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La cultura árabe ha tomado protagonismo en las últimas semanas a nivel internacional por ser cede de la Copa Mundial de la FIFA en Qatar. Los medios de comunicación y redes sociales tienen el ojo puesto en una cultura casi incompresible para los occidentales y en el que hay temas controversiales. Por otra parte, no me parece extraño que la cultura árabe sea el invitado de honor en la Feria Internacional de Libro en Guadalajara Jalisco porque parece que el mundo árabe tiene mucho que decirnos.

No dudo y es sabido las dificultades que vive Próximo Oriente; la migración, el fanatismo, las injusticias, el hambre, la pobreza, las muertes y atropellos a derechos humanos. Reducir al mundo árabe como la caja de pandora, donde salen todos los males, me parece un poco arriesgado. En estas tierras hubo grandes civilizaciones que aportaron muchos avances a la humanidad, también son tierras significativas para las religiones abrahámicas; judaísmo, cristianismo e islamismo.

Los países árabes son muy complejos, como es compleja la situación latinoamericana, y compleja como la vida misma. Sin embargo, no todo es fatalidad, o más bien, no es fatalidad. Me parece que, al menos en el Líbano, hay una cultura de encuentro con el diferente, aquí convergen cristianos, judíos y musulmanes, extranjeros y locales, refugiados y migrantes. Hacer del Líbano hogar para todos nosotros no ha sido tarea fácil. La convivencia con el diferente es una constante en este país, cuestión que no es viral en las redes sociales pero que tampoco es el propósito de las relaciones.

Dice un famoso slogan que “el futbol nos une”. Aquí la pelota no es una prioridad, pero en mi poco tiempo residiendo aquí puedo sospechar de otro elemento que puede ser motivo de encuentro. El narguile, también conocido como hooka o shisha es una pipa de agua usada para fumar tabaco con algunos sabores frutales. Para “beber” narguile, como se dice en árabe a la acción de fumar, existe un ritual no escrito en el que se comparte la pipa con otros y se hace un paréntesis del tiempo y del espacio. No hay momento tan importante entre la familia y amigos como beber narguile. Las calles, restaurantes, bares, y hogares con un narguile en el piso se convierten en lugares de encuentro.

En un par de ocasiones he bebido narguile con musulmanes y puedo decir que en esos momentos no era un encuentro entre religiones, ellos como musulmanes y yo como cristiano, sino que lo que estaba alrededor del narguile eran nuestras vidas, pero nuestras vidas están marcadas por nuestras religiones, aquí es donde aparece la magia del diálogo entre religiones sin mesas redondas ni teologías rigurosas. Es la capacidad de sentarse con el otro diferente, como dice Panikkar en una entrevista titulada “La ventana” y publicada en YouTube: cada persona ve al mundo desde su venta, pero hay cosas que mi vecino ve y que yo alcanzo a ver desde mi ventana y viceversa, cuando se comparte lo que cada uno ve desde su propia ventana entonces ahí surge el diálogo.

Compartimos el narguile cargando cada uno con su propia historia, nacionalidad, cultura, religión y nos “bebimos” el entorno, poner entre paréntesis el tiempo y el espacio para escuchar se convierte en una liturgia del encuentro. Para otros existen otros ritos y liturgias, como la hora del té o beber mate, por decir unos ejemplos. Pero decir que, citando a Dante Alighieri en su obra La divina Comedia: “Todo el que entra aquí pierde toda esperanza”, está en un gran error, pues hay muchos destellos de esperanza, de vida y de encuentro, que no podemos reducir a un país, cultura, religión en un solo adjetivo. Líbano está hecho de pluralidad; fenicios, otomanos, árabes, franceses entre otras culturas y nacionalidades.

Faltan muchos narguiles para escuchar al Próximo Oriente. Se necesita menos fanatismo en la pelota y más juegos amistosos. Falta que dejemos de lado nuestros prejuicios e imaginarios. Se necesitan los encuentros desde la propia historia hacia el otro.

¿Cuándo harás un juego amistoso con diferente? ¿Cuándo aceptarás la invitación a beber narguile con el otro?

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