En esta entrevista conversamos con Jorge del Valle, académico del ITESO y parte del Centro Universitario Ignaciano. Entre sus actividades en la universidad, Jorge coordina un voluntariado internacional en el que participan varias universidades jesuitas de América Latina, ofreciendo la oportunidad a sus estudiantes de que se inserten en diversos contextos con otras culturas y realidades.
Elías González Gómez (EGG): Cuéntanos un poquito de ti y de lo que ha significado en tu vida el encuentro con tradiciones espirituales y culturales diferentes a la tuya.
Jorge del Valle (JV): Yo considero que mi camino espiritual empezó cuando tenía 12 años en un grupo de liderazgo cristiano en León, Guanajuato, llamado Escuadrón. Un grupo en el que teníamos mucho contacto con la naturaleza. Íbamos de campamento cada seis meses, y eran muy intensos, pues era posible desconectarse completamente de toda cuestión urbana, energía eléctrica o cualquier tipo de servicios. En este grupo fue donde tuve mis primeras experiencias verdaderamente espirituales y transformadoras. De ahí creo que surge mi interés por el medio ambiente, la ecología y la espiritualidad, que siempre han sido parte importante de mi vida. A pesar de que yo nací en una cultura 100% cristiana, haber participado en este grupo me permitió ver una perspectiva muy distinta a la que me habían enseñado de niño en mi casa sobre la religión tradicional. Ésta otra era una religión más activa y contemplativa, que me gustó y me transformó.
Cuando me mudé a Guadalajara para estudiar la licenciatura mi camino espiritual ya no siguió el camino tradicional cristiano, sino que exploró diferentes visiones sobre la espiritualidad, principalmente al viajar y conocer otras culturas y personas. Todo esto me amplió la visión y me hizo entender que el mundo era algo muy complejo y diverso, y que entre más viajaba y conocía personas de diferentes culturas, más enriquecía mi vida y me conocía a mí mismo. En este proceso fue cuando llegué a la meditación pragmática, la cual también fue un parteaguas en mi vida porque me ayudó a profundizar mi sensibilidad y me dio herramientas para manejarla. Ahí aprendí a abrirme para percibir mi entorno; aprendí a contemplar, que entiendo como una forma de comunicación en la que no solamente intercambias un mensaje, sino que te fundes con aquello que estás contemplando. Esto me proporcionó varias herramientas para crecer y conocerme a mí mismo. Por una parte, me permitió conectar más con la naturaleza, además de que me acercó un poco a la propuesta del chamanismo, que busca contemplar el mundo natural para dialogar con él desde una sensibilidad profunda. Por otra parte, también dio paso para desarrollar mi interioridad, ya que esa sensibilidad que cultivas para conectarte hacia fuera, con otros seres vivos, personas, animales y plantas, también sirve para hacerlo hacia adentro y encontrar aquello que tienes que trabajar, sanar o fortalecer. Sirve para encontrarte con tu deseo más hondo, que es a lo que yo llamaría el «principio y fundamento»: conocer ese fuego interno que nos mueve y nos une con lo divino.
Foto: © ITESO / Luis Ponciano
Y bueno, paralelamente, desde que estoy en la preparatoria he estado en escuelas jesuitas, universidad jesuita y actualmente trabajo en el Centro Universitario Ignaciano. Entonces, creo que la propuesta cristiana ignaciana me ha brindado la oportunidad de enmarcar esos conocimientos y a darles un mayor sentido, a darles orden. También me he acercado a la tradición budista a partir de la escuela de Goenka, con los retiros intensivos de vipassana de 10 días, que han sido experiencias que me han cambiado la vida. Todo esto me ha ofrecido diferentes perspectivas y me ha sido de ayuda en mi trabajo con jóvenes, permitiéndome acompañarlos y entender la diversidad de las situaciones que viven en sus contextos culturales.
EGG: Cuéntanos sobre el proyecto de voluntariado internacional que actualmente coordinas y qué papel cumple en él el encuentro con personas de otras culturas y realidades.
