Ellos siguieron a Jesús, el cual, al darse cuenta de que venían detrás de Él, les preguntó: «¿Qué buscan?». Ellos le respondieron con otra pregunta: «Maestro, ¿dónde vives?». Jesús les dijo: «Vengan y lo verán». Hoy, este pasaje del evangelio de Juan 1, 37–39 sigue siendo una enseñanza profética para nuestro tiempo en el tema de acompañamiento a jóvenes desde los espacios comunitarios. El simple —pero significativo— hecho de acompañarlos desde la colectividad resulta una profecía: ¿quién habla ahora de comunidad? ¿Por qué ésta puede ser un punto de referencia para las juventudes? ¿Qué tiene que decirles a quienes están en búsqueda de «algo»?
Hoy por hoy no es posible reducir «la comunidad» a espacios religiosos o eclesiales. La diversidad de espacios comunitarios con los que contamos en la actualidad (comunidades virtuales, presenciales, grupos de amigos, grupos juveniles o grupos con intereses en común en música, moda, videojuegos, etc.) son, o pueden llegar a ser, espacios en donde los jóvenes se sienten identificados y acompañados.
En este sentido será conveniente visualizar que en este artículo se consideran las diversas realidades de los jóvenes frente a los amplios espacios comunitarios que les podemos ofrecer, para que en éstos encuentren hogares de acogida, faros de luz y esperanza en este mundo turbulento.
La comunidad puede ser vista como un ancla en la vida de los jóvenes, un espacio seguro donde pueden explorar y desarrollar su identidad. En ésta —grupos juveniles, grupos de apostolados, entre otros— pueden encontrar «su» lugar de pertenencia, un punto de referencia en medio de la incertidumbre y las múltiples influencias del mundo exterior. Será la comunidad quien los acompañe, siendo capaz de estar junto a ellos, en los momentos y experiencias fundantes.
El acompañamiento comunitario no se trata simplemente de estar juntos físicamente, de compartir el mismo techo o espacio de esparcimiento o trabajo. Es, ante todo, una experiencia de compartir, de descubrirse a uno mismo y a los otros, de saberse tocar por los demás. Una experiencia que permite identificar a la comunidad como punto de referencia, como un entorno de confianza y apoyo mutuo.
Por tanto, ésta ofrece un espacio donde las diferencias no sólo se aceptan, sino que se celebran y enriquecen la vida común. Es en esta diversidad comunitaria —una opción de entre tantas— como los jóvenes aprenden a convivir, a respetar y a valorar las perspectivas distintas.
Al abrir nuestras puertas para recibir a jóvenes en nuestra comunidad se vive un proceso desafiante tanto para quienes llegan como para quienes recibimos, puesto que nos implica salir de nuestros espacios «seguros» para estar abiertos al diálogo, escuchar a los jóvenes y crear ambientes en donde ellas y ellos encuentren un espacio seguro que consideren un punto de referencia.
Cuando un joven se deja acompañar por la comunidad experimenta una transformación profunda. Al sentirse parte de un grupo se incrementan las posiblidades del desarrollo de habilidades que le permiten crecer y madurar: pueden atreverse a ser auténticos, a expresar sus pensamientos y emociones sin temor al juicio. La presencia de la comunidad les proporciona una fuerza y un descubrimiento personal que, de otro modo, quizás no habría alcanzado. Este sentido de pertenencia es crucial para su acompañamiento.
Una comunidad madura sabe abrirse a lo disruptivo y enfrentar la exclusión. En este proceso los jóvenes aprenden la importancia de la inclusión y la empatía. La comunidad les enseña a ver la diversidad no como una amenaza, sino como una oportunidad para el crecimiento y el aprendizaje mutuo.
En la era digital la comunidad también se expande al ámbito virtual. Aunque presenta desafíos, como la falta de contacto físico, también ofrece nuevas formas de expresióny evangelización juvenil. La virtualidad permite a los jóvenes conectarse y compartir sus experiencias desde diferentes lugares, enriqueciendo así la comunidad con diversas perspectivas y experiencias. Las comunidades virtuales se convierten —en su medida— en un espacio formativo y de acompañamiento, de acuerdo con la realidad y la importancia que le den al grupo con el que se identifican.
Imaginar la comunidad como un poliedro nos ayuda a entender su complejidad y riqueza. Cada faceta representa una dimensión de la vida comunitaria, en la que cada miembro aporta su singularidad para formar una estructura robusta y armoniosa. Esta imagen nos recuerda que la comunidad no es un lugar de uniformidad, sino de unidad en la diversidad.
La experiencia de acompañar a jóvenes desde una vivencia comunitaria es un viaje de descubrimiento mutuo y crecimiento personal. Reitero, es en la comunidad donde los jóvenes encuentran un sentido de pertenencia y una fuerza interior para enfrentar los desafíos de su vida. La comunidad no sólo acompaña, sino que nutre, construye y enriquece la vida de sus miembros, reflejando así el milagro de Jesús al integrar a los doce apóstoles en su diversidad. Una comunidad crece cuando centra su vida y quehacer en Jesús.
La riqueza que los jóvenes brindan a la comunidad, al momento de integrarse, no sólo parte de las habilidades que aporta cada uno, sino del significativo hecho de «saber estar». Su presencia nutre la experiencia de todos los miembros; no es el compartir saberes y habilidades, es la riqueza de caminar juntos; no el lugar de la otra/o, [sino] junto con; no suplantando identidades, lugares, sino reconociendo la riqueza de encontrarnos en el camino (Instituto de los Hermanos Maristas. Evangelizadores entre los jóvenes, 2011, FTD).
Todos estamos llamados a construir espacios seguros para los jóvenes. La experiencia comunitaria con sentido se puede convertir en este espacio que los acompañe a celebrar la diversidad, fomentar la inclusión, desarrollar sus destrezas y habilidades mediante el servicio, y encontrar en Jesús un punto de referencia, una respuesta a sus inquietudes, un compañero de camino. La comunidad, por tanto, puede llegar a transformarse en evangelizadora entre los jóvenes. Jóvenes acompañando a jóvenes.
Jesús percibe que lo siguen y, al voltear y ver a sus seguidores, les hace una pregunta directa. Ellos aceptan su invitación. En las realidades juveniles actuales pasan casos similares: los jóvenes buscan aquello que les pueda dar sentido a sus vidas, tal como pasó con los primeros seguidores de Jesús. Hoy también Jesús sigue respondiendo e invitando a los jóvenes, diciéndoles: «Ven y lo verás». Ven a que te acompañe, ven a caminar junto con Él, ven a vivir esta experiencia del Dios vivo en comunidad.
Ante esta realidad, y a manera de invitación a convertinos en comunidades de acogida para las y los jóvenes, hagamos nuestra la oración del XXII Capítulo General de los hermanos Maristas:
Transfórmanos, Jesús, y envíanos como una familia carismática global, faro de esperanza en este mundo turbulento, a ser el rostro y las manos de tu tierna misericordia. Inspira nuestra creatividad para ser constructores de puentes, caminar con los niños y jóvenes marginados de la vida, y responder audazmente a las necesidades emergentes.