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¿Timothée Chalamet, nuestro mesías?

«Qué mal me cayó Timothée Chalamet». Con esta sensación terminé de ver la película Dune II. Qué pesado ese muchachito privilegiado que únicamente busca su propio interés y no le importa engañar a las personas para conseguirlo; que con sólo vivir unos meses una realidad distinta piensa que está totalmente inmerso y que puede proclamarse líder de la multitud, que juega con los sentimientos y deseos de las personas y los aprovecha para su propio beneficio.

Obviamente, mi juicio no es a la persona, Timothée Chalamet, sino al personaje, Leo Atreides —aunque debo decir que nunca le creí la actuación, pero eso es juicio aparte—. Acompañando a este sentimiento reconocí también un rechazo a este mito del extranjero salvador que llega con «los salvajes», inocentes e incultos, se hace uno con ellos y puede engañarlos fácilmente, logrando que se rindan a sus pies. Como ejemplo está el papel de Javier Bardem —hasta llegó a ser meme— que, ante la más insignificante acción, lo proclama «¡Lisan Al–Ghaib!», que podríamos entender como «¡el mesías!».

En Dune II nos presentan un universo con muchos mundos; en uno de ellos habitan los Fremen, un pueblo del desierto bajo el dominio de extranjeros que, por encomienda imperial, llegan a explotar la ‘especia’, la sustancia más valiosa del universo. Leo Atreides, el personaje de Chalamet, ve cómo su familia es asesinada a traición y, para vengarse, se aprovecha de la figura del Lisan Al–Ghaib, una especie de mesías que libertará al pueblo, pero que en realidad es una expectativa creada por mujeres poderosas para controlar y dominar el universo.

Más allá de Bardem, o Timothée, al pasar de los días fui reconociendo que me molestaba mucho el mesianismo presentado en la película, pero no por la película en sí sino porque, al compararlo con la figura de Jesús de Nazareth, reconocía cuán peligroso es pensarlo en esos términos y cuán presente está esa visión en mí y en muchos.

Porque, siendo honesto, es muy estimulante pensar una figura que llegará para resolver todos nuestros problemas mágicamente. Es mucho más cómodo pensar en un líder que nos librará de hacernos cargo de nuestra vida y que sólo con obedecerlo ciegamente reinaremos. Seríamos más susceptibles de aceptar un mesías guerrero que guiara al pueblo en la guerra para vencer a los enemigos y convertirse en el pueblo victorioso. Pero Jesús no fue eso. Sin ánimo de agotar el tema, propongo dos escenas que pueden ayudar a contrastar la figura de Leo Atreides con la de Jesús de Nazareth, con la esperanza de que esto nos ayude a purificar nuestra imagen del Mesías y vivificar nuestro seguimiento.

Este pueblo pide una señal

Leo Atreides sabe que, para ser aceptado como el Lisan Al–Ghaib, tiene que realizar grandes prodigios que demuestren que es el elegido. Así, su capacidad guerrera contra los opresores, como la habilidad de montar gusanos de arena y el consumo de especia y el agua vital son gestos que lo legitiman como algo especial y que van colocándolo como el núcleo sobre el cual gira la salvación.

Las señales que encontramos en la Biblia tienen otra dinámica. Si bien las curaciones, los exorcismos y los milagros de Jesús lo legitiman como Mesías, el foco nunca está puesto en su persona sino en el Reino de Dios y en la lucha contra el mal que aqueja a las personas. Al acompañar los relatos bíblicos podemos reconocer cómo Jesús va cambiando de estrategia y va dejando de lado los gestos públicos, reconoce que ni sus discípulos están entendiendo lo que significan los milagros que realiza y va cayendo en la cuenta de que, para proclamar un mundo dirigido por los principios de Amor y Justicia, el camino es el del compromiso hasta la muerte.

¿El camino de la gloria?

En un momento de la película Leo Atreides se ve en la disyuntiva de comenzar, o no, con una guerra que sabe que costará muchas vidas humanas. Finalmente, decide seguir sus propios intereses y ambiciones, traicionando incluso a la mujer que ama, y comienza el conflicto, sin importar el sufrimiento de la mayoría. En la película no se resuelve el resultado de esta guerra, pero aporta todos los elementos para pensar que no tendrá un final feliz.

Jesús en su vida tuvo también esta posibilidad. En el evangelio de Juan nos presentan cómo, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarlo rey. Algo parecido se menciona en el desierto cuando el tentador le ofrece todos los reinos del mundo si se postra ante él o en diversos momentos de la pasión, como cuando ordena a Pedro guardar su cuchillo al ser arrestado o cuando en la cruz le incitan con que, si es el hijo de Dios, por qué no baja y se salva.

En la mentalidad judía de la época lo que se esperaba era algo más como Leo Atreides, un guerrero que, con la ayuda divina, libraría a Israel de la opresión romana. El que Jesús no haya sido así es, como dice Pablo, un escándalo, una locura. La muerte de Jesús significó un fracaso incluso para sus propios amigos, pero al pasar del tiempo la comunidad cristiana pudo reconocer que la gloria de la resurrección no se gesta en la luz de la victoria sino en la oscuridad de la derrota. Si decimos que somos seguidores de su palabra tenemos que seguirlo en ese camino, no por deseos de grandeza, sino por misericordia y amor, sabiendo que la vida es más cuando se entrega y se comparte.

Con la lámpara encendida

En entrevistas el autor de la saga afirma que desea transmitir el mensaje de que no se puede confiar en que los líderes siempre tendrán la razón. En la novela quiso plasmar un líder carismático con derecho de ser reconocido como bondadoso, pero que cuando tiene que tomar decisiones, desde el poder, termina afectando la vida de miles de personas. Esta revisión es actual no solamente en el ámbito político o social, donde personajes carismáticos prometen tener la solución a todos los problemas, sino también para nosotros como cristianos.

La saga Dune puede ayudar como espejo, no para desear una figura así, sino para reconocer lo que realmente nos presentan los evangelios de Jesús. Sin duda, en la historia de la Iglesia se convirtió a Jesús en algo más parecido a Leo Atreides y menos a Jesús de Nazareth, el hombre que murió en la cruz. Ver Dune desde esta óptica, pasando su historia y protagonistas por nuestra sensibilidad y dejándonos afectar por la imagen de la vanidad y el sufrimiento de las mayorías, puede ayudar a mantener la lámpara encendida para ser prudentes, reconocer a los falsos mesías que siguen apareciendo en nuestra historia y hacer el ejercicio continuo de seguir al Jesús fracasado que justo en ese momento muestra su gloria.


Imagen de portada: Fotograma Dune II. Dir. Denis Villeneuve (2024).

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