muchos los derechos que se han adquirido. No han sido vanas las diferentes «olas del feminismo»1 que, a pesar de sus múltiples rechazos y sospechas por parte de varios sectores de la sociedad, han conseguido para las mujeres, logros como la ciudadanía y el derecho al sufragio; la posibilidad de estudiar y ocupar puestos de responsabilidad; el ejercer tareas consideradas exclusivamente masculinas; la potestad para administrar bienes y realizar negocios; además de los derechos en el ámbito familiar que garantizan su independencia y capacidad de elegir.
1 No hay una sola manera de hablar de estas diferentes conquistas feministas. Pero a grandes rasgos podemos referirnos a una «Primera Ola» (finales del S. XVII) caracterizada por la reivindicación de derechos de igualdad, libertad, educación y derechos políticos. La «Segunda Ola» (mediados del S. XIX) con la búsqueda de derechos civiles, sufragio universal, incorporación en el mundo del trabajo y derecho a la educación. La «Tercera Ola» (mitad de S. XX) lucha por abolir el patriarcado, el estereotipo sexual de la mujer y la violencia de género. Desde finales del S. XX, algunos hablan de una «Cuarta ola», en que el activismo online, la búsqueda de la sororidad y la oposición a todo tipo de violencia y desigualdad, siguen abriendo caminos nunca antes imaginados para las mujeres.
Se esperaría, entonces, que una vida más digna para ellas, sin ninguna exclusión y, sobre todo, sin ninguna violencia en razón del sexo, fuera un hecho consumado. Pero, lamentablemente, esto aún no es así.
Algunos datos sobre la realidad de las mujeres jóvenes
Si revisamos algunos datos de ONU-Mujeres en 2019, una de cada cinco mujeres de 20 a 24 se ha casado o se ha ido a vivir con un varón antes de cumplir 18 años. Aunque en algunos países el matrimonio infantil ha disminuido, sigue siendo una realidad vivida por muchas niñas, con la consecuencia que eso trae: interrupción de sus procesos educativos, embarazos precoces y, muchas veces, violencia doméstica.
Sobre la mutilación genital femenina, la cual se esperaría estuviera erradicada, todavía se puede afirmar que más de 200 millones de mujeres y niñas entre 15 y 49 años, han sido sometidas a esta práctica en los 31 países2 en los que todavía se permite. Pero, la violencia sexual contra las niñas y adolescentes no termina en estos datos. Por lo menos, quince millones de ellas, entre 15 a 19 años, han experimentado relaciones sexuales forzadas en todo el mundo. Lo más grave es que estas relaciones se dan, muchas veces, en el ámbito de la familia: padres, hermanos, primos, tíos, etcétera.
2 Entre los países donde más se práctica la mutilación genital de las niñas, tenemos: Egipto (38%), Sudán (67%), Kenia (15%), Nigeria (13%) y Guinea (15%).
El hogar, por tanto, es un lugar inseguro para las mujeres, porque en la visión patriarcal o machista del mundo, la mujer sigue siendo vista como objeto sexual que puede ser usado a su antojo, por los varones de dentro y de fuera. Si el hogar no es un lugar seguro para las jóvenes y niñas, tampoco lo es la calle, en la que son acechadas o seguidas descaradamente, o en donde sufren un acoso sexual sistemático al ser asediadas con comentarios de carácter sexual. El culmen de esta violencia se expresa en el delito de feminicidio que ha permitido tipificar el asesinato de mujeres como una violencia ejercida contra ellas, sólo por el hecho de ser mujeres.
La diferente situación social que tienen las jóvenes a nivel global, es otro factor más para añadir a toda la violencia ejercida contra ellas, la precaria realidad socioeconómica que las priva de los medios necesarios para una vida digna, pero que también duplica o triplica la violencia en su contra, en razón de la pobreza, la etnia, la pertenencia cultural y religiosa. Un ejemplo son las jóvenes indígenas y sus madres, que sufren una doble opresión por su realidad étnica, ya que en el afán de preservar las tradiciones culturales — situación legítima y necesaria— muchas veces son, como mujeres, las que llevan la peor parte porque los imaginarios ancestrales sobre ellas, no siempre responden a una vida más libre e integral para su género. Lo mismo ocurre entre la población negra en la cual sufren la discriminación racial que todavía es parte del imaginario colectivo de las sociedades occidentales.
