La historia nos coloca constantemente ante situaciones originales e inesperadas, a veces para construir esperanza, y otras veces para lo opuesto. Del 11 al 13 de abril del 2016 se dio uno de esos hechos sociales relativamente «originales», con trascendencia histórica, que nos parece podría abonar algo, si prospera en el largo proceso de la humanización de la especie, del que las iglesias, de alguna forma, han sido parte positiva y no tanto. Por ello nos parece importante compartir las muchas reflexiones, acciones y desafíos futuros que allí —y hasta hoy— se plantearon, con el objetivo de que muchas más personas, grupos y organizaciones puedan irse sumando a este proceso, en el cual América Latina, y México particularmente, tienen mucha experiencia y riqueza teórica y práctica que aportar.
Por iniciativa de un grupo internacional socialmente comprometido de religiosos y laicos católicos, además de activistas sociales por la paz, apoyados por el presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz (el cardenal ghanés Peter Tuckson), el Vaticano —dentro de su Año Jubilar— hospedó la primera Conferencia sobre «Noviolencia y Paz Justa: contribución a la comprensión y al compromiso católicos con la noviolencia», en lo que fue un gran Congreso Internacional. Fue un posible punto de partida de un largo proceso, como todo en las iglesias, pero que podría concluir con una mayor definición pública, política, económica, social y teológica en aras de construir una verdadera ‘paz positiva’ con justicia y dignidad. Todavía es muy prematuro para saber si este proceso caminará hacia la esperanza o la ilusión, pero dependerá de muchos de nosotros, con base en las acciones que tomemos, hacia dónde se dirija, por eso también es necesario difundirlo.
Como afirman muchos teóricos de los estudios de paz (Muñoz, 2001), la necesidad de construir las ideas y búsquedas de paz como algo real y socialmente prioritario en la historia ha nacido cuando los grados de violencia y guerra se han exacerbado, como sucede en la actualidad mundial con este «Contexto de violencia normalizada y sistémica» (Conferencia, 2016). Si no, la paz ha sido un «inobservable o inobservado social» sin contenido muy específico ni «principio de realidad».
Durante esos días unas 85 personas con identidades sociales y pertenecientes a organizaciones muy variadas dentro de esta tradición religiosa, como laicos, obispos, religiosos, teólogos y activistas sociales, pertenecientes a todos los continentes, sobre todo de Europa, África y Estados Unidos, se enfrascaron en complejas reflexiones y discusiones colectivas acerca de este desafío que se quiere replantear en el compromiso público y explícito mundial como Iglesia católica. Se elaboró un documento final para esta iniciativa noviolenta titulado: «Un llamado a la iglesia católica a comprometerse de nuevo con la noviolencia que es central en el «Evangelio» (Conferencia, 2106).
Actualmente, son casi 200 organizaciones internacionales y miles de personas las que se han adherido a esta causa. Si bien es una iniciativa que nace de arriba en la Iglesia, con mucha preeminencia aun desde lo clerical, se deberá ir convirtiéndose en una invitación al «pueblo de Dios» para que activamente convierta a su jerarquía hacia una «paz justa y no violenta», o sea, que las principales víctimas de la guerra y la violencia —la población civil— desafíen la práctica y teología de las cúpulas, que muchas veces han sido, en diferentes facetas, cómplices de la guerra. La historia nos ha enseñado cómo los más pobres han sido los principales promotores de la noviolencia. Bien apuntaba un obispo de Uganda: «Cuando dos elefantes combaten la que sufre es la hierba».
Reserva moral decidida y comprometida contra la guerra
Nos parece importante no tomar este tema sólo desde al ángulo de la tradición de una determinada fe religiosa milenaria, sino ampliar el enfoque hacia un campo más universal en la construcción de paz y de humanización de la especie humana, para lo cual la instalación cada vez mayor de una cultura de noviolencia y el rechazo de toda forma de ‘guerra justa’ ayudaría significativamente. Por tanto, algo central de esta iniciativa radica en que se pide a una porción —a veces— de la «reserva moral» (parte del texto retomado de Ameglio. El concepto de «reserva moral» y su contenido proviene de Juan C. Marín, y Wallerstein lo llama «hegemonía moral») de la sociedad e historia mundial, que se active y «ponga su cuerpo» (institucional, grupal e individual) en forma abierta y pública frente a los que promueven la «guerra justa» y exclame un «¡Ya basta!».
