Los espíritus de la isla

La vida cotidiana en una pequeña isla o en un pueblo puede ser tan simple como dar de comer a los animales, ordeñar una vaca, tomarse un trago con los amigos o contar el último chisme mientras se cose una prenda. En la irlandesa Inisherim, dos buenos amigos, Pádraic y Colm, se reúnen todas las tardes en el pub para una cerveza. Pero un día cualquiera, y sin ninguna razón que lo explique, Colm ya no quiere hablar con Pádraic.

El bueno de Pádraic se rompe la cabeza y el corazón al no entender qué habrá sucedido, porque su amigo no solo no quiere dirigirle palabra alguna, sino además evita verlo o darle alguna explicación. Hasta que un buen día Colm dice que ha meditado seriamente qué quiere hacer de su vida, a qué quiere dedicar todo su tiempo y atención, como violinista y compositor, y no perderlo en charlas tontas para pasar el rato con un pobre hombre inculto como Pádraic.

Este argumento tan sencillo da pie para un original guion que va combinando un flujo de sentimientos, toques de humor, sorpresas y una pregunta de fondo sobre lo que más vale en la vida y en la muerte. El título original, The Banshees of Inisherim, alude a la leyenda irlandesa de unos espíritus femeninos que se aparecen de noche llorando y gritando como augurio de que la muerte ronda por el pueblo. En la historia que se narra en la película no hay figuras fantasmales, sino espíritus encarnados en dos hombres que no saben qué hacer para seguir viviendo y no morir. Para uno, no recibir una palabra del amigo ya es morir; para el otro, no componer una pieza musical también es morir. Pero si nos atenemos a un maestro —como Ignacio de Loyola— en ayudarnos a discernir los espíritus que se agitan en cada uno, parece que Colm no mide de dónde viene y a dónde lo lleva en verdad su decisión original, y las acciones que de forma violenta va tomando. Quizás bastaría que se tocara el corazón y se preguntara él y nos preguntáramos nosotros: ¿Qué tanto valen para mí la amistad y el trabajo, la soledad y los vínculos, la historia construida mutuamente y la creación personal? ¿Cómo acoger las fragilidades humanas que cada uno —yo y el otro frente a mí—  trae consigo?

Martin McDonagh vuelve a unir a Colin Farrell y a Brendan Gleeson, a quienes había dirigido antes en la comedia de gangsters En Brujas (In Bruges, 2008) y los lleva a dar lo mejor de un actor, y sabe aprovechar la belleza cautivadora de las locaciones de la isla para resaltar cuánto perdemos de la vida por nuestros enredos y cuánto nos autodestruimos cuando nos separamos unos de otros. El cineasta ya obtuvo varios premios en 2018 por su película Tres anuncios por un crimen; ahora Los espíritus de la isla obtiene merecidamente nueve nominaciones al Oscar.

El relato cinematográfico está situado en 1923, justo en el tiempo de la dolorosa guerra civil en la que el pueblo irlandés se dividió en dos, norte y sur, los pro–tratado o no con la Corona inglesa. Entonces, los mismos que habían estado juntos para luchar por la independencia, ahora se volvían enemigos a muerte, e Irlanda quedaba mutilada. Así, la ruptura de Colm y Pádraic es una parábola de todo un pueblo, aunque ni ellos dos ni nadie en Inisherim capten cómo un espíritu maligno de muerte y división se ha metido en sus vidas o en las nuestras. Para exorcizarlo, se necesitaría que cada quien renunciara a sus apegos absurdos, abriera su corazón y confesara con sencillez cuánto necesita de alguien, de los demás, para seguir viviendo. Y entonces podría pedir otra cerveza o una canción, o cuidar el perro del amigo.

Imagen de portada: Fotograma Los espíritus de la isla (Dir. Martin McDonagh. Prod.Martin McDonagh, Graham Broadbent, Peter Czernin. 2022)