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Wirikuta: «Si se destruye esto nos destruimos nosotros»

Sobre el estrado los ingenieros conversan, ríen. Se golpean unos a otros con bromas incisivas. El tema de su charla son ahora esos hombres, ejidatarios congregados en una asamblea y que están ahí abajo, frente a ellos.
Edmundo Valadés, La muerte tiene permiso

Por lo general nunca presto atención a Guadalajara, especialmente a la Guadalajara del centro histórico. No es por despistado, sino que no espero encontrarme algo más allá de las construcciones coloniales con hedor a alcantarilla y de los sumisos equinos para turistas, en contra de su voluntad. Esta vez miraba los nombres de las calles con el único propósito de llegar al punto de reunión para platicar con Sofía García, «Aukwe» en idioma wixárika. Su conversación me haría conocer más acerca de su cultura, además de que es una persona clave para entender el conflicto por la defensa de Wirikuta, un sitio sagrado para la cultura wixárika, localizado en San Luis Potosí, hoy en riesgo por las concesiones mineras de la empresa canadiense First Majestic, entre otras.

Para finales de noviembre, cuando realizamos la entrevista, Aukwe todavía se desempeñaba como coordinadora de comunicación del Consejo Regional Wixárika por la Defensa de Wirikuta.

Wirikuta se encuentra en el municipio de Real de Catorce. Se dice que es un jardín botánico en donde yacen las piedras de los dioses; un desierto penetrado por los rayos del sol, que el águila real eligió como habitáculo. Sólo los que tienen la fortuna de pisar su tierra de espinas podrán corroborar su clima único en relación con otras partes del país. La maravilla de la Creación se expresa en las vastas montañas en donde crece la biznaga tan nativa, tan verde y amarilla.

Es en ese lugar en donde los marakames (sabios wixárikas) llevan en peregrinación, cada año, sus velas y agua para adorar a su deidad, el gran Venado Azul; porque él habita en todo lo natural, en su suelo, en su aire, en cada vuelo de las garzas morenas. Pero este reflejo natural, visto desde los ojos de sus comunidades, no es el mismo que el de la empresa canadiense First Majestic, que sólo ve en Wirikuta un terreno desértico en desuso, solitario y vacío. Un lugar que sirve únicamente para extraer recursos minerales y capitalizar lo sagrado para rodearlo de maquinaria pesada.

Llegué media hora antes de lo acordado. Elegí la mesa de la ventana, la cual dejaba ver hacia afuera y me ofrecía una avenida Juárez en plena acción. Por dentro, unas señoras de edad avanzada se encontraban merendando entre ademanes y conversaciones que confirmaban su linaje; faldas planchadas, collares brillantes y manos gráciles que demostraban la alcurnia al levantar las tazas. Por fuera, un vagabundo muy joven —de 20 años probablemente— pasaba mirando al piso, con el rostro de orfandad, sin trabajo, sin hogar; «un joven construyendo su futuro», como rezan los mensajes publicitarios sobre los apoyos del gobierno federal.

Hojeé páginas del libro que traía y, cuando mi mirada se encontraba en las primeras líneas, distinguí a Aukwe, quien entraba al café con sus dos pequeñitos sujetados de las manos. Se sentó frente a mí y comenzamos la conversación.

Aukwe portaba la vestimenta wixárika, de un azul vigoroso que se quebraba ante los enérgicos adornos amarillos, rojos y anaranjados de las costuras. La defensora cargaba a su comunidad hasta en los aretes y en las flores y mariposas geométricas confeccionadas en la cuellera que colgaba bajo su cabeza.

Le pregunté por la edad de los niños y dijo: «Mi hijo (el más grande) ya va en primero, y ya no quiere hablar nuestra lengua. Me habla puro español. En realidad, no es su culpa, porque no tiene compañeros con quien practique. Recuerdo cuando iba en primero, a mí me reprobaron porque no sabía hablar español y, pues, tuve que repetir año».

La conversación se centraría en sus años en defensa del territorio: «Mira, digamos que antes no me importaba tanto, pero cuando entré a la universidad me tomé más en serio las cosas. Antes yo vivía mucha discriminación, racismo y rechazo de aquí, de la sociedad. Yo no sentía que era importante mi cultura. Después me di cuenta de que ésta era muy valiosa por su riqueza. Wirikuta nos afecta como pueblo wixárika porque estamos en varios estados: Jalisco, Nayarit y Durango. Tomé valor para hacer algo y defender este lugar».

En 2011 las comunidades conocieron la noticia de las concesiones y se reunieron y fundaron el Consejo Regional Wixárika, en el que se organizaron para hacer un juicio y proteger el área natural. «Son 140 mil hectáreas de área natural y el 70% está concesionada a empresas mineras, mexicanas y canadienses», me explica Aukwe.

«Wirikuta es un lugar increíble, cuando llegas sientes el frío. La primera vez que lo visité recuerdo que pasamos por un enorme cerro. Eran cinco horas de subida en ayunas. Luego empezó la ceremonia; escuchar el cantar, un cantar de alguien, no lo distingues, pero al paso del tiempo comienzas a entenderle. Te metes en esa sintonía y lo que tú traigas lo ves reflejado en el cantar. Entras en otra frecuencia en la que ya no estás sola en el cerro y con el frío, ya estás viendo y dialogando con aquellos mensajes que te llegan», relata Aukwe.