Dentro de las coyunturas y procesos socio–políticos se puede observar cómo la llamada reserva moral ha sido una importante «arma no violenta»y «arma moral» (Marín, 1995: 25–48), que se expresa a veces a través de «gritos de indignación moral», masivos, grupales o individuales. Esta reserva moral, presente en todas las sociedades, pero que no siempre se expresa y actúa públicamente con la radicalidad necesaria, puede estar constituida de dos maneras: masas o cuerpos con una «fuerza social» considerable. Respecto a la primera expresión, podemos tener como «observable social» que, ante situaciones de muy alta injusticia e inhumanidad, una parte masiva de la sociedad ha salido a las calles a decir un «¡Alto a la inhumanidad!», unida más allá de diferencias identitarias o de valores que pudieran existir entre esas personas en otros aspectos de la vida social. Por un momento, ante la gravedad y la violencia de la situación, se dejan de lado las diferencias y una importante porción de la sociedad se transforma en un «cuerpo común» en la calle, para colocar un «muro» o una «frontera moral» compacta y decidida ante tal avance inhumano, que trastoca los valores sociales esenciales que no se está dispuesto a traspasar ni a «normalizar». Es un «¡Hasta aquí!» social masivo.
Estas acciones pueden realizarse, por ejemplo, ante un peligro de sobrevivencia —física, cultural o económica— nacional, tribal, étnica, etc., y adquieren una fuerza decisiva en el proceso social que enfrentan, por su magnitud y radicalidad colectiva, proporcional al peligro que enfrentan. La decisión se traduce en un valor central de la noviolencia que podría expresarse en un «No nos vamos a mover de aquí hasta que cese esta amenaza», es lo que en Brasil han llamado la «Firmeza Permanente» (Barbé, 1977).
A la raíz de esta acción pública de la reserva moral social, hay también dos grandes valores de la lucha noviolenta, sus dos mayores grados de acción: la no–cooperación y la desobediencia civil. La cultura que está a la base de ellas se apoya, a su vez, en un principio central de la noviolencia y la humanización de nuestra especie: «Debemos ser capaces de sensibilizarnos ante cualquier acto de inhumanidad y tratar de que la desobediencia debida sea la respuesta de todo nuestro pueblo: una moral de la autonomía se forja cuando se comprende, y se aprende, que hay que desobedecer toda orden de inhumanidad» (Marín, 2007: 34, ampliado de Marín, 1995).1
Por otro lado, la reserva moral no es sólo una cuestión de cantidad de gente y masas, pues también existen cuerpos que concentran por su identidad social (jerarquías de todas las iglesias, rectores, intelectuales y artistas, líderes políticos, campesinos, obreros…), más «fuerza social» que otros, e históricamente sus acciones noviolentas han sido decisivas para detener guerras y altas violencias sociales, para proteger a las víctimas, pero también sus silencios han sido cómplices del incremento de esas inhumanidades. Al hablar de acciones no nos referimos al plano declarativo–mediático o de la política y la representación institucional, sino a otros grados de acciones noviolentas que guardan una relación de escala semejante a las de la violencia que se enfrenta (esta «relación de escala» entre nuestras acciones y las del adversario, tomando claramente en cuenta una multiplicidad y complejidad de factores, es una de las medidas más importantes de nuestra radicalidad moral y estrategia de la lucha social. Constituye uno de los principales «inobservados» en el grado de la determinación de las partes en lucha). En ciertas situaciones ya no es suficiente con ser críticos del orden social o de ciertas autoridades en foros, homilías o mesas redondas, o con hacer denuncias mediáticas o jurídicas, sino que se hace necesario comprometerse con el propio cuerpo —«meter el cuerpo con una temporalidad indeterminada»— frente a las fuerzas de la violencia (Ameglio, 2016).
La reserva moral ahora movilizada no es aún del tipo masivo, pero sí del tipo de ciertas identidades sociales con particular «reserva moral», y apunta, en primer término de su estrategia, a convencer a la jerarquía institucional, empezando por el papa, a definirse en el sentido de una «paz justa», incluso haciendo una Encíclica al respecto.
Guerra (in)justa
Desde el inicio de la Conferencia se afirmó con decisión que «no hay guerra justa» (Conferencia, 2016). Así, en la primera parte, el tema central de las discusiones giró en torno a una crítica a la doctrina católica de la «Guerra Justa», iniciada con san Agustín en el siglo V y perfeccionada por santo Tomás de Aquino en el XIII con la Summa Theologica, aceptando la guerra como «último recurso» legitimado sólo por la autoridad política. La fusión de la Iglesia católica con el imperio romano empujó un proceso creciente hacia la justificación teológica y social de la Pax Romana, fundada en la guerra para mantener el statu quo.
Se hizo entonces una relectura de la tradición de 1500 años de interpretación de la vida de Jesús, quien «proclamó un orden nuevo, noviolento … resistió activamente la deshumanización sistémica… [promovió] la resistencia noviolenta a quien les hace el mal … desafió la ley del Sabbat … confrontó a los poderosos en el Templo … ordenó a Pedro no usar la espada. La noviolencia de Jesús, ni pasiva ni débil, fue el poder del amor en acción … la encarnación del Dios «Noviolento» (Conferencia, 2016). A su vez, también se recuperaron ciertas prácticas históricas de la Iglesia en concordancia.
