Laudato Si’, diez años después: un clamor ignorado y la esperanza que resiste

“(…) me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo real, (…) sobre

el altar de la tierra, el trabajo y la pena del mundo.”

— Pierre Teilhard de Chardin

Hace diez años, el Papa Francisco nos entregó un grito y una esperanza. No una simple encíclica, sino una hoja de ruta. No un tratado doctrinal, sino un llamado a la conversión más profunda de toda la humanidad. Fue, y sigue siendo, un clamor urgente y profético: Laudato Si’, sobre el cuidado de la Casa Común. 

Una denuncia radical de la lógica de muerte que gobierna el mundo en un estado permanente de avance de la exclusión, acumulación, inequidad y el descarte. Una interpelación frontal ante las conciencias adormecidas o reticentes a aceptar la situación de emergencia climática global. Una llamada a la conversión ecológica integral que implica un cambio radical de la vida propia y cotidiana, del alma, de las estructuras y de los estilos de vida dominantes.

Hoy, con dolor, debemos reconocerlo: como humanidad, hemos fallado. Diez años después, el balance es dramático. Seguimos recorriendo un camino que destruye la Tierra, descarta personas y sacrifica comunidades enteras bajo el poder del capital y la indiferencia generalizada. Las advertencias de los científicos son cada vez más claras, y más ignoradas: aumento imparable de las temperaturas, colapso de ecosistemas vitales, extinción masiva de especies, migraciones forzadas, guerras por el agua, por los minerales, por la vida misma.

La Amazonía, ese termómetro viviente del planeta, sangra. Sus pueblos son

criminalizados por defender lo que siempre han protegido. Y mientras se anuncian

transiciones energéticas «verdes», los mismos intereses de siempre saquean litio, cobre y tierras raras en nombre del desarrollo. Es el extractivismo de siempre, ahora con un  maquillaje de sostenibilidad. Lo llaman progreso, pero sigue siendo colonización, y es,cada vez más devastación.

Y lo más grave: se ha traicionado el espíritu de Laudato Si’. En tantos espacios, se la ha reducido a discursos ambientales coyunturales, despojándola de su fuerza crítica, de sustento evangélico de cambio radical y de su peso político. Pareciera que se ha pretendido domesticar el fuego profético con el que fue escrita.

Una peste y una pandemia: oportunidad perdida, ¿conversión fallida?

La pandemia del COVID-19 irrumpió 5 años atrás como un signo de los tiempos. Un juicio y una grieta abierta que expuso nuestras fragilidades. Y como en La Peste de Camus, lo que parecía excepcional resultó ser permanente: “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás… puede llegar el día en que la peste despierte de nuevo y mande a sus ratas a morir en una ciudad feliz «.Fue una herida compartida que nos dejó desnudos ante nuestra fragilidad. Y en ese momento, la plaza de San Pedro se convirtió en símbolo del mundo. Bajo una lluvia persistente, en una Plaza vacía, el Papa Francisco nos habló desde el silencio. Y preguntó con la fuerza del Evangelio: “¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienes fe?”

Nos recordó que “nadie se salva solo” y que estábamos, todos, en la misma barca. Y sin embargo, esa barca volvió a dividirse y quizás peor que antes alcanzando grados de individualismo, inequidad y destrucción masiva de ecosistemas y especies, mayores que antes. No supimos convertirnos. Esperábamos volver a la normalidad cuando lo que se nos pedía era convertirnos y volver a lo esencial, al encuentro, al cuidado y a la esperanza compartida.

La pandemia fue una oportunidad única para cambiarlo todo: el modelo económico, los estilos de vida, la forma de relacionarnos con la Tierra y entre nosotros. Pero no quisimos escuchar. Hicimos de ese tiempo un paréntesis, no un parteaguas. Perdimos un Kairós que costó muchas vidas y muchísimo dolor.

Y esa pérdida nos pesa porque no fue solo biológica, sino existencial. No fue solo sanitaria, sino espiritual. Se hizo evidente que el miedo no era al virus, sino al vacío, a  la falta de sentido, a vivir desconectados del otro, de la Tierra, de Dios. El gran desafío  era —y sigue siendo— reaprender a vivir.

Signos vivos de conversión

Pero no todo ha sido oscuridad. Porque incluso en el desierto, Dios hace brotar fuentes de agua viva. En estos años, el Espíritu ha suscitado procesos que encarnan el sueño de Laudato Si’ en lo profundo del territorio.

La REPAM nació como una respuesta al grito de los pueblos amazónicos. Articuló voces, comunidades, Iglesias, y puso en el centro los rostros concretos de quienes viven en la selva y la defienden. Esa experiencia sirvió, y en cierto modo ayudó a concebir, al Sínodo para la Amazonía: un momento de gracia, de escucha verdadera, de eclesialidad sinodal nueva en construcción, la cual sigue hasta hoy.

La CEAMA —Conferencia Eclesial de la Amazonía— es, y quiere ser, la continuidad institucional de ese proceso sinodal. Una Iglesia con rostro amazónico, en salida, sinodal, profética y encarnada. Y junto con ella, siguen tejiéndose procesos que encarnan Laudato Si’ más allá del discurso.

Entre ellos, el Programa Universitario Amazónico (PUAM) es un signo claro de conversión estructural, en construcción. No es solo una propuesta académica. Es una nueva manera de comprender el conocimiento, el territorio y el fortalecimiento de liderazgos comunitarios. PUAM quiere caminar junto a los pueblos, formando liderazgos comunitarios, creando Centros de Aprendizaje y promoviendo una espiritualidad crítica e integral. Es Universidad en clave de misión sinodal y territorial, fuertemente sustentada en Laudato Si´.PUAM representa una alternativa concreta frente al modelo dominante de educación que reproduce sistemas de colonización donde el territorio no es un objeto de estudio, sino sujeto de su propia transformación.

Convertirnos o perecer

A diez años de Laudato Si’, ya no caben ni la nostalgia ni la evasión. No hay espacio para el discurso cómodo, ni para el lamento estéril. El tiempo de las excusas se ha agotado. Esta década ha sido una prueba de fuego, una llamada urgente a la verdad:  no podemos seguir viviendo como si la Tierra no estuviera colapsando ni como si el grito de los pobres no desgarrara los cielos.

La esperanza, en este tiempo, no es un adorno espiritual ni una consigna romántica. Es una toma de posición radical, es decisión concreta de vivir de otra manera, de reconstruirnos desde abajo, de cuidar lo que el sistema descarta. La esperanza es acción: es tejer nuevos vínculos, sostener procesos comunitarios, y creer, contra toda desesperanza, que lo nuevo es posible.

Convertirse no es cambiar de opinión. Es cambiar de lógica, de mirada, de corazón. Es permitir que el clamor de la Tierra y el dolor de los cuerpos más lastimados nos toquen y nos conmuevan y muevan, para desinstalarnos y reorientar nuestra vida personal, institucional y colectiva.

Esta es la hora. Podemos seguir como hasta ahora, y posiblemente condenar a las próximas generaciones a perecer, o podemos, finalmente, dar un salto hacia una civilización del cuidado. La historia nos da una oportunidad más, y es ahora. El clamor de la Tierra y el grito de los pueblos no pueden seguir esperando. Laudato Si’ sigue  siendo la brújula, pero sólo servirá si nos atrevemos a caminar por los nuevos caminos que nos señala.

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