La historia de Noche de fuego (México, 2021) está narrada no tanto con palabras, sino con sensaciones, sonidos, silencios, miradas, gestos, colores, trozos de la naturaleza. Se desarrolla en una comunidad rural en la sierra y desde la mirada y la vida cotidiana de tres niñas muy cercanas. Los espectadores de la película entramos en la historia para dejarnos llevar también de las sensaciones, que pueden ser cada vez más agobiantes y difíciles de sobrellevar, y luego convertirse en comunión de vida con un pueblo.
A Ana, la niña protagonista, su mamá la va entrenando para saber escuchar y distinguir lo que oye en la noche: ladridos a lo lejos, mugidos de las vacas, grillos y chicharras, ramas mecidas por el viento, pero también otros sonidos: el derrapar de unas llantas, balazos, gritos ahogados, pasos extraños… Ahí están el ejército, que a veces aparece, y gente del narco siempre presente —aunque no se les vea— como patrones extraños que imponen su dominio y que se meten en el alma punzando y atemorizando. Hay sonidos que vienen de la vida y hay otros que anuncian la muerte. Esa es la realidad que crea y alimenta el clima de miedo e inseguridad en que vive la gente. Y el peligro siempre inminente de que los malvados se lleven a las jovencitas del pueblo.
Ese es el ambiente en el cual las niñas y adolescentes han de aprender a vivir, a convivir, quizás a sobrevivir… Y también a hacerse preguntas ante lo que sucede: militares hacen rondines por el pueblo, un maestro se va porque alguien le está pidiendo cuota de permanencia, una vecina desaparece de repente, una casa queda abandonada, unos animales son sacrificados sin sentido, las mujeres trabajan en campos de amapola, muchos hombres emigraron al norte y ya no están más, Ana es obligada a cortarse el pelo y parecer un niño. Toda la realidad hace preguntas a niñas y niños y nadie quiere responderles. El maestro de la escuela les dice: “No es suficiente ver sólo con los ojos”. Hay que aprender a mirar, de otra manera, y a cambiar también lo que miramos.
Las tres niñas amigas —Ana, María y Paula— van aprendiendo también a escuchar, concentrarse, conectarse íntimamente, unirse de otra forma, en ese aire de silencios, incertidumbre, temores. El juego de conexión mental que ellas inventan las va haciendo fuertes en medio de la vida real. “En la naturaleza, hay seres vivos y seres no vivos”, explica el profesor en la clase. Las jovencitas buscarán cómo proteger su ser vivo y cómo no esconderse solamente en una fosa excavada por ellas mismas.
Tatiana Huezo (San Salvador, 1972) ha centrado su mirada de cineasta en las mujeres y en su resistencia frente a la violencia y la impunidad. Su primera cinta documental, El lugar más pequeño (de 2011), testimonia el regreso de algunas familias a su pueblo arrasado por la guerra civil, para reconstruir desde el cariño, la memoria y el respeto por sus muertos. Su siguiente película documental, Tempestad (de 2016), narra la angustiada y valiente odisea de dos mujeres, una para enfrentar el poder de autoridades y crimen organizado, y la otra para perseverar en la búsqueda de su hija desparecida. Con Noche de fuego (2021) la directora realiza su primera película de ficción, basada en la novela Prayers for the Stolen, escrita por Jennifer Clement y publicada en 2014. Sin desprenderse de nuestra existencia actual en México y del miedo que quiere dominarnos y someternos, la directora vuelve a centrar la narración en la capacidad de las mujeres para resistir a la barbarie, y lo logra con una fotografía muy contemplativa, sin mostrar violencia gráfica y sin discursos, sino con mucha sensibilidad, con todos los sentidos abiertos, con enorme empatía del corazón, con compasión, que van contagiando un espíritu comunitario en el pueblo y la defensa de sus vidas en la noche de fuego.
“Contra el vómito de cifras, imágenes y discursos que vuelven invisibles a las víctimas convirtiéndolas en números, me parece fundamental volver a los rostros, al gesto íntimo, a su historia y complejidad; regresar a las personas, a sus sueños, dolores y esperanzas. Quizás entonces desde allí podamos regresar a la empatía: a la capacidad de conmovernos”, dice Tatiana Huezo sobre su trabajo anterior en Tempestad.
Aunque no se nombra el lugar de montaña donde sucede la historia (puede ser cualquier punto de nuestra geografía mexicana), la película fue filmada en la sierra de Querétaro y en Hidalgo. Obtuvo sus primeros reconocimientos en Cannes y en San Sebastián, y es la película con más nominaciones y más premios del Ariel mexicano de 2022. La directora los dedicó “a las madres de este país que están criando solas a sus hijas e hijos, sembrando semillas de esperanza, libertad e igualdad”.
2 respuestas
Es una película impresionante, bien hecha, te desgarra el corazón, me sentí completamente vulnerable. La actuación de las niñas es magnífica y la historia me dejó un sentimiento de impotencia y coraje, vulnerabilidad y desaliento.
Beatriz, gracias por tu comentario. Creo que toca pensar qué hacer con ese sentirnos vulnerables. Y quizás unirnos con otras personas, formar más comunidad, como pasa en la película.