Muchos de los participantes de Asia y África llevan años en medio de devastadoras guerras civiles, interétnicas o entre naciones, «que han causado millones de víctimas de todo tipo por muertes, desplazamientos, refugio, hambre, tortura … El dolor, hartazgo y desamparo de la población civil es mayúsculo en estas regiones», por lo que el énfasis de la Conferencia (2016) estuvo precisamente en cuestionar primero drásticamente la idea de «guerra justa», que sólo ha llevado a más injusticias y violencia. Así, se expresó no sólo una crisis en el enfoque hacia la concepción de la guerra como constructora de paz, sino también la saturación total de una parte muy grande de la humanidad que vive y sufre la inhumanidad de la guerra (en todas sus dimensiones) toda su vida, sin desearlo ni ser consultada y sin poder escapar a sus efectos.
Como comentó un sacerdote de Sudán del Sur: «Mi familia y yo crecimos y vivimos sólo en la guerra. Si dibujara sólo podría hacer una imagen de violencia. Una niña me preguntó antes de viajar: ¿dónde está Jesús? Le dije que lo ves en mí y en ti. Yo también estoy en crisis». Una monja de Iraq remarcó con mucha precisión cómo «la guerra es la madre de la ignorancia. Ganamos la guerra a Irán, a Kuwait, nos invadió Estados Unidos, ahora el Ejército Islámico, 13 años de boicot económico, no existe guerra justa. No controlamos nuestro destino».
Al inicio de la Conferencia se leyó una carta del papa que marcó en parte el eje de los trabajos, en los que se enfatizó la urgencia de encontrar soluciones a las terribles guerras que, directa o indirectamente, golpean a toda la población mundial. En 2013 el papa ya había dicho en una oración masiva en el Vaticano que «fe y violencia son incompatibles». En esa carta recordó que el «principal desafío de la comunidad humana, planteado desde Vaticano II es: abolir las guerras del mundo, enfrentando los conflictos, no ignorándolos». En ese sentido, agregó el papa: «Un obstáculo principal está en mover los muros de la indiferencia, no sólo hacia el prójimo sino también hacia la naturaleza, la creación, la paz social».
Continuando con esta propuesta, desde la Comisión Pontificia de Justicia y Paz, se dijo que «el objetivo del desarme es abrir la praxis del diálogo, aceptando nuestras diferencias y que no siempre tenemos razón; en este Año Jubilar la Iglesia debe buscar la abolición de la pena de muerte y la deuda externa de los países pobres».
El cardenal Tuckson, presidente de esta Comisión, recordó también la frase del papa en una entrevista en Ginebra, en la que se dijo que «cuando hay una agresión injusta es lícito detener al agresor». Pero, puntualizó, las potencias han abusado de esto. Y dejó planteado el desafío epistémico–moral central para quien trabaja en la construcción de la paz o de la humanización de la especie: ¿qué quiere decir «detener al agresor»?
Por otro lado, permanece también como un desafío en este proceso que apenas se está iniciando, el profundizar acerca de los nuevos tipos de guerras (González Rodríguez, 2014; Segato, 2014) que el mundo está enfrentando, algunas llamadas «asimétricas», por no darse entre similares escalas de poderes y con enemigos no claramente definidos, como el terrorismo o el crimen organizado. En este aspecto, sin duda ayudará, por ejemplo, la incorporación a este proceso de más actores latinoamericanos, que enfrentan en sus territorios una brutal «guerra de despojo» por sus recursos naturales, culturales y humanos (como en el caso de la activista social hondureña, Berta Cáceres, recientemente asesinada, y de quien hacemos referencia en la última parte de este texto), y enfrentan también una falsamente llamada, desde el poder oficial, «guerra contra el narco», cuando en realidad se trata de una guerra intercapitalista transnacional por el monopolio de una nueva mercancía ilegal, así como de otros muchos delitos (Equipo Bourbaki, 2011). En esta guerra, como en todas, hay bandos, y en cada bando hay representantes del delito organizado, del aparato de poder estatal en todos sus niveles, de fuerzas armadas legales y no, de empresarios, y de porciones de la sociedad civil directa o indirectamente involucrada.
Como consecuencia, en todo el mundo se ha estado expandiendo una cultura que sobrepone la idea de paz a la de «seguridad», término militar y gran negocio capitalista, alejándola de las ideas de justicia y dignidad. Esto se ha logrado por la previa «siembra de la inseguridad» en toda la población, lo que ha ido derivando en cada vez más sociedades aterrorizadas —ya no atemorizadas—, instalando en la población una ‘cultura del encierro’, de la militarización de la vida civil, de la «obediencia debida al castigo anticipado, a toda orden de inhumanidad de la autoridad» (Marin, 2014).