Se esperaría que aquellas mujeres que han alcanzado altos niveles educativos y de participación laboral en esferas de reconocimiento público, incluso en la política, estuvieran libres de acoso, persecución o discriminación en razón de su sexo. Pero no parece ser así. Según ONU-mujeres el 82% de las parlamentarias denunció haber experimentado algún tipo de violencia sexual durante su mandato. Esto incluía comentarios, gestos e imágenes de naturaleza sexista o sexualmente humillante, amenazas y acoso laboral. El 65% había sido objeto de comentarios sexistas, principalmente por parte de parlamentarios. De hecho, pocas mujeres y sobre todo jóvenes, han conseguido ocupar los puestos más altos en política. En junio de 2019, 11 mujeres eran jefas de Estado y 12 jefas de Gobierno, pero solo ocupaban el 20. 7% de los cargos ministeriales en todo el mundo.
Consecuencias de la pandemia en la vida de las mujeres
La pandemia del covid ha afectado la realidad mundial. El ritmo vertiginoso que los seres humanos llevaban en el despliegue de sus diferentes actividades y oficios se vio interrumpido intempestivamente por un virus que, aún hoy, amenaza de muerte a muchos sectores de la población que no han recibido la vacuna, ya por falta de ella o por la negativa de muchos a recibirla por las noticias falsas que la desprestigian. En todo caso, el planeta no podrá volver a ser como era, porque esta pandemia ha confrontado a las personas con su fragilidad, con la limitación, con la muerte. No es la primera vez que el mundo sufre un fenómeno así, pero sí es la primera que ataca a esta generación y se prevé que no será la última, tanto por el daño irreversible sobre la Creación que los seres humanos están provocando irresponsablemente, como por la condición de criaturas vulnerables que nos a constituye todos y a todas.
Entre las muchas consecuencias que ha traído la pandemia, están las que han afectado particularmente a las mujeres, tanto jóvenes como de más edad. La violencia doméstica se ha incrementado y los mecanismos para denunciarla o evitarla han sido truncados por los largos períodos de cuarentana. Además, se ha reflejado la precariedad del trabajo femenino, el cual fue mucho más afectado debido a la gran cantidad de mujeres que se dedican al servicio doméstico. Pero también, la acostumbrada doble carga laboral que casi siempre ha llevado las mujeres y que se hizo más evidente al tener que abandonar sus trabajos o escuelas para cuidar a los hijos y hermanos en casa, un fenómeno causado evidentemente por el cierre de las guarderías y escuelas.
Otro elemento que ha salido a la luz es la feminización de los trabajos que tienen que ver con la salud. Han sido muchas las mujeres que, por pertenecer al personal sanitario, han sufrido de primera mano el contagio por atender a los pacientes, aunado a la angustia de ver morir a tantas personas sin poder evitarlo y en medio de extenuantes jornadas de trabajo, no siempre bien remuneradas.
Como ha señalado Oxfam, a nivel mundial, 740 millones de mujeres trabajan en la economía informal, durante el primer mes de la pandemia, sus ingresos se redujeron en un 60%; una pérdida equivalente a más de 39.6000 millones de dólares. En contraste, señala esta organización, las mil mayores fortunas del mundo han tardado solamente nueve meses en recuperar el nivel de riqueza que tenían previo a la pandemia, mientras que, para las personas en mayor situación de pobreza del mundo, esta recuperación podría prolongarse hasta una década. A las mujeres jóvenes, la falta de oportunidades laborales y todas las situaciones que hemos anotado antes, las ha estado afectando directamente al cerrarles muchas perspectivas de futuro.
Las jóvenes y la violencia de género
Queremos retomar el título de este texto, ya que, aunque se reconocen todas estas realidades que siguen afectando a las mujeres, es legítimo cuestionar por qué, teniendo avances a nivel legal sobre su situación, no disminuye la violencia de género. En efecto, la violencia contra las mujeres sigue siendo una realidad presente en todas las capas sociales.
