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Reflexiones en torno a la dignidad moral 

Es preferible sufrir una injusticia que cometerla. 

Sócrates en el diálogo «Gorgias» de Platón. 

Esta frase que Platón pone en boca de Sócrates en su diálogo es de una inmensa riqueza moral; puede sonar a debilidad, a sometimiento a pasividad. Pero de ninguna manera dice eso. La frase no expresa que uno o una no deba defenderse ante la injusticia, ni que se tenga que sufrir pasivamente el atropello o la violencia de otros. La frase expresa el último recurso ante la disyuntiva extrema: o sufres la injusticia o (para no sufrirla) la cometes. Mucho cuidado, porque tampoco se refiere a la defensa propia, no es una injusticia defenderse. Se refiere a esos casos en los que se quiere que alguien cometa un mal y se le amenaza con otro para que lo haga, es una especie de chantaje disyuntivo: o mientes o te golpeo, o robas o daño a tu familia, o maltratas a esta persona o pierdes el trabajo. También es importante aclarar que la persona amenazada no quiere cometer el acto al que se le pretende obligar, no se trata de contubernios disfrazados de «tenía que obedecer». El que desea hacer lo que se le demanda u ordena es como si se obedeciera a sí mismo, en última instancia quiere hacerlo. 

Este tipo de situaciones en las que muchas veces nos vemos envueltos y envueltas son decisivas para la manifestación de la libertad y como medida de la altura moral de una persona. Porque no hay modo en que alguien nos obligue a hacer algo que no queremos hacer. Quien sufre tortura y cede está eligiendo evitar el dolor por encima de lo que no creía querer hacer. Quien elige a su familia amenazada por encima de cualquier otra cosa quiere más a su familia de lo que repele el mal que no quería hacer. No se trata de heroísmos, se trata de elecciones límite, y nadie está juzgando a quienes hacen lo que creían no querer hacer ante situaciones extremas de chantaje, daño o amenaza. 

Sin embargo, el que sufre una injusticia de cualquier tipo no se hace injusto. El que es torturado no se hace torturador, el que es asesinado no se convierte en asesino, el robado no se convierte en ladrón. Ése es el sentido de la frase socrática: desde el punto de vista moral, quien comete el mal se hace malo, quien lo padece no. Nuestras acciones nos van definiendo; podemos arrepentirnos, sí, pero si he asesinado no puedo borrar la sangre de mis manos (Macbeth dixit). Si he violado, no puedo borrar el haber sido un violador aunque nunca vuelva a violar. 

La contraparte de esto es la inocencia, hay que rescatar esta palabra tan importante en el ámbito moral de los sentidos equívocos que se le atribuyen. 

Ser inocente no es ser ignorante, no es ser ingenuo, no es ser infantil. Inocente viene del latín in, que significa negación, y del verbo nocere, que significa hacer daño. Así que el inocente es el que no hace daño. El que no provoca, promueve, instiga, desea ni comete daño, ése es el inocente, y el primero de los daños a evitar es el que podemos hacernos a nosotros mismos al hacernos malos, porque de ahí lo que sigue es una cascada que puede ser inacabable: el que se hace intrigante, mentiroso, ladrón, asesino (más allá del daño a sus semejantes) se puede volver también cínico, soberbio, vano o superficial, simplemente porque no se soporta a sí mismo, porque es muy difícil convivir con lo despreciable y es peor aún reconocerlo en uno. «La conducta moral (…) parece depender del trato del ser humano consigo mismo. No debe contradecirse a sí mismo haciendo una excepción en favor propio, no debe colocarse en una posición en la que haya de despreciarse a sí mismo», como dice Hannah Arendt en Responsabilidad y juicio (Paidós, Barcelona, 2007, p. 89; me tomé la licencia de sustituir el término «hombre» por el de «ser humano», que es más inclusivo, por eso las cursivas son mías). 

En última instancia, se trata de respeto; tenemos deberes con nosotros mismos antes que con los demás, porque sin el cumplimiento de esos deberes poco podremos hacer por el resto del mundo. «La norma no es ni el amor al prójimo ni el amor a uno mismo, sino el respeto a sí mismo». 

Pues bien, en el libro del profeta Daniel nos encontramos con un pasaje de sorprendente parecido con la expresión socrática. Ahí se nos narra que «la iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo» (Daniel, 13, 5). Dos de ellos deseaban con lujuria a Susana, una joven mujer, esposa de Joaquín, de familia acomodada. Ella solía salir a su jardín con sus doncellas y a veces se bañaba en la pila cuidando de que el jardín estuviese cerrado. Pero los dos viejos esperaron escondidos en el jardín y cuando Susana mandó a sus doncellas por lo necesario para el baño, mientras se metía a la pila, ellos salieron y le propusieron que se sometiera a sus deseos, si no lo hacía la acusarían de haberla encontrado en adulterio con un joven. Ellos eran unos «venerables» ancianos; era su palabra contra la de ellos. El castigo para las adúlteras era la lapidación. La respuesta de Susana es sorprendente: «Prefiero caer en manos de ustedes sin pecar, antes que pecar delante del Señor» (Daniel, 13, 23). En otras palabras, prefiero la lapidación por su difamación que cometer realmente un mal. La famosa frase socrática «más vale sufrir una injusticia que cometerla» la encontramos ya más o menos un siglo antes de Sócrates en boca de una joven mujer judía. La dignidad moral consiste en la libertad de ser uno mismo y de respetarse a sí mismo, de no ceder ante amenazas que podrían evitar un mal, pero no podrían evitar el hacernos malos. No podemos decir que Susana fuese socrática, esto sería anacrónico, en todo caso podemos decir que hay una percepción sobre la dignidad moral que no tiene nada que ver con erudición ni filosofías, sino con una conciencia clara, que no se autoengaña. 


Imagen de portada: Lovis_Corinth_Susanna_im_Bade_1890/Dominio público.

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