Teniendo en cuenta su contexto bíblico, pareciera que el Cantar de los Cantares fuera un desarrollo del Génesis (2,18–25).
No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada […] De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: ‘Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada’ […]
Podemos considerar el Cantar como un midrash sapiencial del texto de Génesis bíblico (una forma típicamente hebrea de comentario bíblico). Lo que el Génesis capítulo dos había expresado con pocas palabras se desarrolla aquí en un amplio diálogo en las palabras de los amantes.
La inserción de este libro dentro de los libros sapienciales es algo extraordinario. Su tema, el amor de pareja, está ligado a la experiencia concreta de la vida humana. Parece ofrecer una expansión de la intuición sobre el amor humano contenida en Proverbios 30,18–19:
Hay tres cosas que me desbordan
y cuatro que no comprendo:
el camino del águila por el cielo,
el camino de la serpiente sobre la roca,
el camino del barco en alta mar
y el camino del varón hacia la doncella.
El Nuevo Testamento no cita nunca el Cantar. Sólo el cuarto Evangelio ofrece algunos temas afines a este libro, por ejemplo, las bodas de Caná (Jn 2,1–11), el episodio de María de Magdala (Jn 20, 11–18).
Amor humano, amor divino
El amor de la pareja es descrito en la situación de un paraíso reencontrado, un eros redimido, un amor humano visto desde el proyecto de Dios. En el centro de la atención del poeta está el amor humano en su realidad, y no tanto el amor divino. Con la afirmación del amor humano es posible descubrir en él a Dios que se revela.
El Cantar no se sirve de la alegoría para tratar temas humanos y poder, desde ellos, hablar sobre el amor de Dios. Lo que sucede más bien es que, cantando la belleza del amor humano, visto en su dimensión sexual, aun erótica, el Cantar devela el horizonte infinito del amor divino. El amor humano es liberado, como sustraído de la esfera de lo sacro, donde pareciera pertenecer, y restituido plenamente al ser humano. Cantando el amor humano el poeta nos lleva a descubrir los signos del amor divino. El mensaje del Cantar se dirige no sólo a quien vive el amor de pareja, sino a todo ser humano que ama, pues es trascendente y universal. Como afirma Anduve Neher:
«Con los Salmos y el Cantar de los Cantares la Biblia abre el pórtico de ingreso a las dos fuerzas misteriosas con que el Creador ha dotado al hombre, la fuerza de la Oración y la del Amor».
El Cantar es profundamente teológico, porque es profundamente humano.
El amor es grande, invencible, es fuego «que viene de Dios», porque «Dios es amor». Se trata de un amor único y exclusivo, intenso, de un hombre y una mujer. Si nosotros pudiéramos, como los novios, participar del amor intensísimo de Cristo, veríamos el milagro del amor cristiano, que según san Pablo, es ancho y largo, alto y profundo:
El amor es comprensivo,
el amor es servicial y no tiene envidia:
el amor no presume ni se engríe,
no es maleducado ni egoísta,
no se irrita;
no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad.
disculpa sin límites,
cree sin límites,
espera sin límites
aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca (1Cor 13).
Si se cree en el amor humano de los novios se puede ver en él la revelación de Dios. Si existe el amor, existe Dios, existe la esperanza. Los amantes, en su amor recíproco, descubren a Dios. Más aún, lo revelan, por una irradiación misteriosa. Por eso, celebramos con el salmo: «contémplenlo, y quedarán radiantes» (Sal 34).
En todas las culturas se cree en el duelo final entre la muerte y el amor, y vence la muerte. En cambio, en el Cantar se dice: «Fuerte como la muerte es el amor». Y vence el amor, como se demuestra en el caso de Jesucristo, que amó hasta el fin y venció a la muerte. Si nuestro amor es auténtico vencerá a la muerte. Lo que importa no es tanto la muerte que nos espera, sino el amor que hayamos vivido.
Las palabras «Fuerte como la muerte es el amor», que se leen al final del Cantar, pueden ser la sigla poética, simbólica y espiritual de esta obra de arte en la Biblia. Un canto dedicado al amor entre el hombre y la mujer, juvenil, fresco, espontáneo, presente, no sólo en la pareja de protagonistas, sino en la pareja anciana todavía enamorada, que muestra una ternura indestructible, en su descanso, en un parque de la ciudad, mientras los niños juegan alrededor.
