Tejiendo un despertar

Alexius Wild*

Soy estudiante de Ingeniería Mecatrónica en la Universidad Iberoamericana León. A lo largo de mi camino he tenido la fortuna de participar en diversas experiencias que me han ayudado a crecer tanto en lo personal como en lo comunitario. Formé parte del Movimiento Teresiano Apostólico (MTA) y he participado en misiones de Semana Santa en varias ocasiones. También he colaborado activamente en la pastoral de la universidad, en iniciativas como el TALIBERO (Taller de Liderazgo Ignaciano) y el campamento jesuita «Existe».

Mi interés por el impacto social me ha llevado a ser voluntario en proyectos de ingeniería en conjunto con el CESCOM (Centro Educativo de Servicios para la Comunidad), y tuve la oportunidad de vivir una experiencia transformadora durante mi inserción en Cuetzalan, Puebla.

Estas vivencias me han permitido comprender mejor el valor del acompañamiento y la importancia de tejer conexiones con las personas que comparto en el camino.

Me encanta pensar cómo, sin darnos cuenta, estamos hechos de fragmentos de las personas que hemos conocido. Cambiamos nuestra manera de escribir al observar la caligrafía de una carta, usamos las expresiones que nuestros mejores amigos siempre usan, y nuestra comida favorita es, muchas veces, la que nuestros padres preparaban cuando éramos niños. Esos pequeños hilos de otras personas se tejen en nuestra vida y nos transforman, aunque no estemos siempre conscientes de ello.

Esto también sucede con quienes acompañan a los jóvenes, ya que dejan en nosotros huellas que, con el tiempo, van dando forma a quienes somos y a quienes queremos ser; sin embargo, este acompañamiento no debe ser una guía rígida ni una invasión de lo personal. Los jóvenes no buscamos una figura que nos imponga un camino a seguir. Lo que necesitamos es sentir que esa persona está presente, que está a nuestro lado sin invadir nuestras decisiones, acompañándonos en nuestro propio proceso, pero sin forzarnos a recorrer un trayecto que no es el que tenemos. Los jóvenes necesitamos sentir que podemos acudir a estas personas en días de tormenta, pero que tenemos la libertad de buscar propio camino bajo el sol.

No se trata de ser un faro o un sol que ilumine el camino desde lejos, marcando la única dirección a seguir. Más bien, estas personas tienen algo especial. En días nublados los girasoles no buscan la luz del sol, sino que se encuentran los unos a los otros, compartiendo la energía solar que han acumulado. De manera similar, los jóvenes buscamos acompañantes con quienes podamos compartir esa energía, tanto en los días soleados como en los más oscuros. Estas relaciones no sólo benefician a los jóvenes, sino también a quienes los acompañan, puesto que, al compartir, también recargan su energía.

Los jóvenes no buscamos personas perfectas. Valoramos la autenticidad y la vulnerabilidad. Un acompañante auténtico no pretende tener todas las respuestas ni es una figura inalcanzable. Es alguien dispuesto a caminar junto a nosotros, aprendiendo también en el proceso. Al mostrar los propios desafíos, las preguntas sin resolver y los caminos difíciles que han recorrido no sólo humaniza al acompañante, sino que crea un espacio seguro donde los jóvenes podemos explorar las dudas sin miedo a ser juzgados.

Uno de los aspectos más valiosos del acompañamiento es su papel en el discernimiento.

No se trata de elegir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo que es mejor. A veces es difícil ver con claridad cuál es el camino más adecuado para cada uno, y es ahí cuando la presencia de un acompañante puede ser transformadora. No es una figura que te dice qué hacer, sino alguien que te ayuda a ver con más claridad las opciones, a explorar los caminos con mayor profundidad.

Podemos comparar este proceso con el crecimiento de una planta. Al crecer, la planta busca el camino que le dé más luz, el que le permita desarrollarse plenamente. Pero, en ocasiones, ese camino se ve obstruido por una pared o cualquier obstáculo. Esto no significa que todo el crecimiento anterior haya sido en vano. Al contrario, ese crecimiento muestra quién eres hoy en día. Simplemente es el momento de elegir un nuevo rumbo, de buscar otro camino que permita seguir creciendo y encontrar más vida. Es en estos momentos cuando el acompañante se convierte en un espejo que refleja lo que no siempre podemos ver en nosotros mismos. Nos recuerda que, aun cuando creemos que hemos llegado al límite, siempre hay una oportunidad para crecer más, para encontrar la vida donde parecía que ya no había posibilidades.

Los jóvenes buscan a alguien que les apoye en encontrar su camino. Quieren acompañantes que les inspiren a discernir, a elegir lo que más los despierte a amar. Es en esa búsqueda donde se construye una relación significativa, basada en la confianza y el respeto.

Cada joven tiene su propio ritmo, sus propias preguntas y su propio destino. acompañar es una labor de paciencia y presencia, que con el tiempo florecerá en formas que quizás no habíamos imaginado.

Un acompañante es aquel que nos ayuda a detenernos y mirar hacia adentro. En una sociedad que constantemente nos empuja a buscar respuestas fuera de nosotros, ellos nos invitan a hacer esa pausa, detenernos un momento, para dejar de buscar en el exterior y empezar a descubrir lo que sentimos, lo que somos y lo que podemos compartir. Porque no es el mucho saber lo que llena el alma, sino el conectar con lo que vivimos, disfrutar el momento y gustar de las cosas internamente. Quien mira hacia afuera sueña, pero quien mira hacia adentro despierta.

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