A la luz de las reflexiones de estos días sobre el compromiso de la Iglesia ante la cumbre de partes sobre cambio climático – COP27, quiero presentar algunas “paradojas y tentaciones” en el sentido de este compromiso eclesial sobre el cuidado de la casa común. Estas preguntas las asumo como propias y hacia mi propia praxis, pero las comparto como llamado a revisarnos en nuestro proceder.
Primera paradoja–tentación
- ¿Cuál es el sentido de responder a coyunturas como estos eventos políticos de organismos multilaterales (ciertamente urgentes y que llaman al compromiso) con un mínimo impacto real, como lo son algunos de estos foros internacionales, sin generar procesos de largo plazo y de acompañamiento directo y real a las poblaciones que más son impactadas? Un coyunturismo oportunista.
- Y en el sentido opuesto ¿de qué sirve tener procesos sólidos, que pueden tornarse en autorreferenciales, sin impacto real o capacidad de responder en las coyunturas urgentes y en los espacios estratégico–políticos en los que la Iglesia tiene acceso? Un aislamiento o asepsia ante las urgencias.
Segunda paradoja–tentación
- ¿Cuál es el sentido de responder de modo reducido, fragmentado, a alguna dimensión en particular de la Ecología Integral (sea por comodidad, por ceguera, por limitación o por temor a ver más ampliamente), sin abordar las problemáticas desde una mirada sobre la complejidad multi–dimensional y desde una comprensión amplia de los fenómenos en nuestro mundo y sociedad? Ceguera estructural.
- Y en el sentido opuesto, ¿de qué sirve tener una comprensión integral y multidimensional profunda en clave de Ecología Integral (casi abstracta) sin una influencia real en las necesidades específicas de las personas, aquellas que se expresan en una dimensión particular, ahí donde la vida acontece? Desterritorialización.
Tercera paradoja–tentación
- ¿Cuál es el sentido de hacer diagnósticos profundos, detallados y con todo el sustento científico, casi perfectos, y seguir haciéndolos por años (sean catastróficos o más mesurados), sin llegar a propuestas concretas, a acciones aterrizadas y realistas, que respondan a la vida de las personas a la luz de esos diagnósticos? Academicismo desencarnado.
- Y en el sentido opuesto, ¿de qué sirve responder de modo concreto y permanente (a veces ideológico o con postura de superioridad) sin tener un adecuado diagnóstico y comprensión de la realidad en la que se trabaja, reconociendo nuestra pequeñez en los aportes, y generando acciones a veces sin sentido o poco eficaces? Prepotencia y actitud de sabelotodos.
Cuarta paradoja–tentación
- ¿Cuál es el sentido de organizar eventos importantes de modo interinstitucional, con la suma de todos los logos, sin una posibilidad real de salir de nuestro propio modo de ser y hacer particular, y sin alcanzar concreciones de largo aliento que ayuden a cambiar la vida de las personas que más son afectadas por esta emergencia socio–ambiental? Imaginarios de visibilidad con poca comunión práctica.
- Y en el sentido opuesto, ¿de qué sirve tener alianzas estratégicas muy profundas y claras en el territorio sin la posibilidad de actuar de modo integrado en acciones de incidencia o eventos de relevancia como éste? Sinodalidad carente de incidencia.
Quinta paradoja–tentación
- ¿Cuál es el sentido de bellos y amplios discursos políticos, fuertemente cargados de ideología y carentes de autocrítica, que en la práctica se encuentran con la incoherencia y la incapacidad de hacer vida lo que las palabras discursivas expresan? Ideologismo político.
- Y en el sentido opuesto, ¿de qué sirve responder en la vida cotidiana a muchos de los desafíos en materia de justicia socio–ambiental si no se logra traducir eso en una visión de cambio estructural y políticas públicas que movilicen una reforma de fondo? Praxis sin impacto político.
Ante estas paradojas, queda el desafío de preguntarnos sobre nuestra posición en cada una de ellas, y sobre todo asumir el itinerario de vida y la agenda de reforma de la encíclica Laudato Si’ para acercarnos cada vez más, en nuestra fragilidad, al ideal de sociedad y de Iglesia que ahí se nos presenta. Un paso a la vez, de modo sinodal y profético, mirando a las periferias… y dejándonos mirar y ser transformados por ellas también.
El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común.
Laudato Si’, No. 13