Al referirnos a las mujeres pobres es todavía común el que las relaciones con la pareja sigan marcadas por la violencia de género, que está condicionada por la pobreza, la falta de educación y la dificultad para la manutención propia o de sus hijos, sin el apoyo del varón. De ahí que el permanecer al lado del golpeador muchas veces sea a partir de varias necesidades de las que es muy difícil escapar.
Por su parte, en las clases más instruidas y acomodadas, dicha violencia permanece de manera más oculta, más silenciada, donde el soportar dicha situación para evitar el escándalo y la sanción social sea lo que priva. Esto no significa que en los sectores pobres no se esté dando un trabajo intenso en el favorecimiento de proyectos que permiten a las mujeres jóvenes independizarse económicamente y en las clases más acomodada, una libertad un poco mayor para denunciar la situación de maltrato y romper con los moldes sociales establecidos.
Podemos enumerar algunas causas de la permanencia de esta violencia de género. En primer lugar, la constatación de que las leyes pueden modificarse, pero no así los imaginarios, como consecuencia se percibe que las sociedades patriarcales siguen vigentes en los imaginarios sociales y que el patriarcalismo se manifiesta en las relaciones interpersonales. En segundo lugar, muy relacionado con lo anterior, son las experiencias psicológicas que niños y niñas viven en su hogar, en los que todavía la madre disculpa a la figura paterna cuando ésta ejerce violencia, diciéndole a sus hijos e hijas que «a pesar de todo, su padre los quiere», o que «él está pasando por un mal momento», o que «se porten bien para evitar que el papá se enfade». Se esperaría que ante la nueva configuración social en que explícitamente se incita a rechazar la violencia de género, las relaciones interpersonales cambiarán en esta dirección. Pero la experiencia existencial vivida en la infancia es mucho más fuerte que las demandas que se pueden proponer en la actualidad.
Por otra parte, las mujeres jóvenes saben que viven en un mundo donde tienen más posibilidades de participación, pero ellas, al no haber sido parte activa de las luchas feministas, pueden caer en un «espejismo de igualdad», sobre el que Amelia Valcárcel, apunta: «puede que en este momento se esté produciendo toda una generación de mujeres cuya sensibilidad para con la discriminación, al haber bajado su umbral, se haya atrofiado [éstas] son precisamente las jóvenes».
En otras palabras, muchas mujeres jóvenes creen que ya todo está conseguido y están perdiendo o nunca han adquirido una conciencia feminista que les ayude a estar alertas para denunciar los estereotipos patriarcales que les afectan o terminan por contentarse con lo adquirido , sin darse cuenta que todavía son muchas las demandas que las mujeres pueden seguir haciendo para conseguir una nueva generación de jóvenes, libres de toda violencia, reconocidas plenamente en su dignidad y derechos fundamentales.
A manera de conclusión, diré que lo que he pretendido presentar aquí es la realidad que todavía golpea a las mujeres, pero también hacerme varias preguntas fundamentales: ¿Están acaso las jóvenes siendo absorbidas por el poder androcéntrico al que se incorporan sin lograr transformarlo? Es muy posible que así sea, por lo que es necesario hacerles ver que los logros de las mujeres no han sido concesiones patriarcalistas consolidadas, sino que han estado sometidos a continuos avances y retrocesos.
También es importante ayudar a las jóvenes a comprender que lograr derechos no es imitar a los varones en sus comportamientos —porque son éstos los que se ejercen en las sociedades patriarcales—, sino buscar transformar la visión de dichas sociedades para que varones y mujeres vivan en un nuevo orden que haga efectiva la igualdad fundamental de todos los seres humanos.
Por todo lo anterior, es muy importante que las generaciones actuales de mujeres sigan trabajando por consolidar los derechos adquiridos hasta el presente, al mismo tiempo que, velen porque tales derechos alcancen a todas las mujeres desde las particularidades propias de sus contextos.
Hay que seguir interpretando los desafíos presentes para erradicar todas las violencias de género, estableciendo sociedades e Iglesias incluyentes que, respetando la diversidad, se abran a la riqueza del devenir humano que siempre trae nuevas oportunidades para conseguir el desarrollo integral al que están llamados todos los seres humanos.