Es un poema dedicado sobre todo a la feminidad, porque la mujer es protagonista, más que el hombre, a pesar del machismo del Oriente. Un himno dedicado a la alegría de vivir, que ve con ojos puros el esplendor de la naturaleza, del cuerpo, del eros, del sentimiento, de la ternura, de la comunión.
En la vida de un hombre en que se enciende el amor todo se transforma —aunque el panorama sea el mismo—: el trabajo, rutinario y gris, la ciudad, anónima y fría. Pero los ojos del enamorado ven todo diverso. Como canta Silvio Rodríguez: «Sólo el amor convierte en milagro el barro». Sabe que en la noche encontrará a su amada. Y el creyente sabe que «en la tarde de la vida» encontrará a su Señor. El amor es un «fragmento de infinito» (G. Ravasi) que le brinda una visión nueva de la realidad: un universo de esperanza. Por eso, el Cantar es el libro de todos los hombres verdaderos, los que han aprendido a amar.
El amor que aquí se canta es profunda y orgullosamente humano, y tiene un brillo divino, porque «Dios es amor» (1Jn 4,8.16). Su punto de partida es humano y terrestre, y está abierto a lo teológico y místico.
Una sexualidad sola, sin amor, es ciega, animal. Sólo el amor desencadena la comunión que ilumina y transforma sexualidad y eros. Pero hay tres grados antitéticos a la escala del amor: el odio físico de la violencia, el odio erótico del sadismo y del dominio, el odio interior de la voluntad y de la decisión. En la Biblia, con el Cantar, se celebra el triunfo del amor. Dios regresa junto a su creatura, como enseñaban los antiguos textos rabínicos:
Cuando Adán pecó, Dios subió al primer cielo, alejándose de la tierra y de los hombres. Cuando pecó Caín, subió al segundo cielo. Con la generación de Enoc, subió al tercero, con la del diluvio al cuarto, con la generación de Babel al quinto, con la esclavitud de Egipto subió al sexto cielo y al séptimo cielo, el último y el más lejano de la tierra (Genesi Rabbà 19,13). Pero Dios regresó a la tierra el día en el que fue dado el Cantar a Israel» (Zohar Terumà 143–144ª).
La mujer
No se debe olvidar que la mujer, la amada, es la protagonista principal en el poema. La historia de amor que aquí se canta es vista, de parte de ella, con una sensibilidad exquisitamente femenina. Además, es ella la que pronuncia la mayor parte de los versos. El amado se queda atrás y, con frecuencia, es la amada quien tiene la iniciativa. Pero esto no quiere decir necesariamente que el autor sea en realidad ‘autora’.
El cuerpo
Varias veces el Cantar trata el tema de la belleza: la del cuerpo del amado, y en particular, la belleza del cuerpo de la mujer. La calidad de la poesía de los cantos del cuerpo es de tal manera espléndida que nos invita a salir de la pura realidad física y de una anatomía fría, que hoy sería la objetivación del cuerpo como lo presenta la pornografía. El amor y la belleza, en el Cantar, son valores humanos que el autor invita a vivir con simplicidad y alegría. Nos abre a una visión positiva y audaz del valor del cuerpo.
La dimensión física, concreta, del amor de pareja está palpitando en cada verso del poema. El lenguaje del amor se expresa a través del lenguaje del cuerpo. El cuerpo llega a ser el primer lugar donde se juega el diálogo interpersonal, que se prolonga después con la palabra. El cuerpo se convierte en instrumento de revelación. El lenguaje del cuerpo es el lenguaje de la creación, que el hombre es invitado a descubrir y a usar. En palabras de Ravasi:
El Cantar —en la línea de la antropología unitaria psicofísica de la Biblia—, ve el cuerpo como una realidad simbólica, cargada de significados espirituales, irrompible e indistinguible de la misma interioridad y espiritualidad. El cuerpo es, por tanto, un planeta por explorar, es el punto de partida y de llegada de una red vivísima de relaciones interpersonales y de sensaciones, tiene un lenguaje específico que el Cantar contribuye a descifrar.
El amor del Cantar bíblico cree en el cuerpo, al que contempla extasiado, el cuerpo del amado y de la amada; lo canta y lo desea: «¡Qué hermosa estás, qué bella / qué delicia es tu amor». Esta contemplación de fantasía, como es la del Cantar, contempla el cuerpo amado y ve en él la suma de las bellezas naturales de la creación, en las que reside. Los amantes, al ver la belleza del cuerpo amado, descubren que el mundo es muy bueno.
2 respuestas
Este artículo me invita a leer y saborear el libro del Cantar de los cantares.
Gracias!!!
Muy buen artículo