JV: Estamos en la primera etapa de pilotaje. Ya hay varias universidades latinoamericanas sumándose, pues la propuesta es vincularlas para poder hacer intercambios de voluntarios. Éstos se realizan en los periodos vacacionales de los alumnos, que pueden ser de uno a dos meses. La intención es que la universidad que envía seleccione a aquéllos que tengan verdaderamente la preparación para vivir una experiencia de encuentro con una cultura diversa, muchas veces en situaciones de vulnerabilidad, lo cual no suele ser fácil. La universidad que recibe, por su parte, se encarga de acompañarlos desde la perspectiva ignaciana para ver que estén bien y que tengan todo lo necesario en cuestión de hospedaje, alimentación, etcétera. Más que nada, es acompañar el proceso. Lo que buscamos es que puedan crecer espiritualmente desde la propuesta cristiana, que apuesta por salir, encontrarse con los demás y servir.
Las experiencias que hemos tenido han sido fuertes, de mucha transformación; también han requerido acompañamiento, pero los alumnos lo han agradecido profundamente. A la hora de dialogar con ellos, incluso de acompañarlos, te das cuenta de cómo va cambiando su vida a través de estas experiencias intensas.
Para la siguiente etapa se prevé implementar un programa piloto de mayor duración, de seis meses a un año, en la que los alumnos de diferentes países puedan insertarse en algunas de las regiones prioritarias según lo que ha determinado la Compañía de Jesús, en este caso la Amazonía y el Caribe. Esperamos que estas vivencias, que serán más fuertes e intensas, sean también más enriquecedoras para quienes decidan participar. Están pensadas para estudiantes recién egresados de nuestras universidades, personas muy preparadas y con muchas herramientas formativas, no sólo profesionales sino también en el ámbito personal y espiritual. Por lo tanto, estos grupos incidirán de forma significativa en el lugar en que harán su voluntariado.
Nuestra perspectiva no es imperialista ni nace de un sentimiento de superioridad que cree que va a ayudar a los pobres desfavorecidos. Por el contrario, nuestros voluntarios deben estar conscientes de que participarán en un intercambio en el que ellos ponen al servicio de la comunidad sus conocimientos, sus fuerzas, su sabiduría, sus habilidades y, sobre todo, su apertura hacia las personas que los reciben, puesto que ellas también les aportan su cultura, su conocimiento y su perspectiva distinta sobre la vida, ayudándolos a crecer. Es un proceso de acompañamiento mutuo para el crecimiento espiritual.
EGG: ¿Nos podrías compartir algunos retos que has encontrado en los alumnos que acompañas durante este tipo de experiencias?
JV: Normalmente, quienes van a vivir estas experiencias se insertan y viven en comunidad con una cultura y un contexto distintos, y esto requiere de un proceso de adaptación a otra forma de ver el mundo, lo que puede generar choques de valores y conflictos. Por ejemplo, puede ser que el alumno considere muy poco estrictas las reglas de una vivienda y que entonces sienta que no hay orden ni un esquema de convivencia claro, o bien, que distintas personalidades choquen y que la convivencia diaria se vuelva un reto. Los voluntarios que entran en estas dinámicas tienen el desafío de aprender a soltar sus esquemas preestablecidos y a ser flexibles y tolerantes. Eso me ha pasado con varios alumnos que he acompañado. Por otro lado, estas nuevas circunstancias en las que comienzan a vivir les cambian el ritmo que llevan en su vida. Normalmente este cambio implica un ritmo más lento, pero los estudiantes están acostumbrados a vivir en una aceleración constante, a hacer muchas cosas —trabajar, estudiar, salir a divertirse, ver redes sociales, etcétera—, a estar siempre distraídos. Este deseo constante de estímulos, que no encuentran en el nuevo contexto, puede llevarlos a estados de ansiedad que hay que atender. Se da también una suerte de necesidad de controlar el entorno para sentirse seguros, para luego caer en cuenta de que no lo pueden hacer.
Sin embargo, cuando se dan la oportunidad de integrarse verdaderamente en la otra cultura, en estas nuevas formas de ver el mundo, en un ritmo más lento, así como de aceptar que no pueden controlar su entorno, entran en un estado de silencio y claridad que les ayuda a profundizar en su interior, empujándolos a replantearse su forma de ver la realidad y sus valores. Ahí es donde creo que se encuentra la mayor riqueza en este tipo de experiencias de aprendizaje.