La Iglesia no puede ser indiferente ni al clamor de la tierra ni al clamor de los pobres. Por eso, el Papa Francisco en su encíclica Laudato si’ de 2015 nos habló de la urgencia de atender la crisis climática como “una sola y compleja crisis socio-ambiental” (LS 139). Por otro lado, la universidad, por su compromiso con la verdad –que está ligada a la justicia–, tampoco puede quedarse inmóvil ante la crisis climática que hoy afecta directamente al desarrollo humano integral de tantos hombres y mujeres dispersos por el mundo.
A esto he de añadir que Francisco sabía que “que nadie se salva solo” (Fratelli tutti, 32). Así, convencido de que la realidad es superior a la idea, se puso manos a la obra: si “todo está conectado”, es necesario que nos encontremos más. De ahí que el Papa comenzó con su proyecto de construir puentes para crear nuevos espacios de diálogo y encuentro. En este proyecto las universidades tienen un lugar protagónico: “En las universidades tenemos que crear estas redes para tomar conciencia”, dijo Francisco a los rectores de las universidades de América Latina en 2023. Además, les dijo que “los jóvenes de hoy tienen derecho a un cosmos equilibrado, y tienen derecho a esperar… y nosotros tenemos que ayudarles a organizar esa esperanza”.
A una década de la publicación de esta novedosa encíclica sobre el cuidado de la casa común, tanto la iniciativa de crear puentes como la preocupación por la crisis socio-ambiental del Papa siguen impactando a la sociedad. De ahí que, entre el 20 y el 25 de mayo en Río de Janeiro, Brasil, representantes de más de 230 universidades de Norte, Centro y Sur América, España, Portugal e Inglaterra, junto con representantes de la Iglesia Latinoamericana y de la Santa Sede, nos reunimos en el congreso “Deuda Ecológica y Esperanza Pública: a 10 años de Laudato Si’”, para entablar un diálogo sinodal y proponer una postura en preparación para la COP 30 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático). En mi caso, desde Norteamérica, asistí en nombre de Boston College.
Sin duda, este no fue un evento que se dio por casualidad. Con la bendición y apoyo del Papa León XIV, los asistentes fuimos convocados por la Pontificia Comisión para América Latina (PCAL), la Red Universitaria para el Cuidado de la Casa Común (RUC) y la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC), para no dejar pasar más tiempo sin dialogar y sin comprometernos como Iglesia y como miembros del mundo universitario a proponer algo frente a la crisis socioambiental que experimentamos.
“Quiero animarles a ser constructores de puentes de integración entre las Américas y con la península Ibérica”, dijo León XIV en el video mensaje a los participantes –el primer video mensaje de su pontificado–. Al mismo tiempo, nos invitó a seguir trabajando por una “justicia ecológica, social y ambiental”.
Los cinco días de trabajo fueron muy intensos, pero enriquecidos por un auténtico diálogo multilingüe que fue auténticamente fruto del momento. Es decir, no había discursos premeditados o posturas previamente definidas, sino que todas las participaciones eran espontáneas y podían provenir de cualquiera en la sala, ya fuera cardenal, obispo, rector o rectora universitaria, profesor o profesora, religiosa, sacerdote, estudiante, periodista, activista o miembro de algún organismo internacional.
Hicimos un ejercicio de diálogo en serio para que nuestra voz sea útil para la sociedad. No tengo miedo en afirmar que tanto la Iglesia como la universidad tienen que ser luz en el mundo de hoy. No es posible permanecer indiferentes cuando “nuestros niños no pueden contemplar la belleza de la creación porque viven en la basura”, como dijo Emilce Cuda, secretario de la PCAL. ¿Los vamos a dejar morir? Nos corresponde hacer y decir algo. Sí, nos corresponde ser profetas de la esperanza en un mundo que prefiere vivir como si Dios y el prójimo no existieran.
Por eso, el último día y como resultado final, los participantes asistimos al pie del Cristo Redentor, y bajo las voces de Agustina Rodríguez Saá y Anderson Antonio Pedroso, SJ, nos comprometimos “a fortalecer una educación transformadora” que sea “capaz de integrar las dimensiones ecológica, social, económica, cultural y espiritual del desarrollo sostenible”. Este no es un voto de ingenuidad, pues aunque no es posible ignorar la amenazante crisis que tenemos enfrente, estamos apostando por “formar nuevas generaciones capaces de habitar el mundo con responsabilidad, creatividad y justicia”. Eso es parte de nuestra “responsabilidad ética, científica, pedagógica e institucional” como universidades. Al mismo tiempo, tenemos que asumir e invocar a “la solidaridad global y la responsabilidad compartida”, tal como dijo el obispo Lizardo Estrada en nombre de la Iglesia Católica Latinoamericana y Caribeña.
Los que participamos en este congreso estamos convencidos de que “no hay justicia social sin justicia ecológica”. De ahí que, inspirados por el mensaje del Papa Francisco para la jornada mundial de la paz 2025, nosotros “proponemos que los Estados, los organismos multilaterales y los actores financieros globales impulsen, en el marco del Acuerdo de París, la remisión entre la deuda pública que tienen los países menos industrializados con la deuda ecológica que tienen los más desarrollados”.
Junto con el Papa León y en memoria del fallecido Papa Francisco, invitamos a todos los sectores de la sociedad a que se unan a nosotros en la construcción de “puentes de integración entre el Norte y el Sur, entre lo público y lo privado, entre culturas y saberes diversos, con escucha atenta y diálogo sincero”. Estamos convencidos de que esto será útil “para acordar estrategias globales de cuidado común”.
Desde Sudamérica, recordamos al mundo que “no hay futuro sin compromiso”. No podemos seguir indiferentes ante las consecuencias sociales que la crisis ecológica provoca. Tampoco podemos seguir indiferentes ante las consecuencias ecológicas que nuestras crisis sociales provocan. No perdamos la esperanza, pues gracias a Dios, “la humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (LS 13).