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¡No lo prohíbas!

Alberto Magno, también conocido como el Dr. Universal, nació en la región de Baviera, Alemania, no se sabe a ciencia cierta en qué año, entre 1194 y 1206. Murió en Colonia el 15 de noviembre de 1280.

Este santo hace honor a sus sobrenombres: «el Grande», «el Universal». Su interés en el conocimiento lo llevó a estudiar no sólo filosofía y teología, como el buen fraile dominico que era, sino todo lo que era posible conocer de las ciencias naturales de su tiempo. Debido a esto es considerado el último alquimista y el primer químico.

Fue precisamente su interés en el saber y en las ciencias naturales lo que lo llevó a leer las primeras traducciones de Aristóteles al latín, las cuales, por cierto, eran muy malas, pues en ese tiempo estaban siendo traducidas del griego al siriaco, luego al árabe y del árabe al latín.

Recuperar las obras aristotélicas fue en realidad una odisea para Occidente. Entre las guerras y los saqueos, de la obra de Aristóteles sólo se conocía la lógica en la Europa medieval. La obra aristotélica se conservó en Oriente gracias a los escribas que Alejandro Magno llevaba consigo y que copiaban las obras griegas para las distintas bibliotecas que Alejandro fue fundando durante sus conquistas (de ahí el nombre de «alejandrinas» de todas ellas). Cuando los árabes invadieron Siria se hicieron instruir por sus intelectuales y así conocieron y tradujeron al árabe la obra aristotélica, y cuando llegaron a España la llevaron con ellos. Surgirá así en el siglo XII la Escuela de traductores de Toledo, que reunía a intelectuales árabes, judíos y cristianos, quienes, más allá de sus diferencias religiosas, deseaban conocer las obras que unos y otros tenían. En ese tiempo las obras aristotélicas que estaban en árabe se tradujeron al latín y de España llegarían a París, donde causarían furor.

Alberto era en ese entonces maestro en la Universidad de París y estudió con detalle la obra de Aristóteles. Desde luego que ese autor le ofrecía más herramientas que Platón —que era el filósofo más conocido en su época— para comprender el mundo natural.

Pero Aristóteles llegó a la facultad de artes liberales (lo que hoy sería filosofía) y se entendió de maneras muy distintas, incluso se usó como espada contra los maestros de la facultad de Teología, y en su revuelo ocasionó que los sacerdotes más conservadores pidieran al papa Gregorio IX que prohibiera su lectura. Los conceptos eran tan novedosos y las interpretaciones tan atrevidas que muchos sintieron que eso era pura herejía. El papa prohibió entonces los estudios de Aristóteles en la Universidad de París. Ante esto reaccionó nuestro Dr. Universal y le escribió al papa, con toda la autoridad intelectual que le daba ser el doctor más importante de la Universidad de París, un fraile predicador dominico con una sólida formación, una profunda fe y un reconocido amor por los estudios. Le escribió más o menos esto:

«No es lo más pertinente que Ud. prohíba la lectura de este autor, porque esto aumentará el interés por leerlo de parte de los estudiantes, y los profesores no podremos comentarlo debido a la prohibición. Sugiero mejor que se establezca una comisión de especialistas en griego, que se busquen las obras en griego y que se traduzcan directamente de ahí para que éstas sean las obras que se estudien en la Universidad».

Afortunadamente se hizo esto y un versión más nítida del trabajo de Aristóteles entró a París de la mano de Alberto, para fructificar de manera abundante en el discípulo más introvertido y tímido del Dr. Magno, quien era ni más ni menos que el joven Tomás de Aquino.

Alberto es un ejemplo de amor al estudio, de inteligencia y de prudencia. La petición al papa fue el acto de un estudioso que no podía permitir que se anatemizara a un autor que él veía fecundo, sólo por temor a la herejía.

A la herejía se le hace frente y se desbarata, pensaría el predicador, pero con lo que no se puede hacer mucho es con el miedo, la ignorancia, las tergiversaciones y la soberbia. El mejor remedio para esto es conocer, estudiar, pensar. No en vano, Alberto es el santo patrono de los científicos.

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