Acompañantes, esos gigantes que nos cargan en hombros

Soy Edgar Saúl Chávez Casillas, estudiante de ingeniería civil en el ITESO, un buscador, amante del conocimiento y ser social. Lo que expongo aquí es producto únicamente de mi experiencia; no declaro esto como una verdad absoluta, sino que esto es en realidad la interpretación que yo hago de lo vivido en mi vida, lo que no significa que sea la verdad en su totalidad. La verdad siempre será la verdad, dígala quien la diga, y tras ésta vivo en búsqueda, pues, como dijo Sócrates, «Yo solo sé que no sé nada».

Comienzo este escrito aclarando que tampoco creo en las coincidencias. Más bien creo firmemente que todo discurre hacia algo más allá de la suerte y de lo fortuito, que dista de nuestros planes y deseos, y que, para mí, tiene el nombre de Dios, como para muchas personas más. El Dios, mi Dios de vida, de acción silenciosa y apasionante; lenta pero efectiva, tan enigmática y evidente a la vez. Un Dios que, también como lo vivió san Ignacio de Loyola, se deja encontrar en todas las cosas —y en muchas personas también.

He tenido la bendición —no coincidencia— de que, a lo largo de mis apenas 24 años de edad, he tenido la oportunidad de «coincidir» con muchas personas en distintos momentos y etapas que han sumado invaluablemente a mi vida. No podría generar un listado, no es la intención, pero sin lugar a duda Juan de Salisbury, en su libro Metalogicon, tenía razón en esto:

«Somos como enanos sentados sobre los hombros de gigantes para ver más cosas que ellos y ver más lejos, no porque nuestra visión sea más aguda o nuestra estatura mayor, sino porque podemos elevarnos más alto gracias a su estatura de gigantes».

Muchos son los gigantes que me han permitido subirme a sus hombros y acompañarme, lo presumo no con la arrogancia de creer que he logrado ver más allá que ellos, todo lo contrario; lo menciono a manera de agradecimiento y homenaje por haberme permitido ver más allá de mí mismo.

Si me preguntan ¿en qué ha abonado el acompañamiento en mi vida? podría hacer una larga lista. Aquí van unos puntos que podría compartirles, pues «si gratis me los dieron a mí, gratis los comparto también», decía mi abuelo Juventino:

  • Creo que los jóvenes tenemos hoy un gran reto: a muchos de nosotros —me incluyo— el mundo hoy nos come vivos y ni siquiera nos damos cuenta de ello: vivimos bajo la prisa del mundo y sus ideales ajenos que nos arrastran; queremos inventar la rueda por nuestra propia cuenta, deseamos vivir de todo, experimentarlo y comprobarlo en carne propia; viajar, aprender, generar, poseer, estar aquí y allá a la vez… sin ver más lejos. Éste es un punto sobre el cual el acompañamiento ha abonado a mi vida: darme cuenta de que podría ser un error querer vivirlo todo, no tener la capacidad de aprender de otras vidas y perder la oportunidad de subirme a hombros de otros gigantes; de darme cuenta de que en realidad no es necesario vivir tanto, sino vivir bien.

  • Mis acompañantes han sido quienes me recuerdan, una y otra vez, que vale la pena hacer una pausa, no buscando una paz mental como la ofrece el mundo, sino a modo de reconducción, de esperar, de decantar e integrar lo que nos sucede —como la metanoia ignaciana y que muchos otros carismas manejan— y no dejarnos llevar por la instantaneidad de la vida, del consumo desechable e indiscriminado de experiencias, ideologías, modas… «Todo se pasa, alma mía; espera sólo en Dios, que no se muda, porque sólo Dios basta, y no ames cosa alguna fugitiva que más presto o más tarde, quieras que no, has de dejar. Porque si de la abundancia del corazón habla la boca, claro está que oyendo sus palabras oyes, ves, «sientes los latidos de su corazón adorable», como escribió alguna vez san Enrique de Ossó.

  • La capacidad de escuchar, percibir y valorar la acción de Dios en la vida, pero siempre teniendo muy en claro que vamos por los frutos mayores en todo, es decir, dedicarnos en «buscar al Dios de los consuelos, no los consuelos de Dios»; a ir por los premios gordos, por lo que en realidad sí vale la pena: lo que permanece y no cambia.

  • Vivir todo a la luz de la verdad y con la fuerza del corazón, como me lo enseñaron en el CUI del ITESO: vivimos experiencias que en el momento no entendemos, pero si encontramos la manera de reflexionarlas y apropiárnoslas —el acompañamiento también abona en esto— rendirán frutos en un futuro, por lo que es vital aprender a recoger la experiencia después de lo sucedido, «encontrar los paraqués de lo vivido que son semillas de esperanza».

  • Algo muy valioso le aprendí a la hermana Josefina, de la congregación de las Esclavas de Cristo Rey, me dijo muy claramente: “sin oración, mi vida y mi apostolado se convertiría únicamente en un acto de filantropía básica y mediocre, sería como un carro sin gasolina”, es decir en «bronce que resuena o campana que retiñe» 1Cor 13, 1:2.

Si bien es cierto que la oración es un envite actualmente, hay una larguísima herencia de gigantes que nos dejaron un legado y con su vida demostraron que se trata más bien de «un trato de amistad con Él», como lo plantea santa Teresa de Jesús en el Libro de la Vida, asumiendo que «la vida se vive, no se apresa», siguiendo a Miguel Márquez Calles.

¿Algún reto para quienes acompañan vidas y corazones? Claro que sí: lograr comunicar la necesidad del acompañamiento, tal y como lo hace un principio básico del marketing de hoy que nos dice «no sabía que lo necesitaba», pero claro que, redireccionando el objetivo, pues en realidad creo que el acompañamiento vela por una necesidad humana tan elemental que responde a lograr atender el cultivo de nuestra espiritualidad, de modo que seamos jóvenes fuertes, con sentido y raíces bien firmes, prioridades claras y bien jerarquizadas.

Esto que escribo no significa que lo hago ya con las respuestas a todas mis interrogantes, sino que es gracias a estos gigantes en mi vida, que me han sembrado estos cuestionamientos, y que por mi propia cuenta no llegaría a preguntarme: me han aportado de herramientas que me han compartido de manera horizontal, me han brindado un acompañamiento de corazón que forma camino y vida para mí y para muchos más: aprendiendo, compartiendo y acompañando.

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