Aukwe presiente mi interés sobre su religión, quizás al estar acostumbrada a tener contacto con reporteros, periodistas o antropólogos, y expone: «Nuestros abuelos cuentan que había dioses, esos dioses caminaron, hicieron una peregrinación y se distribuyeron en los cinco puntos cardinales. Uno de ellos se ubica ahí en Wirikuta; otro está cerca de aquí, en el lago de Chapala, en la Isla de los Alacranes; otro en Durango; en Nayarit, y en Te’ekata, Santa Catarina Cuexcomatitlán, en Mezquitic, al norte de Jalisco».

Foto: © Nora Lorenzana

Los lugares sagrados están desde antes que los edificios y las empresas, nacieron antes que las personas. Están ahí desde antes de nombrar a los estados. Son la identidad y el principio del mito en el que se funda la cosmovisión ancestral.

El 18 de julio de 2011 se presentó una demanda de amparo indirecto, en la que se reclamó el derecho constitucional de consulta a los pueblos originarios, sustentado en su identidad cultural y en defensa de su cultura y territorio, en contra de las 38 concesiones otorgadas a favor de las empresas Minera Real Bonanza, S.A. de C.V. y Minera Real de Catorce, S.A .de C.V., consorcios subsidiarios de First Majestic Silver Corp.

En febrero de 2012, bajo instrumentos de cuerdas, Tatewari Tutzi (el abuelo del fuego) fungió como mensajero e intermediario de sus dioses en un peritaje tradicional, en el que las deidades de esos lugares y centros ceremoniales solicitaron la unidad del pueblo wixárika y ordenaron frenar a las personas que hacen daño a la Madre Tierra y que le impiden florecer: «Se les pide a las personas que están en contra de su propio creador que dejen en paz los lugares sagrados de las deidades del universo celestial», replicó el fuego en voz del marakame Eusebio de la Cruz.

Más tarde, el 29 de agosto de 2013 se amplió la demanda de amparo contra 40 concesiones más, otorgadas a por lo menos 17 concesionarios. Estas concesiones, de acuerdo con la información de la Secretaría de Economía, buscaban «desarrollar el proyecto de explotación de plata denominado “Real De Catorce/ La Luz”».

En 2024 el juicio de amparo se encuentra próximo a su resolución, «a pesar de todos los obstáculos procesales, sociales y políticos que giran en torno a él», según explica la abogada Nora Lorenzana, quien comenta que aun y cuando el marco jurídico internacional en materia de derechos fundamentales de los pueblos originarios es sólido en cuanto a sus alcances y garantías, es posible que el juez de distrito sólo quiera analizar el caso conforme a legislaciones secundarias y no de acuerdo con la Constitución y los acuerdos internacionales. Esto podría afectar en definitiva el territorio sagrado y el derecho de las comunidades wixárikas a su identidad y cultura.

Un pequeño grupo de viejitos que tocaban la marimba afuera del local donde hacíamos la entrevista interrumpió nuestra atención. Aproveché y le pedí a Aukwe que me compartiera alguna tradición de su comunidad. Ella me contó sobre un ritual llamado «La ceremonia del tambor», que recuerda que la marcó desde pequeña.

«A los niños recién nacidos, y hasta los de cinco años, les hacen una ceremonia especial en la que nos reunimos en un lugar sagrado familiar. Nos sentamos. Hay un marakame, un sabio cantador, personas que tocan tambor y violines sagrados. A través del canto del marakame, los niños conocen y se presentan en los lugares sagrados».

Aukwe describe a los marakame como los abuelos: «Las personas mayores que ya han recorrido todos los lugares sagrados adquieren esa sabiduría. Se puede decir que son unos chamanes».

«¿Por qué es importante mirar hacia Wirikuta?», pregunté acercando más el celular para registrar su voz; las tazas y los cubiertos aumentaban el ruido y volvían el ambiente tosco y fastidioso, un contraste evidente con la tranquilidad del lugar sagrado.

«El asunto de Wirikuta es delicado porque es un lugar que se encuentra fuera de nuestra comunidad; no está en nuestro territorio. Se supone que la Constitución “protege” estos lugares sagrados, y digo “se supone” porque hay muchos decretos, pero no se ha hecho válido ninguno. Ellos mismos lo concesionaron. Si se destruye esto nos destruimos nosotros. En nuestro recorrido consumimos el peyote, que es parte de nuestra cosmovisión y con el que obtenemos la sabiduría. Aparte de eso, están en peligro la superficie, las plantas, el agua, que casi no hay, además de que habrá contaminación del aire y aniquilación de los animales».

«Yo digo que vivimos en otra dimensión; por ejemplo, aquí hay mucho ruido, mucha gente, nos dejamos llevar por cosas. Pero Wirikuta te hace ver lo espiritual, no lo común, no lo que seas ni lo que hagas».

La conversación sobre Wirikuta me hizo pensar en dos Méxicos; el de las comunidades, el de las solidaridades, y el de los problemas personales, el de la sociedad aturdida. Las palabras de Aukwe me mostraron que también había dos Guadalajaras distintas; la que pasaba dentro del Café Madrid, entre jubiladas, jóvenes y empresarios que aún leían el periódico, y la Guadalajara de la Avenida Juárez, que arrincona la discapacidad; la de los vendedores ambulantes del regateo; la de los niños errantes.

«Hay que solicitar el apoyo de la sociedad para exigir la cancelación de esas concesiones mineras. Sus ganancias no se van a quedar en México, se van a ir al extranjero. Lo único que van a dejar son las enfermedades, y los habitantes serán quienes carguen con ellas», finalizó Aukwe, quien volvió a prestar atención a aquellos músicos que tocaban un son con la marimba.

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