Hace diez años entré al noviciado jesuita, después de colaborar un año en Radio Huayacocotla como prenovicio. En realidad, al inicio sabía muy poco sobre quiénes eran los jesuitas. Mi interés nació después de hacer un voluntariado en la Selva Lacandona en Chiapas, al sur de México. Un año en la universidad me mostró que la ingeniería química no bastaba y que yo buscaba algo más.
En aquel momento sentía que la Compañía de Jesús era un buen camino que podía elegir para mi vida. Veía a los jesuitas como hombres fuertes y valientes, que sabían cómo transformar el mundo y que podrían responder todas mis preguntas. De alguna manera creía que ser jesuita me llevaría a volver a Chiapas. Decisión personal, certidumbre y volver a Chiapas: eso significaba ser jesuita. ¡Qué equivocado estaba!
Primero, porque hoy puedo reconocer que ser jesuita es más un regalo que meramente una decisión personal. En mi caso, fue un regalo que recibí en el encuentro con los pueblos indígenas. Fue con ellos como descubrí todo el amor que había recibido y todo el amor que tenía para dar. En el compartir pude ser testigo de la importancia de entregar la propia vida al servicio de los demás y de cuidar la vida en comunidad. Ellos fueron para mi camino de encuentro con el Creador.
Esta vocación es uno de los regalos más grandes que he recibido. Ser jesuita me ha permitido crecer, expandirme interiormente, descubrir cosas en mí que jamás imaginé. Me ha llevado a mirar la realidad críticamente y a escuchar en medio del mundo la voz de Dios, que va mostrando caminos de vida plena. Como todo regalo, fue gratuito y, además, totalmente inmerecido. La única deuda que tengo es la deuda del amor.
Con los años ha cambiado no solamente mi concepción de la vocación jesuita sino la imagen de los jesuitas mismos. Me emocionaban profundamente jesuitas heroicos como los mártires de la UCA, también aquellos que conocí personalmente, entregados a los tzeltales, los otomíes y los rarámuris, o intelectuales con una capacidad de análisis aguda y profunda. De ellos había construido una imagen del «gran jesuita», misionero y entregado en pobreza a la defensa de la fe y la promoción de la justicia.
Y todo lo anterior es cierto, y lo sigo creyendo, pero estar dentro de la Compañía me ha permitido mirar que no todo es gloria y heroísmo, que los jesuitas somos humanos y estamos llenos de contradicciones. La Orden no es solo triunfo y certeza, pero justamente la grandeza de los jesuitas no está en ello. Los jesuitas somos pecadores llamados, frágiles. No tenemos todas las respuestas y justamente esto es lo que nos hace libres, creativos, arriesgados. Somos hombres que nos reconocemos pobres, limitados, quebrados, pero que confiamos en que solamente Dios sabe trabajar con nuestras migajas, que la misión es suya, y solo con su Gracia podremos caminar. Conocer a los jesuitas de carne y hueso en sus limitaciones me ha llevado a abrazar mi propia pobreza, y solo así he podido amarlos y amarme de verdad.

Imagen: cathopic
Finalmente, en estos años jamás he vuelto a poner un pie en Chiapas, ni siquiera de paso. Pero ser jesuita me ha llevado a ver que, más que un lugar, lo que añora mi corazón es una presencia. En la selva pude encontrarme con Dios, con mi Amado, siguiendo al Cantar de los Cantares. Y toda la vida voy preguntándome dónde está: «¿Han visto al Amor de mi alma?» (Cant 3, 3). Afortunadamente lo he encontrado, al mismo que conocí en Chiapas lo he podido ver en la Huasteca veracruzana, en la Noria con los purépechas en Guadalajara, en el colegio Lux de León y hoy aquí en Belo Horizonte, Brasil. No sé cómo, pero sé que es Él. Sé que me busca, me mira y me llama. Y no solo yo, cada jesuita va buscando ese «Gran Amor», aquello que Ignacio llama «encontrar a Dios en todas las cosas y a todas en Él».
Así, ser jesuita no es ni mera voluntad racional ni certeza gloriosa, y mucho menos estabilidad; felizmente estaba equivocado. Junto con aquello que no fue como pensaba, hay muchas otras cosas que he encontrado en la Compañía y que me han confirmado como jesuita. La Compañía me ha puesto continuamente del lado de los desfavorecidos, en lugares de frontera; del lado oculto de la vida. Me ha liberado para sentir profundamente, para amar y ser amado de modos que jamás pensé. Me ha acompañado pacientemente en mis tropiezos, siendo el rostro de la misericordia divina. Ha sido presencia en la oscuridad, la propia y la del mundo.
Cuando digo Compañía digo compañeros, tantos que no puedo mencionarlos aquí. Todos nosotros nos sentimos llamados, necesitados de Dios y llamados a seguir a Cristo en las fronteras. Hoy soy jesuita porque no es lo que esperaba, sino mucho más. En un mundo lleno de heridas, los jesuitas nos reconocemos como un cuerpo universal y queremos poner al servicio de la Iglesia y la humanidad aquello que somos y tenemos.







5 respuestas
Hola Juan Carlos, te saludo desde la Riviera de Chapala, soy casado y soy ya de la tercera edad, durante 16 años he estado trabajando como misionero católico, pueblo por pueblo, casa por casa. Y me gustaría estar en comunicación contigo y más Jesuitas, para comentar sobre el verdadero valor de nuestras obras como misioneros, que agradan realmente a Dios. Saludos y que Dios te siga cuidando.
«Encontrar a Dios en todas las cosas y a todas en El».
En la incertidumbre, en lo frágil, la pobreza de espíritu y grandeza de la humildad, lo sencillo, los últimos de nuestra Sociedad.
Quebrarse uno mismo y poder sentir y entender a los demás en sus fragilidades.
Y juntos seguir con la Esperanza de ser un mejor jesuita, hombre, para los demás.
Que bellas palabras Maria. Saludos! Que Dios nos regale la gracia de sabernos frágiles y sostenidos por su gracia!
Hola Guillermo! Me alegra tu mensaje y el que vivas la misión en tu vocación como laico. Podemos estar en comunicación aquí, creo que hay muy buenos materiales en la página. También estoy en Facebook con mi nombre o en Instagram como @toby.jcsj y por ahí también voy compartiendo otros contendidos. Saludos!
Querido primo, me encantó tu artículo. Y quiero decirte que me recordó mucho a como me siento ahora con la maternidad. Sentir un amor que jamás creíste conocer. Así Dios nos envía por diferentes caminos, cosas similares. Siempre en relación al amor, que es lo más importante. Un abrazo primo y sabes que siempre estamos apoyándote y nos da gusto saber de ti. Te queremos, tu familia ❤️.