Esta cultura está basada en la construcción de una premisa que es una trampa epistémica, donde se afirma que «paz = seguridad», que los poderes —políticos y económicos— mundiales nos han instalado masivamente, y a partir de la cual se ha incrementado toda forma de «normalización de la guerra», de la violencia social, del uso indiscriminado de las armas, de la «inevitabilidad de la paz armada». Así, si no se «desnuda la verdad», como diría Gandhi, de este largo proceso de normalización, negocio y complicidad estatal–delictiva, no se podrá avanzar mucho hacia otras formas de paz que no sean la armada.
Paz justa y acciones noviolentas
En la segunda parte de la Conferencia se profundizó ampliamente sobre todo en la conceptualización y práctica de una «paz justa», «basada en la noviolencia del Evangelio … ética que conlleva el compromiso con la dignidad humana … Reconocemos que la paz exige justicia y la justicia exige la construcción de la paz» (Conferencia, 2016). Y en el desafío de la Iglesia, como institución, en destinar recursos y personas al peacebuilding, peacekeeping, peacemaking, a la educación y cultura de la paz: «Que nuestra Iglesia sea testigo viviente de la noviolencia activa e invierta muchos más recursos humanos y financieros para promover su espiritualidad y su práctica» (Conferencia, 2016).
Para construir estas reflexiones–acciones hubo cuatro mesas temáticas: Experiencias de noviolencia; El camino de Jesús en la noviolencia; Noviolencia y paz justa, y Caminando hacia el fin de la guerra. La base principal fueron las experiencias prácticas de los participantes y pueblos en resistencia contra las guerras. Se propuso también una investigación teórica de Erica Chenoweth y Maria Stephan (2011), en la que analizaron 326 campañas noviolentas y violentas entre 1900 y 2006. Determinaron, según las variables usadas, que en las noviolentas el suceso fue en 57 por ciento de los casos y en las violentas en 26 por ciento. Según María Stephan, presente en la Conferencia: «Los movimientos de noviolencia avanzaban hacia una sociedad con algo más de democracia y paz civil, mientras los violentos era más fácil que regresaran a la guerra, de ahí que la noviolencia no es sólo efectiva moralmente sino también políticamente». Así, en el Documento Final se afirma que «las estrategias de resistencia noviolenta son dos veces más efectivas que las estrategias violentas» (Conferencia, 2016).
Para saber más
Ameglio, Pietro (2002). Gandhi y la desobediencia civil. México hoy, México: Plaza y Valdés Editores.
Ameglio, Pietro (2011). “La reserva moral mexicana sale a la calle”, Proceso, 17–4.
Ameglio, Pietro (2016). «¿Cómo construir la paz y reflexionar sobre ella en medio de la guerra?» en Sicilia, Javier y Vázquez, Eduardo (coords.). El movimiento por la paz con justicia y dignidad, México: Era.
Barbé, Domingos et al. (1977). A Firmeza–Permanente. A Força da Não–Violencia, Sao Paulo: Loyola-Vega.
Chenoweth, Erica, y Maria Stephan (2011). Why civil resistance works. The strategic logic of nonviolent conflict, Nueva York: Columbia University Press.
Conferencia (2016). No Violencia y Paz Justa: contribución a la comprensión y al compromiso católicos con la noviolencia, Documento Final: Un llamado a la Iglesia católica a comprometerse de nuevo con la noviolencia que es central en el Evangelio, Roma 11–13 de abril, en https://nonviolencejustpeacedotnet.files.wordpress.com/2016/05/2016-0099-es-gl-is.pdf
Equipo Bourbaki (2011). El costo humano de la guerra por la construcción del monopolio del narcotráfico en México (2008–2009), en http://webiigg.sociales.uba.ar//revistacuadernosdemarte/revista.htm
González Rodríguez, Sergio (2014). Campo de guerra, Barcelona: Anagrama.
Marín, Juan C. (1995). Conversaciones sobre el poder (Una experiencia colectiva), Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires/Instituto Gino Germani.
Marín, Juan C. (2007). Los hechos armados. Argentina 1973–1976. La acumulación primitiva del genocidio, Buenos Aires: La Rosa Blindada/P.I.CA.SO.
Marín, Juan C. (2014). Conocimiento y desobediencia debida a toda orden inhumana, Prólogo de Myriam Fracchia F. Cuernavaca: UAEM.
Muñoz, Francisco (2001). La paz imperfecta, Granada: Universidad de Granada/Instituto de la Paz y los Conflictos.
Foto de portada: hnacarolina-cathopic